Creo que lo primero es situarnos en el contexto global en el que estamos viviendo, porque de aquello deviene el hecho de que hoy se haya tergiversado el rol de los medios de comunicación en la sociedad.
Pero me refería a que debemos entender el contexto geopolítico en el que estamos viviendo y su principal contradicción, que es la disputa por la hegemonía mundial y, en este caso, la vemos reflejada en una de las guerras comerciales más grandes de la historia, la que libran Estados Unidos y China.
En respuesta al actual cuadro geopolítico mundial, el gobierno de los Estados Unidos necesita a América Latina bajo su total dominio, y actualmente, en nuestra zona, en nuestro territorio geopolítico, el continente americano, la dominación y hegemonía norteamericana es un hecho, es una realidad.
Esto es especialmente intenso en el campo de la industrialización y mercantilización de la cultura; en la propiedad de los medios de comunicaciones realmente existentes; en la cantidad y en la calidad de los mensajes que, mayoritariamente, inundan los territorios de nuestras naciones y pueblos.
Pero es necesario hacer un poco de historia.
Tras la caída de los muros del campo socialista, cuando el capital especulativo financiero se apropia de la economía mundial en corto tiempo (ciclo que Marx previó y pronosticó con extrema claridad), deviene simultáneamente el surgimiento de una estrategia paradigma político, cultural, comunicacional, que trata de imponer la idea de que la globalización generaría nuevas democracias en el campo del conocimiento, de las tecnologías, de las redes, de los saberes y de la Cultura.
El campo neoliberal se hizo fuerte con la idea y el paradigma de que este nuevo ciclo de la humanidad generaría grandes espacios horizontales y el surgimiento de diversidades múltiples; comunidades y aldeas globales diseñadas a pincel por teóricos y filósofos de ese mismo campo, como Fukuyama (El fin de la historia) Marshall McLuhan (“El medio es el mensaje”). Que, en el marco de esa globalización, los territorios para las identidades, las aldeas, los pueblos y naciones tendrían más espacio para una imbricación con las grandes tendencias de la civilización, hegemonizadas en el autodefinido mundo occidental.
En rigor, más allá de nuevos formatos, lo que hoy existe es una tendencia predominante a la estandarización, a la homogeneidad; y las nuevas tecnologías y la sistematización de datos se usan en el contexto de las estrategias de dominación y de paradigmas de control y direccionalidad de conductas, y saberes.
El tema es que ya no solo se definen las opciones del conocimiento y de la información… sino el qué pensar y cómo pensarlo.
La transnacionalización del sistema mediático (salvo excepciones como Cuba y los intentos de nuevos sistemas de medios en Venezuela, Argentina, Uruguay, Ecuador y Bolivia) es una tendencia creciente, y genera lógicas y dispositivos de mediano y largo plazos.
Los sujetos sociales, que tenazmente han resistido y han continuado perviviendo y abriendo brechas; los pueblos, como sujetos de identidad nacional, también han resistido, pero es evidente que la ofensiva neoliberal y posmoderna persiste.
Este es, esencialmente, el territorio real en el cual se debe considerar una contracultura; la construcción de subjetividades e identidades populares y de mayorías nacionales, la batalla por incidir y hasta cambiar los espacios mediáticos y de control transnacional.
Roland Barthes, semiólogo proveniente del estructuralismo marxista francés, hace ya un buen tiempo develó que los procesos comunicacionales originados desde el sistema mediático, especialmente, plantean el desafío de la construcción de mensajes en donde, propiamente, se pueden alcanzar grados de verosimilitud (que no es lo mismo que verdad ontológica y cognitiva) y que pueden cubrir el rango de una lógica: mentira-verdad; verdad-mentira.
Hoy, el campo de la mediación neoliberal y posmoderna ya ha desarrollado procedimientos, tecnologías, saberes que potencian para sus intereses y paradigmas lo que Barthes señalaba a finales del siglo pasado.
No son propiamente las tecnologías en sí, son sus aplicaciones, sus puntos de referencia, sus diseños, sus procedimientos, en fin, es el sistema de mediación en su conjunto, que no es lo mismo que el sistema de medios, el que ha tomado especial relevancia en las estrategias de dominación. Las posibilidades de control y de direccionalidad son mucho mayores, y se han incrementado las estrategias de uso. La denominada construcción de realidades, la tan mentada posverdad que, en definitiva y sin eufemismo, es la construcción verosímil de mentiras.
Son expresión de diseños y estrategias que inundan el sistema de medios; las redes; los territorios… en definitiva, el sistema global de mediación-dominación.
Ciertamente, es urgente el diseño de estrategias de contracultura hegemónica.
El punto es que estas estrategias deben, necesariamente, contar con soportes y dispositivos de poder. De poder político y comunicacional.
Del mismo modo, ser expresión sustantiva de sujetos socio-políticos que, en su accionar, deben apuntar a la disputa de las hegemonías culturales desde lo cotidiano.
Las experiencias de Bolivia, de Cuba, de Uruguay, de otras naciones, muestran que el tronco identitario-histórico-cultural es la base, la raíz de un diseño de contrahegemonía. La denuncia es muy relevante, pero en las actuales circunstancias, es insuficiente.
La propuesta, entonces, es involucrar, en toda su complejidad, a los sujetos de la construcción de subjetividad, desde el campo llano, desde la comuna, desde el territorio.
Si bien es necesario utilizar los medios de comunicación masiva, redes, prensa etc., debemos tener claro que, en atención a lo que señalaba anteriormente: “La hegemonía mediática nos dirige qué mirar, qué pensar y cómo pensarlo”, esos mensajes solo llegarán a nuestros seguidores convencidos a priori de nuestros argumentos, por eso se hace imprescindible no abandonar el territorio, la calle, la construcción de subjetividad con los ciudadanos y ciudadanas como protagonistas de los procesos en vivo y en directo.
Bien Florencia, la participación del pueblo organizado, en los territorios, en los cabildos, en los movimientos sociales, aseguran una Constitución Política que represente la auténtica soberanía popular.