Trascripción de la entrevista hecha al autor para el canal Europa por Cuba, que la incluyó en su directa del domingo 11 de abril de 2021 (https://www.youtube.com/watch?v=HffcNVwxeu4), en la que prestó especial atención a la prensa cubana. La entrevista giró sobre los temas siguientes: 1) importancia del periodismo para la sociedad cubana actual; 2) diferencias entre el periodismo cubano y el que se hace en otros países; 3) posibilidad de que las nuevas tecnologías y las redes sociales releguen el periodismo tradicional a un lugar subalterno en la información; 4) papel de los medios en la Revolución Cubana.
Para empezar, agradezco a los promotores de Europa por Cuba, y a quienes tengan la paciencia de seguir la entrevista, la posibilidad de contribuir al empeño protagonizado por ese esclarecedor espacio informativo y de debate.
El periodismo es importante en todas las sociedades, y en Cuba lo es por razones particulares también. Aquí se vive una discusión interna sobre la eficacia del periodismo, cómo mejorarlo, hacerlo más efectivo. Y quizás a veces esa preocupación, tan necesaria, nos aleje de compararlo con el estado del periodismo en otras partes.
Cuando ejercía la diplomacia en Madrid como consejero cultural de la Embajada de Cuba, me tocó atender a un destacado político cubano, que lamentablemente ya no vive, y me preguntó qué me parecía la televisión española. Le dije que tenía algo que le agradecía especialmente: había hecho que me gustara más la televisión cubana.
Es probable que a veces uno se atasque exigiendo con razón más eficiencia a la prensa propia, y no se detenga a pensar en cómo está la del resto del mundo. Claro que por muy mala que esa esté, queremos y debemos lograr que la nuestra sea cada vez mejor. Para que nuestro pueblo, todos nosotros, estemos mejor informados, y mejor preparados para enfrentar las campañas enemigas contra Cuba, que son diabólicas. A Cuba se le calumnia, y se le niegan todos los aciertos.
Ahora mismo está haciendo una proeza ante la covid: con el diario enfrentamiento a la pandemia, incluso fuera de su territorio, y con los candidatos vacunales. Un país subdesarrollado, bloqueado —bloqueado de verdad, aunque algunos digan que el bloqueo no existe—, tiene cinco candidatos vacunales. Dos son ya prácticamente vacunas, en pasos decisivos de aplicación, y la prensa mundial no lo reconoce, o lo escamotea, o le da un enfoque torcido. Pero nosotros necesitamos un periodismo cada vez mejor. De eso estamos convencidos.
Ahora bien, si tuviera que señalar una diferencia esencial, una sola, entre el periodismo cubano y el que predomina en el mundo, empezaría por decir que el de Cuba procura y consigue mantenerse dentro de los límites de la decencia. Se aprecia en particular al contrastarlo con los escándalos, el amarillismo, la crónica roja, la desvergüenza, la grosería y la chapucería que pululan en otros países; al compararlo con el modo como allí se medra con los sentimientos humanos y se propagan la mentira, la falsedad, que han existido siempre, pero ahora tienen un camino arrasador.
Se ha acuñado la expresión fake news —curiosamente, y no por gusto, en inglés—, y se habla de la posverdad: ambas representan la mentira. Y el periodismo cubano está comprometido vocacional, amorosa, responsablemente con la verdad. Se equivocará, cometerá errores, le faltarán matices, precisiones, audacia; pero se atiene a la decencia, brújula que no aparece en la norma mundial del periodismo contemporáneo. Siempre han existido la desfachatez, la grosería, la infamia; pero en el mundo hoy esos defectos, esas aberraciones sobresalen de manera particularmente criminal.
A menudo el debate sobre la información y las nuevas tecnologías se convierte en una discusión bizantina, casi como volver a lo de la gallina y el huevo. No hay huevo sin gallinas, ni gallinas sin huevos. Hay que empezar por ahí. En Cuba un crítico literario, prestigioso ensayista y editor, Ambrosio Fornet, llamó a no preocuparnos por si va a mantenerse o a desaparecer el libro, y a ocuparnos en lograr que se mantenga el lector, el público lector.
