En las ruinas de lo que fue un monasterio desde el siglo VI hasta el XI habita el símbolo del castellano —del idioma español—, que hoy hablan cerca de cuatrocientos millones de personas. Allí, en las cimas de Suso —una edificación aflorada sobre las cuevas que habitó en el medioevo el pastor ermitaño San Millán (473-574)— fueron encontradas las llamadas Glosas emilianenses, en cuyo códice 60 aparecen escritas notas en esa lengua y dos frases en eusquera.
La evidencia más contundente está en el folio 72 del libro: en su margen derecho aparecen escritas 43 palabras seguidas y con sentido, traducidas del latín. Se trata de una plegaria, una oración a la Santísima Trinidad, y las referidas frases en eusquera, que también pueden observarse en distintos folios, no relacionada una con la otra.
Este es el texto y su traducción al castellano:
“Cono aiutorio de nuestro dueno dueno Christo, dueño Salbatore; qual dueno get ena honore et qual duenno tienet ela mandatione cono Patre cono Spiritu Sancto enos sieculos delo sieculos, facamus Deus Omnipotes tal serbitio fere ke denante ela sua face gaudioso segamus. Amén”.
Con la mediación de nuestro Señor, don Cristo, don Salvador, que comparte el honor y la jerarquía con el Padre y con el Espíritu Santo por los siglos de los siglos, Dios omnipotente nos haga servir de tal manera que nos encontremos felices en su presencia. Amén.
Las otras dos anotaciones, hechas por el mismo monje, en vascuence, dicen:
“izioqui duguguec aiutuezdugu”
Hemos sido puestos a cobijo, hemos sido salvados a nosotros no se nos ha dado ayuda.
Probablemente, el origen de estas glosas fue el de hacer añadidos en lengua castellana a un texto latino que un monje leería al pueblo, pues en la España de finales del siglo X las personas más cultas (el clero, la nobleza) hablaban ese idioma, aunque el resto de los habitantes lo estaban convirtiendo en castellano romance, que derivó al español actual.
El original de este códice —el documento más antiguo que se ha encontrado hasta la fecha escrito en esas dos lenguas— reposa desde 1821 en la Real Academia de la Historia, en Madrid.
Suso y Yuso
A Suso, se llega tras ascender una cuesta de un kilómetro y medio de longitud, rodeada de un follaje intenso. El claustro primigenio fue construido en el siglo VI, aunque se fue ampliando hasta el siglo XI. En el templo se observan todavía los estilos visigótico, mozárabe y románico. Por su significado lingüístico el lugar fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 1997.
La edificación —construida en piedra con aparejos de sillería, sillarejo y mampostería— consta de un pórtico y un interior de estilos prerrománicos y mozárabes, y está emplazada bajo las cumbres nevadas del Monte San Lorenzo (2.262 metros de altura), en la comunidad autónoma de La Rioja, España.
A lo largo de su historia ha sufrido notables transformaciones y sólo conserva en pie lo que fue la iglesia del monasterio, a la que se accede desde la fachada oriental por un pórtico adosado al Sur. Las cuevas son la parte más antigua. Impresionan los sepulcros de personajes anónimos, apiñados y superpuestos.
Otro monasterio, el de Yuso (el de abajo), fue erigido en el siglo XI para ampliar el de Suso (arriba). De aquel inmueble no queda nada construido, y el actual, de más de 6000 metros cuadrados, fue reedificado durante los siglos XVI, XVII y XVIII.
En sus dominios, se amparan las reliquias de San Millán, valiosas obras de arte y una biblioteca y archivo considerados entre los mejores de la España monasterial, que consta de unos trescientos documentos originales.
Desde el siglo XI hasta 1895 residieron allí frailes benedictinos que bajaron de Suso. Fue con la desamortización[i] de Mendizábal cuando fueron expulsados y entonces la casa permaneció abandonada durante 43 años, hasta que en 1878 llegaron los padres agustinos recoletos, que llevan 125 años en el Monasterio de Yuso.
Por los predios del enclave deambulan los frailes agustinos recoletos que lo habitan todavía. No alcanzan la decena, pero otorgan al lugar la autenticidad del ambiente sacro que el clima frío de montaña reafirma y que la edificación abriga, y con el que permea el olfato una mezcla de vahos emergentes.
Pero, en definitiva, es el pequeño códice —donde aparecen escritas las primeras palabras en lengua castellana y vasca—, y la historia que relaciona a ambas edificaciones, el punto de convergencia de Suso y Yuso, los monasterios de San Millán de la Cogolla, que desde sus muros son capaces de dar al visitante una idea de la tridimensionalidad del tiempo y del efluvio y antigüedad de la sabiduría.
Nota:
[i] Consistió en poner en el mercado, previa expropiación forzosa y mediante una subasta pública, las tierras y bienes que hasta entonces no se podían vender, hipotecar o ceder y que se encontraban en poder de la Iglesia católica y las órdenes religiosas.
(Tomado de Cuba en Resumen)