Se ha escrito tanto de este tema que no puedo sino sentir una suerte de rubor (no sé si, más bien, se trate de pavor) cuando me han solicitado opinión al respecto. Lo primero a lo que deberíamos arribar, nuestro punto de comienzo, es la precisión acerca de aquello a lo que nos referimos cuando hablamos, pensamos, intercambiamos o proponemos a propósito de algo a lo que nombramos “crítica cultural”. En mi caso, pienso que se trata de un amplio abanico de “opinión” acerca de temas propios de esa otra cosa a la que denominamos “cultura” y que en modo alguno es reducible solo a la producción artístico-literaria. Cultura es tanto esto que acabamos de resaltar como modo de vida, estilos, modas, consumos, creaciones de lo popular, reapropiaciones de productos de élite en los estratos populares, diálogo entre tradición y modernidad, entre campo y ciudad, nación y mundo, ganancias y pérdidas.
En cuanto a la ‘crítica’, empecemos por acordar que se trata del tipo de intervención que moviliza el juicio crítico (evaluativo, comparativo, interpretativo, clasificador) de un hablante a propósito de: un evento, serie de ellos, obra(s) particular(es), procesos de entrelazamiento, continuidad, fortalecimiento, ruptura, crisis, crecimiento en el sector cultural.
Así, la crítica cultural se obtiene por la fusión de ese opinar al que definimos como “juicio crítico” con alguno de los momentos (cualquiera sea su escala) de la “producción-distribución-consumo de cultura.” Esto abre un arco inmenso para el planteo de intervenciones propias de una “crítica cultural.”
Creo que esta pequeña y elemental propuesta allana el paso para avanzar al próximo escalón; en este caso, el estado de “la crítica cultural en Cuba hoy”, aquello que ahora nos reúne.
Voy entonces a ser breve, simple y -para que así sea– comenzaré haciendo un rápido listado de los que, según mi juicio, son los principales problemas que, al hablar de este tema, corresponde abordar:
. La formación del pensamiento crítico durante el período de enseñanza formal en los niveles primario, medio y medio superior es sumamente deficiente.
. Falta mayor exigencia y rigor en lo tocante a los estándares aplicados en las tesis respecto a la actualización del instrumental teórico-metodológico aplicado, así como en cuanto al conocimiento de los problemas e investigaciones más actuales en las diversas disciplinas.
. Pese a que son numerosas las publicaciones nacionales que incluyen espacio para la realización de crítica cultural, carecemos de publicaciones de crítica cultural con carácter especializado.
. Falta actualización del arsenal teórico-metodológico en una parte altamente significativa de los textos críticos aparecidos en nuestras publicaciones periódicas.
. Apenas existen eventos de relevancia en los cuales puedan ser presentados y confrontados entre colegas de alto nivel textos de crítica cultural.
. Es muy baja, en nuestras publicaciones, la cantidad de materiales de crítica cultural que se proponen actualizar herramientas y métodos.
. Se carece de proyectos específicamente destinados al estímulo de la interdisciplinariedad y el trabajo con las corrientes de mayor impacto en la crítica contemporánea a nivel internacional.
. Apenas existen iniciativas para la formación de nuevos críticos que no sean las de los cursos formales en las universidades (en particular en aquellas especialidades del arte y la literatura).
. El intercambio con expertos internacionales es prácticamente inexistente.
A partir de lo anterior, podríamos hablar largo tiempo; sin embargo, aspiro a que lo dicho sea suficiente para saber que… algo pasa (y también mucho de cuanto pudiésemos intentar para enfrentar errores, debilidades o vacíos).
Llegados aquí, es preciso señalar que el caso cubano obliga a emplear, cuando menos, dos puntos de comparación a la hora de proponer la realización de evaluaciones sobre el estado de la crítica cultural en el país. El primero de tales puntos es un fuerte juicio con el cual, hace ya más de medio siglo, inquietó el crítico Juan Marinello a sus colegas de oficio al hablar de “nuestra indigencia crítica”; en caso de parecernos acertada esta proposición, entonces tendríamos que extender la mirada para abarcar la producción, distribución, consumo y dirección de cultura en el país e ir más profundo y lejos para saber si hay correspondencia entre esta masa enorme de flujos y procesos creativos y el número y la significación de las intervenciones críticas con las cuales “responden” el campo intelectual, las instituciones de enseñanza y los medios de comunicación. O sea, cuál correlación existe entre volumen, relevancia estética e impacto de las producciones culturales y las dinámicas de su recepción crítica.
El segundo punto sería entonces lo que se puede derivar de una lectura paralela de nuestras intervenciones críticas y las transformaciones que el trabajo de crítica cultural ha experimentado en la escena internacional a lo largo del último medio siglo; me refiero aquí a la multiplicidad de escuelas y corrientes de análisis que han ampliado el arsenal de herramientas de las que dispone el crítico, entre ellas la teoría feminista, la teoría queer/cuir, los llamados “estudios críticos de raza”, la semiótica, los estudios post-coloniales, la descolonialidad, los estudios institucionales, los estudios culturales, etc. O sea, en este caso, las interrogantes conducirían a investigar, averiguar, comparar las mejores producciones nacidas de estas corrientes, escuelas y tendencias con las que provienen de nuestro sistema editorial e instituciones de enseñanza, en particular, las de nivel superior.
Un mejor panorama para la crítica cultural en el país es proyecto a largo plazo y demanda la participación, en sus diversas áreas de acción, de organismos del Estado, medios de comunicación y organizaciones de la sociedad civil cubana en un amplio despliegue articulado de acciones docentes, publicaciones, investigaciones, presentaciones en los medios, etc.