El soporte es secundario. Personalmente estoy entre quienes creen que el libro no va a desaparecer. Según Ray Bradbury, no desparecerá porque no es posible irse a la cama con una computadora, sino con otra persona o con un libro. Pero ya se puede ir a la cama con un teléfono celular, o con un lector de libros electrónicos, y también son entrañables. Hay una relación casi erótica con las páginas de un libro, pero se puede establecer esa relación asimismo con la pantalla del teléfono o de un lector de libros electrónicos.
Lo importante es que sigan existiendo y difundiéndose textos valiosos, serios, basados en el conocimiento, en la vocación de la verdad y la decencia. ¿Quiere esto decir que la perfección se consigue? No, la perfección se busca, y de lo que debe alarmarnos no es de que los medios digitales se expandan, sino de que se expandan mal. No de que la tecnología tenga los caminos que tenga, sino del uso deplorable que muchas veces se hace de ella.
Antes se podía falsear una noticia, o usar un seudónimo. Ahora se pueden fabricar trescientas firmas falsas al mismo tiempo para dar voz a otras tantas personas diferentes, que son la misma persona, una sola, o un equipo. No trescientas personas, sino mil, las que se quiera. Eso es parte de lo que está pasando en campañas de todo tipo, en cómo se disimula la verdad, y se le sobreponen la falsificación y la mentira.
Pero lo terrible no son las tecnologías, sino el mal uso que se haga de ellas. La falsificación, la manipulación dolosa, viene desde que la voz humana existe. Desde que, por ejemplo, una persona quiso dar testimonio de una guerra, o de otro acontecimiento, y lo hizo desde una perspectiva determinada, porque nadie da un testimonio desde una perspectiva omnímoda, ni neutral de veras. Cada quien tiene la suya, su ventana para ver el mundo, su pedazo de realidad, y por ahí se encamina —con mayor o menor rectitud, o torcidamente— la trasmisión del conocimiento, y de esa parte de él que es la noticia. El llamado periodismo tradicional va dejando de serlo, o se vuelve otro periodismo tradicional. Se modifica, se transforma.
Así como tengo la esperanza de que el ser humano se salve, de que salve al planeta para poder salvarse a sí mismo, tengo la esperanza de que un día los seres humanos se den cuenta mayoritariamente de que las aberraciones que se difunden, se propalan, se manipulan —y muchos o algunos capitalizan— no son lo que le conviene a la humanidad, y se pongan contra eso.
La oposición a la mentira existe hoy, y habrá existido siempre. Pero muchas veces ocurre que la honradez es discreta, un poco modosa. Usted abre una página digital y ve las reacciones, los escándalos, los insultos; ve cómo la grosería chilla. Y las personas decentes ponen “Me gusta”, o “Estoy de acuerdo”, ponen un elogio parco, y parecería que eso no existe, o apenas se nota frente a los chillidos ignominiosos.
Pero existe la decencia, existen las voces honradas. Lo que no siempre existe es la cifra, la intensidad, con que se debe defender lo digno. Tengo la ilusión de que alguna vez la humanidad se salve de la ignominia, se salve no de la tecnología, sino de su mal uso, y la aproveche cada vez más, y mejor, para que sea realmente democrática.
Se dice que internet vino a democratizar el conocimiento, y cuando eso empezó a decirse, me preguntaba cuántos hijos e hijas de Aracataca —donde nació Gabriel García Márquez— tenían, no solo entonces, sino también hoy, internet, y cuántos saben leer y escribir, para recibir y disfrutar lo que se difunde de García Márquez. Sin aceptar como suyos textos falsos que se reproducen como si fueran auténticos, y mucha gente aplaude y dice “¡Qué maravilla esto de García Márquez!”, pero ni es de García Márquez ni es una maravilla.
