COLUMNISTAS

Política y ciencias sociales

“No debemos temer a las contradicciones.

Pues ellas son las fuentes del desarrollo”.

 

Diríamos, que como nunca antes, los aliados que dan título a este texto deben funcionar interconectadamente dentro de nuestra realidad política. Existe entre ellos una dialéctica objetiva y subjetiva, que se expresa como unidad y lucha de contrarios, como fuente del desarrollo y solución de los problemas.

Pero refiriéndome, en particular, a nuestras ciencias sociales y humanísticas, estas tienen dos enemigos a vencer en el accionar de los científicos:  la ignorancia, que es la madre y la timidez que es el padre. Ambas operan de manera muy negativa.

Si los científicos sociales cubanos somos realmente consecuentes con la tarea que nos corresponde desarrollar, ello quiere decir que debemos estudiar, investigar y debatir sobre todos los problemas hasta la saciedad, ser valientes al defender nuestras opiniones, porque, en definitiva, la ciencia es también una forma de poder.

No puede haber problema tabú para el científico social. Todo debe ser investigado y debatido hasta el cansancio. No podemos dejar la conducción de nuestro proceso solo en manos de los políticos, sino trabajar con ellos, exigiéndoles nuestro lugar.

Tal cosa es válida para las relaciones internacionales, relaciones de segundo grado, porque se refieren a lo externo, aunque, sobre todo, para prestar especial atención a las relaciones internas, aquellas que discurren dentro de la realidad de la sociedad cubana y que constituyen la variable fundamental de toda acción o proceso que pretenda transformarla.

La economía, la política y la ideología, para resumirlas en sus enclaves principales, constituyen momentos clave del accionar de las ciencias sociales.  No es posible soslayar, ni que se nos soslaye de ninguna de las esferas mencionadas.

Porque, como ya he expresado en otras ocasiones, la variable fundamental, es la dinámica interna de cualquier sociedad. Sobre todo, dentro de una como la cubana socialista actual, sobre la cual, pesa continuamente la intención de nuestros enemigos, por subvertirla atrayéndola continuamente hacia el capitalismo, la sociedad que nos hemos propuesto superar. Situación, en medio de la cual, el científico social revolucionario, debe estar consciente del papel que le corresponde desempeñar. Que no es otro, que el de ser uno de los arquitectos de las relaciones sociales, dentro de la sociedad cubana, de conjunto con la economía, la política y las artes, utilizando esa forma de poder que nos provee la ciencia.

Respecto a las artes y las humanidades en general, a pesar de que no pocas veces tropiezan con los mismos obstáculos que el resto de las ciencias sociales, podemos momentáneamente descartarlas, no por no ser también muy importantes, sino porque sus lenguajes y formas de expresión les permiten, a veces, “escapar”, de los prejuicios, con que si tropiezan más frecuentemente el resto de las ciencias sociales.

La pintura, las artes plásticas en general, la música, la danza, las llamadas artes audiovisuales, son las que no pocas veces pueden sortear, con mejores augurios, los prejuicios que atacan a las ciencias sociales. Pues estas últimas tienen siempre que, necesariamente, referirse directamente a la política, espacio este en el que el celo de los políticos y los prejuicios subyacentes, en las relaciones mutuas, actúan con mayor fuerza.

Entonces, el científico social, su producción intelectual, no debe y no puede actuar subvirtiendo su lenguaje, ni ocultándolo con sofismas; ni dentro de una forma de expresión de la realidad, en el que se puede actuar disfrazando sus producciones, o moviéndose dentro de las licencias de la creación artística, que siempre tendrían a su favor las expresiones de la realidad de manera figurada, bajo símbolos, apelando a la ficción y a representaciones, que no son directamente la realidad, sino no pocas veces, formas metamorfoseadas de la misma. Y que, con frecuencia, no tienen que enfrentar directamente a la política.

Por su parte, los científicos sociales de manera directa tienen que presentar esa realidad con un lenguaje claro y directo, que a veces resulta relativamente agresivo o que pudiera ser asimilado por algunos políticos como agresivo.

Entonces, los sofismas, la ficción, las representaciones y las formas metamorfoseadas, no pueden ser el lenguaje de estas ciencias arriba mencionadas, porque ellas, necesariamente, siempre, tienen que enfrentar a la política de manera directa, formando con esta última un verdadero “dúo contencioso”, pues la una no puede prescindir de la otra. Ni el político puede desentenderse de lo que la ciencia social está diciendo ni los científicos sociales pueden desentenderse de la política, pues en última instancia, ambos actúan dentro de ella, la que aporta siempre el contexto. Esto último es también válido para las humanidades, pero no les toca siempre de manera tan directa.

No obstante, se manifiestan continuamente, en tales relaciones, visiones contradictorias, de las que no es posible desentenderse, ni tampoco, simplemente, huir.

En medio de tal situación, si el científico social no actúa consciente del papel que le corresponde como arquitecto que es también de la sociedad, si no actúa con valentía y no defiende sus criterios frente al de los políticos, la política los aplastará, porque los políticos poseen el poder corriente que les permite hacerlo, y no pocas veces hacen uso de ese poder.

Por celo, o por conveniencia, los políticos pueden actuar contra las opiniones de las ciencias sociales y las Humanidades; sobre todo cuando estas opinan o adelantan escenarios que los políticos no comprenden o no les conviene comprender. Los políticos, incluso revolucionarios, o no, también pueden actuar por ignorancia o por conveniencia.

Podemos decir que el político revolucionario, no debiera actuar por conveniencia, pues dejaría de serlo realmente. Por lo que, dándole el beneficio de la duda, podemos decir, que el político revolucionario no debiera actuar negativamente, ante el criterio fundamentado de las ciencias sociales; más bien podría hacerlo solo por ignorancia y no por conveniencia. Pero ambas situaciones ocurren. Y no es posible ser idealista ante esta realidad.

Existe la actuación de la burocracia gubernamental, que es un asunto de muy alta complejidad. Tratándose de ese componente de la sociedad, es corrupto y autoritario por su propia naturaleza, aunque no todos los burócratas lo sean.

Es que la burocracia estatal administra los bienes de la sociedad y ello lleva implícito una posible desviación, la de usufructuar esos bienes como si fueran de su absoluta propiedad, lo cual crea y alimenta una forma de corrupción que es bien difícil de extirpar. Y de la cual, ejemplos múltiples, tenemos ya, en la Cuba actual.

A su vez, el científico social debe comprender que el político actúa en el contexto de una situación, dentro de la cual su principal deber es el de defender la estabilidad de la política, no permitir que se le ataque, viéndose obligado a actuar dentro de unos límites y plazos de tiempo que no le permiten a veces entender y muchos menos aceptar, de manera inmediata, que una política deba ser cambiada porque las ciencias le están diciendo que debe cambiar.

Razón por la cual, dentro de una sociedad como la nuestra hay que dejar espacio al debate, consciente e informado, de todos los fenómenos sociales, dado que necesariamente, entre la ciencia y la política debe existir como especie de un lag para que los políticos y los científicos sociales puedan debatir abiertamente sobre la conveniencia o no, de cambiar una política.

Ese es el momento en el cual el científico debe demostrar de manera clara, valiente, fehaciente, que la política debe ser cambiada. Y ambos, el político y el científico deben actuar con la conciencia de que una política que debe ser cambiada, pero que no cambia, está afectando a la sociedad, que es lo más importante. Porque para ambos, si son revolucionarios, no existe una presión mayor, que la que la sociedad ejerce.

También, es muy frecuente el error de considerar que las ciencias sociales, tienen que ser facturadas por la política para estar en condiciones de ser consumidas por el resto de la sociedad.

Ello se expresa claramente en que, aun dentro de un proceso de comprensión del papel que deben desempeñar las ciencias, la política frecuentemente reacciona con tendencia a monopolizarlas, facturándolas continuamente, como si la política fuera el único destinatario de las ciencias.

Dentro del proceso antes descrito, algunos científicos se dejan facturar, mientras que otros se resisten, defendiendo el papel relativamente independiente de las ciencias sociales, conflicto que solo tiene solución sobre la base del debate y de la mutua comprensión por ambos sectores sociales del papel que corresponde a la política y el que toca a la ciencia. Pero, sobre todo, por la comprensión de que las ciencias sociales van dirigidas también al individuo, a ellas mismas, a la familia, la escuela y los medios de comunicación, entre otros, que las consumen, muchas veces, sin que estas tengan que pasar, ser mediadas o facturadas por la política.

No es posible negar, que esta incomprensión mencionada nos ha llevado, no pocas veces, a confundir el discurso político con el científico. Lo cual ha tenido no pocas consecuencias negativas para el trabajo ideológico. Teniendo este fenómeno más frecuentemente su expresión en la deficiente calidad de nuestros medios informativos.

Sería una verdadera tontería, la cual nos hace mucho daño, que otras esferas de la sociedad se dejasen arrebatar los beneficios que les traería mantenerse en contacto directo con las ciencias sociales y humanísticas, aprovechando sus resultados, todo lo cual desborda en mucho, el interés en las ciencias sociales solo como un objeto utilizable por la política.

Es que las ciencias sociales, además, no pueden sustraerse de la realidad de que esas actividades que las consumen a veces son también generadoras de conocimientos, dado que, al menos en Cuba, no es solo dentro de la academia donde pueden generarse conocimientos científicos. Todo ello es el resultado de la gama de profesionales de las más disimiles especialidades, que, en muchos lugares, desempeñan su actividad concreta, enfocando sus tareas también con un sentido investigativo y científico.

Tal situación implica también que las ciencias sociales, al ser facturadas solo para la política, pueden entrar en “maridaje justificativo” de la política, que les hacen perder personalidad, entrando en un incesto con la política, que les cercena la posibilidad de preservar su verdadero carácter de ciencias.

Es que el pensamiento científico, no puede estar subordinado a la coyuntura política, ni a la política misma. Porque entonces se tiende, oportunistamente, por parte de algunos científicos sociales, a tratar de encontrar las soluciones que más acomodan a la política, perdiendo las ciencias su capacidad de hallar las alternativas necesarias, por si la política falla o debe cambiar. Pues debemos partir, de que la mejor política, es aquella que, desde el momento de su formulación ya debemos comenzar a pensar en cómo debiéramos ajustarla o cambiarla, tratándose esta última de una dialéctica cuya comprensión es indispensable.

Y ninguna política es eterna, como no lo es tampoco la situación que la generó, tratándose de un asunto al que los políticos, no pocas veces, se resisten con mucha frecuencia, pero que, de no ser como hemos explicado, a la hora de los errores, se equivocan ambos, científicos y políticos.

No obstante, una variante extrema de la relación entre política y ciencia es también   considerar que las ciencias sociales y humanísticas, sus métodos y procedimientos, tienen que estar divorciados de la política y de la influencia de su coyuntura.

Aun y cuando las ciencias sociales tienen que llegar a sus propias conclusiones y por sus propios medios, incluso, con independencia de que puedan entrar en contradicción con la política presente, ello no significa que sus métodos y procedimientos de trabajo, incluso sus resultados, tengan que estar divorciados de la política, ni de sus coyunturas, pues se trata de una independencia relativa de las ciencias sociales y humanísticas, no de su divorcio de la política.

Aunque estas últimas, solo siendo independientes es como mejor contribuyen a la política. Por lo que se trata de una independencia relativa de la ciencia y no absoluta de la política y sus coyunturas.

Es muy sintomático que en periodos de coyunturas críticas como lo es ahora la política se vuelva rápidamente buscando el auxilio de las ciencias sociales y humanísticas.

Lo anterior es cierto, se ha repetido como una constante desde que el Comandante en Jefe Fidel Castro fundó los Equipos de Investigaciones Económicas en la Facultad de Economía de la Universidad de La Habana, en 1964. O cuando se hicieron los trabajos para formalizar matrimonios en la Ciénaga de Zapata en los años sesenta. O cuando fue necesario crear un equipo de científicos para participar activamente en la organización de las Conferencias Internacionales “Girón 40 años después” y “La crisis de Octubre 40 años después”. O, como ahora, en que el Gobierno busca el auxilio de las Ciencias Médicas, las Ciencias Matemáticas y de las Ciencias Económicas para situar solo algunos ejemplos.

Sin embargo, ahora el proceso de acercamiento a las Ciencias Sociales y Humanísticas que se viene produciendo, tiene un carácter mucho más profundo y diríamos sistemático, de urgencia, respondiendo, consideramos, no solo a las necesidades actuales, sino más que ello también al grado de madurez alcanzado, por la comprensión que  han ganado los científicos sociales, pero sobre todo los políticos acerca la necesidad de trabajar juntos.

Así como a las exigencias que los cambios económicos actuales reclaman, dentro de un mundo extraordinariamente complejo, lleno de peligros y frente a una administración norteamericana, que se ha propuesto llevar la política de Estados Unidos, a su periodo de agresividad absoluta, lo cual se ha expresado en la consigna “América para los americanos”. Y que en el caso de Cuba ha significado un activo retroceso de lo que se había logrado en las relaciones entre Cuba y Estados Unidos durante la administración de Barack Obama.

La importancia de la teoría

No es difícil en un país, incluso como el nuestro, escuchar aun frecuentes diatribas en contra de la teoría. Me pregunto, ¿de qué modo podremos llegar a ser un “país de hombres de ciencia y de pensamiento”, si menospreciamos la teoría? ¿De qué modo podríamos llegar a obtener una “cultura general e integral”?

