Laidi Fernández de Juan estudió Ciencias Médicas y se graduó, de doctora, en 1985. Pero su pasión por las letras fue mayor que su devoción por el estetoscopio y, quizás por eso, se ha entregado completamente a la escritura: hoy por hoy, está considerada una de las narradoras cubanas contemporáneas de obra más singular y significativa. Con una escritura muy personal, Laidi toca diversos universos –casi siempre cotidianos- y nos entrega deliciosos textos que no solo nos hacen reír sino reflexionar sobre temas muchas veces complejos, espinosos, peliagudos que ella sabe manejar con tacto, gracia, inteligencia y fina escritura.
Con quien es además hija de dos grandes intelectuales cubanos, lamentablemente ya fallecidos -Roberto Fernández Retamar y Adelaida de Juan- establecemos este diálogo virtual en tiempos de Coronavirus.
-Como médico que eres, ¿desde qué perspectivas o con qué prisma analizas lo que está ocurriendo en el mundo dada la actual pandemia?
–Aunque pareciera que con los avances tecnológicos actuales no debería ocurrir un azote mundial de la magnitud que ahora sufrimos, lo cierto es que no se trata de un fenómeno sobrenatural: desde la peste bubónica que se desató en Atenas en el año 417 AC hasta fechas tan cercanas como el año 2013 (pandemia de Influenza H1N1, cuyo fin se declaró tres años más tarde), la humanidad está condenada a padecer infecciones que se propagan a todos los continentes.
La Organización Mundial de la Salud reconoce al menos cinco pandemias antes de la actual: Peste; Influenza o la mal llamada Gripe Española; el SARS o Síndrome Respiratorio Agudo Grave, El Ébola, y la Influenza H1N1. En otras palabras: La COVID-19 nos “tocaba”. Lo que distingue a cada país es la estrategia con la cual afronta dicho azote, y, en ese sentido, lo que sucede ahora mismo es la demostración de la eficacia o, por el contrario, de la inutilidad gravísima de determinadas políticas sanitarias. Como médica que fui, reconozco la insólita vulnerabilidad de la especie humana, algo pavoroso que creíamos superada.
-Te leemos con mucha frecuencia en las redes sociales y en distintas plataformas comunicacionales, ¿es, acaso, una necesidad urgente de comunicarte?
–No siento necesidad de casi nada a título personal, y mucho menos con carácter urgente. Si aparecen textos míos en las redes es porque no ceso de trabajar, y ya que la plataforma moderna es básicamente en formato digital, pues es en dicho medio donde trabajo, aunque prefiero el tradicional papel de libros y revistas de siempre. Soy una escritora disciplinada, cuyo género literario más cultivado es la crónica, y eso, claro está, exige inmediatez en la publicación, porque los acontecimientos cotidianos son efímeros. Cada día una noticia suple a la anterior, lo cual equivale a decir que el suceso, la situación, o el devenir cotidiano que estoy contando en un instante, ya resulta obsoleto al día siguiente. Quizás mi afán por ser cronista de mi tiempo explique el empeño en no permitir que me gane el desánimo, a pesar de la peligrosidad de las redes sociales. Debo añadir que si no existiera posibilidad de publicación, igual me mantendría sometida al placer esclavizador de escribir todos los días.
-En estos tiempos de recogimiento, ¿estás involucrada en algún proyecto literario puntual?
-Permanecer en las columnas donde me publican es mi proyecto más inmediato, el que más me exige, y al cual entrego el resultado de mi constancia. Además, trabajo en otros planes, de los cuales prefiero no adelantar nada.
-Dolly y otros cuentos africanos, de 1994, marca tu arrancada como escritora, ¿acaso lo testimonial -aunque se trate de ficción- siempre está presente o subyace en tu quehacer literario?
–Sí, siempre está presente lo testimonial, aunque no sean precisamente vivencias mías, sino de vidas que tomo prestadas, con el debido permiso de sus dueños/as. A veces quienes protagonizaron un suceso o fueron sus testigos, me piden que convierta en literatura un acontecimiento determinado. Ya se sabe que la realidad supera la imaginación, la vida es más inverosímil que la mayor inventiva, y tanto la tragedia como la comedia florecen solo con el hecho de vivir.
-La cotidianidad y el mundo de lo femenino parece ser uno de los ejes en que con más comodidad te mueves, ¿es así?
–Quizás, aunque no me impongo tales tópicos como asuntos exclusivos. Al pretender ser cronista, es obvio que me nutro de la cotidianidad, y al ser mujer, hablo desde el prisma de mi biología y sus consecuencias en un mundo patriarcal, pero ambas condiciones subyacen, sirven de soporte. A veces juego a hablar como un niño, o narro el diario de una perra, sin que ello signifique convertirme en uno o en la otra. No me ciño a casi nada, salvo en buscar el costado humorístico de cada acontecer. Me interesa respetar desde la comicidad. Así como intento aliviar tensiones, aflojar máscaras rígidas, contribuir al alejamiento de tanta solemnidad impuesta, detesto profundamente la desfachatez, el oportunismo, ese mimi-yoísmo patético que nos abruma en la actualidad, y, sobre todo, detesto la violencia, la vulgaridad y la tendencia actual al insulto. Apenas existen polémicas. Han sido sustituidas por riñas de la más baja calaña.
-¿Qué lección consideras que -desde lo bueno y lo malo- nos dejará la COVID-19?
–No vislumbro ninguna buena lección. El egoísmo, la maldad, la indiferencia y la intolerancia se robustecen y lo harán aún más, mientras que la solidaridad se mantiene a duras penas. No vislumbro nada halagüeño, sino todo lo contrario. El orden del mundo ya está cambiando, para peor, y no acabamos de salir del pasmo. Ya que la realidad es terca, nos queda adaptarnos a las nuevas circunstancias, y asumir de una vez que sin la colaboración de todos/as, estaremos condenados al sinvivir. Compadezco a quienes carecen de condiciones materiales para resistir no solo este embate actual, sino las consecuencias que ya se avecinan, y también me apena el conglomerado humano que no encuentra placer espiritual en la cultura. (Publicada en el sitio del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau).