El periodista siente extrañeza al leer los nombres de estos dos campeones olímpicos en la lista de los franceses galardonados: Boughera o Mohamed El Ouafi y Alain Mimoun. Se dispone a investigar. Y encuentra la respuesta que compartirá con los lectores mediante varios escritos. Lo esencial: ambos maratonistas compitieron en representación de la metrópoli explotadora a sangre y fuego de su país de nacimiento: Argelia.
El Ouafi consiguió concretar sus esfuerzos en un digno escalón, el séptimo, en París 1920. Varios integrantes de su dirección atlética no lo estimaron así. El corredor había sufrido humillaciones desde su entrada a la delegación. Pocos confiaban en él, muchos estaban en contra de su presencia: molestaban la piel, la pronunciación, las creencias distintas. Con tal de llegar a la cumbre, aguantaba desprecios y ataques. Al no imponerse en la VIII magna cita, el maltrato y el intento de excluirlo ganaron fuerza.
No se amilanó, soportó los nuevos golpes, intensificó su labor en el entrenamiento y las contiendas. Volvió a integrar la representación y, bajo una bandera que no es la suya, conquistó el premio dorado de la distancia en los IX Juegos, Ámsterdam 1928. Tiempo: 2 horas, 32 minutos y 57 segundos. El Ouafi es el primer campeón olímpico de los países árabes y su primer medallista de cualquier color en la más alta competencia del deporte rey, aunque oficialmente sea reconocido, en el primer caso, el pesista egipcio ligero completo Sayed Nosseir, al vencer con 355 kilos en la justa holandesa.
Juan Fauria en su libro Historia de los Juegos Olímpicos, al referirse sobre el deportista escamoteado, ofrece expresiones tan injustas como la propia ilegalidad: “La dura prueba de maratón fue ganada por un francés, el argelino El Ouafi, el más modesto de los atletas franceses, en quien nadie creía. Colocado en décimo noveno lugar, fue rebasando contrincantes en la segunda parte de la carrera; cuatro hombres delante suyo, y en un nuevo ataque, solo el chileno Plaza le resiste; a 600 metros de la meta un nuevo demarraje y el espacio se interpone entre los dos y entra en el estadio destacado. 28 años antes un francés ganó esa prueba; 28 años después otro francés volverá a vencer”. Vamos a ver quién es este galo.
Alain Mimoun es otro argelino robado. Cuando se lanzó a disputar la más alta distancia atlética en Melbourne 1956, su cosecha era de tres preseas plateadas, derrotado siempre por el checoslovaco Emile Zatopek: en los 5 000 de Londres 1948, y en esta prueba y los 10 000 en Helsinki 1952. En la batalla de Australia, descarriló al sexto puesto a la llamada Locomotora Humana, cuando es el titular con 2. 25. Triste historia repetida ligada al ámbito olímpico y a la especialidad de maratón: Mimoun es otro astro quitado a la colonia, anunciado, proclamado, clasificado como hijo del imperialismo que la destrozaba.
Con El Ouafi el dolor aumenta. Acompáñenme a ver el desplome. Avejentado más que viejo, está sentado sobre el piso en una esquina concurrida de la Ciudad Luz, iluminación que no le llega. La mano extendida. Un plato al lado. ¿Por qué, Mohamed, la mano abierta? Algunos le sueltan algunas monedas. Tiene un día dichoso… Otro mendigo se lanza sobre la plata. El agredido defiende su ganancia. Golpea al atrevido. Este saca un cuchillo. Lo hunde varias veces en el cuerpo del menesteroso. El herido cae. El atacante recoge el dinero. Echa a correr.
Poco tiempo después, junto al cadáver, cuidando el lugar del crimen, dos policías maldicen su mala suerte, mientras la mayoría de los transeúntes sigue presurosa su camino, luego de una ojeada al panorama. Tanta cosa por un pordiosero… Un día tan lindo y uno perdiéndoselo por un árabe que pedía limosna asesinado por otro tipejo de estos… ¿Para qué van a investigar? Que lo entierren y ya… Las ganas que tengo de tomarme un trago… Ignoran, y no les interesa, que el cuerpo sin vida de la estrella del maratón olímpico de 1928, tapado con una sábana, yace cerca, manchado de sangre.