Hasta que no sea totalmente superada esa disfuncionalidad cultural, no seremos un país realmente culto, ni tampoco, definitivamente, de hombres de ciencia. Pues este resulta el precio a pagar por tantos años de subdesarrollo, a pesar de todo lo que se ha avanzado, a pesar de lo tan tempranamente que nuestro máximo líder Fidel Castro dijo que, “el futuro de nuestro país debía ser un futuro de hombres de ciencia y de pensamiento”.

Es que, científicamente hablando, siempre será más importante hallar el camino del conocimiento, que el conocimiento mismo, aunque se trate de procesos que no pueden ser separados. Y la teoría desempeña un papel de primer orden en ello.

Es que la ciencia, entre otras de sus funciones fundamentales tiene la de ser capaz de construir modelos de interpretación de la realidad, siendo esa precisamente su más general y principal tarea.

La ciencia no puede ser una bitácora de hechos recogidos al azar que no indiquen ningún camino para la interpretación de la realidad y de sus movimientos futuros. La ciencia tiene que predecir, tiene que ayudarnos a visualizar el futuro; de lo contrario, para que la necesitamos si no es para adelantarnos a lo que pudiera ocurrir en todos los planos de la vida social y cultural, asunto, por demás, de vida o muerte, para un país como Cuba.

Pero, a pesar de complementarse, existen diferencias objetivas básicas, entre la teoría de las ciencias sociales, la academia y la práctica política.

El asunto es que debemos distinguir entre el especialista que busca lograr una comprensión teórica de los fenómenos formulando generalizaciones y proyecciones acerca de su comportamiento político, basándose en un alto nivel de probabilidad, y el encargado de tomar decisiones, para lo que se ve obligado a elegir cursos de acción inmediato.

Es que el encargado de trazar políticas se preocupa por los detalles sutiles, los valores, las fuerzas y las preferencias que operan dentro de una situación particular, formada por toda su realidad existencial más que por la abstracción o la probabilidad. Mientras que el teórico social quiere concentrarse primordialmente en aquellos elementos comunes a muchas situaciones, observando los hechos históricos a largo plazo para extraer del pasado la comprensión del presente y el futuro, los hechos del presente y la predicción de sus comportamientos. Por lo que no es posible escribir un artículo, como el que ahora nos ocupa, sin mencionar al compañero Fidel Castro Ruz.

En cierta ocasión, impartiendo conferencias sobre Cuba, en los Estados Unidos, alguien afirmó que “Fidel en política era un genio, pero que, en economía, era un “out vestido de pelotero”. Le respondí entonces: “dígame, mencióneme un líder en el mundo, un país que, en las condiciones de Cuba, bajo el bloqueo más feroz, por parte de la mayor y criminal potencia imperialista, haya podido sobrevivir, también económicamente, como Cuba”.

No existe ese país ni esa persona.  Fidel ha tenido que dirigir a Cuba, su economía, y sociedad, como no lo ha tenido que hacer nadie en el mundo. Y tanto Cuba, como su economía han sobrevivido. Fidel es un genio de la supervivencia económica y también de la política.

No podemos olvidar quien fue Fidel Castro. Muchos decían y yo lo creo, que viajaba al futuro y volvía para contárnoslo, o que era capaz de mirar y ver, al doblar de la esquina.

Fue un hombre que tuvo la capacidad de planear el futuro de la ciencia en Cuba, porque cuando estábamos literalmente muriéndonos de hambre, durante el llamado “Periodo Especial”, tuvo la valentía y la capacidad de utilizar recursos para construir casi todos los centros de investigación de que hoy disponemos.

Es que, en nadie como Fidel, ciencia y política, lograban una simbiosis tan perfecta. Creo que se trataba, del espíritu visionario de José Martí, que llevaba dentro.

Fidel fue capaz siempre, de adelantarse a lo que los “yanquis” querían hacernos y trazaba la estrategia para vencerlos. Pronosticó Girón, la derrota, como cuando dijo: “tírenles a los barcos”, lo que sirvió para cortarles la retirada a los mercenarios. La Crisis de Octubre, para la que formuló pautas, que, de haberse seguido, la crisis pudo haber terminado de otro modo, pronosticó la caída del Campo Socialista. Llegaba a los lugares, antes de que los ciclones azotaran. Como fue, por ejemplo, una vez, el caso de Pinar del Rio, aunque el ciclón dio una recurva y entonces la gente decía, que el ciclón   le había cogido miedo a la actitud desafiante con que Fidel lo estaba esperando.