Tengo la ilusión de que realmente la tecnología se democratizará. Será cuando esté en manos de voluntades democráticas. Mientras la dominen corporaciones capitalistas que tratan de monopolizarlo todo, incluso las noticias, para aumentar sus fortunas, estamos en peligro.
Pero vale tener la ilusión de que el ser humano llegará, en primer lugar, a demostrar que es un ser humano, y a salvar los valores humanos, a salvar a la tierra, y salvarse a sí mismo. Fidel Castro reclamó que se extinga el hambre, no el hombre, no el ser humano. Ese es un reclamo que está ahí, a las puertas de la humanidad, para todo el mundo.
No se debe ignorar lo que ha pasado y está pasando, por ejemplo, en los Estados Unidos, para quienes pensaban que esa era una nación con un sistema salvable, un sistema que sufría modificaciones, aberraciones particulares, según viniera un césar u otro. La continuidad que le está dando el actual presidente al aberrado que lo precedió, demuestra que es cuestión de sistema.
Y ese sistema es una de las monstruosidades que se deben echar abajo para lograr lo que José Martí llamó “fin humano del bienestar en el decoro”. Sería también el bienestar del decoro en la tecnología, en la noticia, en la cultura, en la vida cotidiana, en la solidaridad. Sería el bienestar en algo que está tan perdido y maltrecho en el mundo como la decencia.
Los medios revolucionarios cubanos han tenido siempre una gran responsabilidad: defender la Revolución. No acríticamente. Hay quienes piensan que defender la Revolución es elogiarla y alabarla. Defenderla supone también estar al día contra los peligros de deformaciones internas, contra los oportunistas… Voy a citar a Martí una vez más. Él dijo que “la idea socialista” —“como tantas otras”— tenía peligros, pero también dijo que, aunque los tuviera, había que defender la justicia, “con este nombre o aquel”, y hemos visto que incluyó “la idea socialista”.
Uno de los dos peligros que le señaló entonces a esa idea era el de “las lecturas extranjerizas, confusas e incompletas”; el otro —estoy citando de memoria, pero muy cerca de lo textual—, el de “la soberbia disimulada de quienes por tener hombros sobre los cuales alzarse empezarían a fingirse celosos defensores de los desamparados”. También la Revolución Cubana, y los medios que la representan y la defienden, tienen que estar a la viva contra esos males, y contra otros, como el mal del pragmatismo, que a veces se presenta como si fuera el sentido práctico, el sentido común.
El sentido común predominante hoy en el mundo es capitalista. No voy a citar a Gramsci, no voy a ponerme a citar más textos. Pero el sentido común, según lo que está ocurriendo en el mundo hoy, es lo que los medios capitalistas difunden, porque le conviene al capitalismo, como si no fuera ideología.
Lo que tiene el cartelito, “pecaminoso”, de ideología es lo que representa a las izquierdas, lo que defiende la justicia social y condena la falta de equidad, al monstruo imperialista, su política y su acción genocidas. Lo demás pasa como si fuera “lo natural”, no ideología. Ese es uno de los hechos sobre los que debemos tener claridad, y saber que el pensamiento pragmático es esencialmente la ideología del capitalismo, la filosofía del capitalismo. Como corriente de pensamiento, el pragmatismo tiene lugar y fecha natales “curiosamente” en los Estados Unidos.
Hoy día muchas personas confunden lo que debía ser el sentido común —que no lo es, no, al menos, todavía, porque el verdadero sigue siendo algo extraordinario— con el “sentido común” que venden los capitalistas. Hay razones para aterrarse: por ahí pueden colarse muchos peligros: desde suponer, por ejemplo, que el Plan Bolonia es un proyecto de enseñanza universitaria democrática, cuando a lo que viene es a formar empresarios pragmáticos, ajenos a los valores espirituales y, sobre todo, a los ideales de justicia social. Frente a eso los medios revolucionarios en Cuba, dentro de Cuba, ahora y en el futuro, tienen grandes tareas que cumplir.