Dentro del fárrago de malas noticias y amenazantes situaciones circulando en la actualidad, aparecen atisbos de cordura y voluntad constructivas en un mensaje de Xi Jinping dirigido a Kim Son-un, con una opción que muchos asuntos pudieran tener en un hoy, capaz de ser mejor, y no como el peor anteayer.
Me refiero al ofrecimiento de China de procurar un arreglo político para la situación existente en la península coreana, donde, muy probablemente, sin impertinencias hostiles sería dable un acuerdo más rápido y óptimo entre las dos partes. No con soluciones aparentes como las dadas por Donald Trump, quien pretendió maniatar a Pyongyang, exigiéndole un desarme sin garantías a cambio de burbujas en una tarde ventosa, sino, en este caso, seriamente y en interés de los coreanos, la paz y el progreso de la región en su totalidad.
La respuesta norcoreana fue inmediata, aceptando el ofrecimiento sobre un propósito siempre deseado, pero muerto varias veces debido a imposiciones injerencistas o impares de Washington. Todo emprendimiento constructivo lleva a fines honorables, pero lo dañino y soberbio nace con malformaciones aberrantes.
Tampoco son hermosas las criaturas concebidas con arbitrariedad, pero se impone por aquellos creídos de ser los dioses del Olimpo. Lamentable práctica que se resiste a una extinción y continúa imponiendo maniobras retorcidas sobre problemas que no lo son y si existen se debe a intereses exclusivistas y el egoísmo atroz, de quienes los provocan.
Las diferencias entre las dos coreas no impiden el logro de buenas relaciones y ni siquiera de la reunificación, aunque cada cual mantenga su preferencia socio-económica vigente. Es posible, y las interacciones entre ambos trozos de dos países que fueron y están destinados a lo indiviso, elevarían sus capacidades propias y las territoriales ventajosamente.
Asociaciones de ese tipo son posibles y hay prueba en los vínculos sino-rusos. De visita en Beijing, Serguei Lavrov se refería a esa particularidad al estimar: “El modelo de interacción entre Rusia y China es absolutamente libre de cualquier obstáculo ideológico. Es de naturaleza intrínseca, no sujeta a ningún factor oportunista ni dirigida a ningún tercer país”.
El avezado canciller hacía referencia al Tratado de Buena Vecindad y Cooperación Amistosa China-Rusia que pronto cumple 20 años de ventajosa existencia.
Pero hasta lo muy propicio, se transforma en amenaza a los ojos de Estados Unidos. En la Guía Estratégica de Seguridad Nacional, divulgada a inicios de marzo por la nueva administración norteamericana, se admite que China es el antagonista por excelencia, capaz de combinar “poder económico, diplomático, militar y tecnológico para plantearles un serio desafío”. No califican al gigante asiático de competidor en buena lid, sino de enemigo. Eso, lametablemente, no es un asunto semántico sino una forma de apreciar (o tergiversar) realidades.
De similar manera consideran que Moscú aumenta su influencia en la escena mundial y debe ser contenida. No tiene derecho a seguir creciendo desde los escombros de la URSS, según el criterio manejado por la Casa Blanca que no soporta la competencia ni tolera el encumbramiento per se de nadie. A falta de recursos más legítimos emplea un sistema de sanciones que de seguir elevándose hará intransitable este espinoso tiempo.
Juzgando algunos nuevos castigos impuestos a Moscú, o irreverentes calificativos contra Vladimir Putin, se llega a planos oscilantes entre lo injustificado de suprimir relaciones económicas ventajosas, y el absurdo, de prohibirle a las empresas norteamericanas vender armas al gobierno ruso, cuando en realidad el Kremlin ni las pide ni las necesita.
En su visita a Beijing, Lavrov hizo referencia al desarrollo alcanzado por varias naciones de peso, estimando que esos avances vienen acompañados por profundos cambios que transforman y diversifican los polos de influencia económica, financiera y por supuesto, el orden político.
“(…) Estos desarrollos aventajados, están conduciendo a la formación de un mundo realmente multipolar y democrático, pero, por desgracia, son obstaculizados por los países occidentales, principalmente por Estados Unidos”, en su afán imponer sus intereses, voluntad y requisitos políticos, su visión y pautas particulares de cualquier tema a las restantes naciones.
No son necesarios ejemplos, pero si se necesita, en este momento aparecen la reiteración (heredada de la era Trump) para que Europa le compre a Estados Unidos el caro y menos viable gas de esquisto, en detrimento del combustible natural ruso y forzando la decisión con coacciones dirigidas a a las empresas del Viejo Continente involucradas en el negocio del oleoducto North Stream 2.
De corte parecido es la amenaza a la India si compra sistemas antiaéreos a Rusia. No se trata de la competencia habitual, admisible, entre fabricantes, sino de forzar las cosas coartando tanto a quienes venden como a los compradores. Y para ello intimidan, prohíben o acusan con medias verdades o falsedades enteras, aun cuando las suyas están engordando desmesuradamente.
En una entrevista previa, Lavrov hizo hincapié en que Pekín y Moscú buscan un orden internacional “justo y democrático que se rija por las interacciones entre los países”, señalando hacia las bases y el éxito de vínculos civilizados entre exponentes de disímil ideología.
Nada es perfecto, pero el entendimiento racional, la convivencia pacífica es más barata y sana que el continuo enfrentamiento y la descalificación de aquellos con quienes es posible entenderse. Ver siempre una viga en el ojo ajeno cuando se tiene tantísima basura en el propio, puede concluir encegueciendo.