Sin la capacidad que tenía Fidel Castro de pronosticar los acontecimientos, de lo cual nos imbuía a todos, estoy seguro que la revolución cubana no hubiera sobrevivido. Pue se adelantó a casi todo, desde los conflictos internos, como los del sectarismo en sus dos etapas, lo que pudo habernos hecho un daño irreparable y haber dado al traste con la Revolución Cubana.

Finalmente, antes de irse físicamente, en su concepto de revolución, nos dejos un legado inconmensurable, que estamos obligados a seguir, si queremos superar esta difícil “encrucijada” en que hoy nos encontramos. Como nos dejó su concepto de la cultura y del papel de los intelectuales en su famoso Discurso “Palabras a los Intelectuales”.

El encargado de trazar política, invariablemente, quiere información detallada acerca de aquellos elementos que son únicos respecto al curso que tiene entre las manos. Los énfasis están determinados, por la posición de cada uno ante la realidad; sobre todo, en cuanto a las urgencias con que se debe operar dentro de ella.

El político, más apresurado por dar respuestas a la coyuntura; el científico, con más relativo tiempo para el análisis, pero acicateado por el necesario avance de la ciencia. Fidel, fue capaz de captar y seguir esa dialéctica haciendo de la política un arte. Y por eso aún estamos aquí. Fidel fue el único líder, en el cual ciencia y política, emergieron en una simbiosis perfecta. Por eso era un genio, en todo el sentido de su expresión científica y política. Por eso fue también un científico.

Estos énfasis, del científico y el político profesional, no alteran la necesidad de que cada uno intente apreciar las modalidades de conocimiento que le son peculiares para ambos, pues ninguno puede permitirse el lujo de desestimar el conocimiento generalizando o particularizado. Ninguno de los dos puede operar olvidándose del otro, pues ambos se complementan objetivamente. Es decir, al margen de sus mutuas voluntades y sus acciones, también responden siempre a un contexto político.

Los teóricos académicos apuntan hacia la comprensión de los fenómenos; los políticos prácticos deben elegir cursos de acción. Los primeros intentan prescindir de los acontecimientos de todos los días, los segundos no pueden hacerlo. Y deben actuar con el carácter de arte que posee la política. Por qué la política es también un arte.

Al teórico le urge buscar, no ya lo excepcional sino lo general y sacrificar las descripciones detalladas del caso aislado, en favor de los modelos más amplios y abstractos que abarquen muchos casos. El teórico, además, debe estar dispuesto a tolerar las ambigüedades y a enfrentarse con las probabilidades, haciéndolo más que con certidumbres absolutas.

Se debe dar riendas sueltas a la imaginación, para tratar con ideas poco comunes, incluso a veces al parecer absurdas, que nos puedan llevar a reflexiones sobre asuntos antes impensados. Estando siempre dispuestos a la aceptación de que podamos estar equivocados.

Entonces, al adentrarnos en la teoría, esta debiera permitirnos predecir algunos fenómenos, al menos, ayudándonos también a llegar a ciertos juicios de valor respecto a ellos.

“Una teoría modelada, tal y como la concebimos, será entonces una herramienta intelectual, que nos ayuda a organizar nuestro conocimiento, formular preguntas significativas y guiar la formulación de prioridades, tanto en la investigación, como en la selección de métodos para llevarla adelante de manera fructífera.” (Dougherty- Sfaltzgarff. P.26).

Esta teoría, por supuesto, estaría en capacidad de suministrar un marco para evaluar las recomendaciones políticas explicitas o implícitas, que abundan en todas las ciencias sociales y humanísticas. Por lo cual, los políticos tampoco pueden prescindir de ella. Porque, en última instancia, un político dotado de las capacidades necesarias, es también un científico y además un artista qué esgrime el arte de la política, como herramienta insoslayable. Porqué la política, sustentada en la ciencia, es el arte de convencer.

A partir de la filosofía de la ciencia, una teoría también se define como una construcción simbólica, una serie de hipótesis interrelacionadas, definiciones, leyes, teoremas, axiomas, variables y constantes, planteándose un enfoque sistémico de los fenómenos y presentándonos una serie de proposiciones o hipótesis que especifican las relaciones entre variables y constantes, a fin de presentar explicaciones y hacer predicciones acerca de los fenómenos futuros.

Por supuesto, las ciencias matemáticas, servirían aquí de idóneo instrumento, aunque no de simple pincel de representación, sino para operar con ellas, sobre la base de descubrir en el objeto de estudio seleccionado los algoritmos, funciones y relaciones, biunívocas o no; ampliar el análisis dialectico que nos permita trazar el modelo de la investigación, elaborar las hipótesis y arribar a conclusiones, aceptablemente fundamentadas y convincentes.

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