Le invito a bocetar primarias lecturas sobre esta foto de retrato. Si acepta, probablemente querrá compartir sus impresiones. Algunas podrían ser soportadas por escrituras semióticas, decodificadoras, narrativas o conceptuales. Y claro está, caben también las espontaneas.
Pudieran ser contestaciones narrativas surgidas por el pasto de delgadas sensaciones, o emerger también de los múltiples contextos y anclajes que entroncan con el personaje de la instantánea. Estos relatos aflorarían, casi siempre, tras el trazo oblicuo de la mirada.
Sin pretender incitarlo a escribir un portentoso ensayo, pudiera redactar apuntes o ideas en forma de notas. O cuerpos de textos resueltos con sobrias adjetivaciones (Alejo Carpentier no estimulaba su protagonismo en la escritura), complementadas con agitados verbos, singulares pronombres. Y claro está, sólidos significados semánticos. Le convido a que sean delineados con sustantiva redacción, coherente con los cánones de la buena escritura.
Mientras “dialoga” con la foto me adelanto con mis primeras líneas, quizás para pulsar en usted un abanico de plurales respuestas. Toda imagen significante exige un texto frontal ante la incursión de probables y trasnochados abordajes. Le convido a no dejarse llevar por interpretaciones cansadas o respuestas hibridas venidas de la simbología y la narrativa postmoderna.
Eso sí, “y en esto soy irreductible —como sentenció Darío Grandinetti en el filme El lado oscuro del corazón, del genio Eliseo Subiela— no le perdono, bajo ningún pretexto, que no sepa volar”.
Le revelo la primera de mis lecturas. Estamos frente a un “toro bravo” dispuesto a truncar vuestro andar y los cimientos de su gustosa calma, que le avista en su pausado transitar y entiende ¿entiende? que está frente a un “objeto” a abatir, pues su contorno deambulante es una “sólida” amenaza para la hegemonía de “su territorio”.
Este es un arrebato que distingue a sus semejantes, siempre dispuestos a desplazar de sus dominios a quienes “irrumpan” “territorios propios”, siempre imprecisos, conocidos comportamientos y las causales que lo desatan.
Otra lectura, la segunda. Su poderío y capacidad de respuesta ante el “peligro” es resuelta, bestializada y voraz, reacciones propias de un animal que reacciona con fuerza bruta, signo de su naturaleza social y biológica.
Una tercera lectura, no menos importante. Es su “poderío” como el de un ejemplar en celo ¿En celo? No. Ese estado es para él “insospechado, infinito e inconfesable”. En cambio, los toros desencajan su comportamiento: se enfrascan en beber agua y rumiar en los pastos que pueblan sus variados entornos, esenciales para su evolución nutricional.
¿No lo advierte usted en la foto? El “animal” afina sus potentes cuernos. Con ellos podría embestirlo y provocarle severas lesiones corporales. Los toros carecen de un cerebro avanzado y no son capaces de articular un pensamiento consciente.
Ambos son bestias dispuestas a arremeter contra toda “pieza humana”. Tienen también como blancos alternativos objetos de dura construcción. Estos mamíferos no perciben notables cambios cuando se trata de tronchar todo lo posicionado a su alrededor. Una diferencia: los toros están impedidos de discernir entre algunos colores.
Les caracteriza unos instintos atávicos de defensa y temperamentales —la llamada “bravura”—. Sus atributos físicos: los cuernos grandes que enfilan hacia adelante y el potente aparato locomotor que los soportan. Estos, obviamente, respaldan su agresivo comportamiento.
El personaje objeto no es un “toro salvaje”, tampoco es una bestia de portentosas extremidades y cuernos descollantes. Lo he decorado con algunos atributos que lo definen; otros no tanto.
Esta bestia radica habitualmente en el edificio de la Secretaría General de la Organización de Estados Americanos. Un inmueble ubicado en 1889 F Street, N.W., Washington, D.C. 20006, Estados Unidos. Para ser más precisos, en la esquina de 19th y F Streets.
El “toro” Almagro es todo un experto en estimular y legitimar Golpes de Estado en Nuestra América. Su mayor “obra de arte”, la materializada contra el Presidente Constitucional Evo Morales en noviembre de 2019.
Imagino la risotada de este bárbaro ante algunas de sus fechorías: 36 víctimas fatales, más de 800 heridos y otros 1.500 detenidos ilegalmente en el Estado Plurinacional. Son parte de los actos materializados por la expresidenta de facto Jeanine Áñez y sus secuaces. Calculo cuantos whiskys americanos se habrá tomado el animal para celebrar todas las sumas de sus “actos civilizatorios”. Seguramente vivió toda una escalada de resacas inconfesables.
La bestia —más bien bestiecilla— practica la palabrería intervencionista y se atribuye el acto de socializar narrativas o palabrerías tecnocráticas, que asume discursar en nombre de “todos los países miembros” de la OEA.
Entre los principios que rigen a esta vergonzosa organización está el “fomentar el diálogo, el consenso y la solución pacífica de las controversias que evolucionan en el hemisferio”, sin polarizar a la ya dividida Organización de Estados Americanos. El “Secretario General”, suele ir al váter con los estatutos que sustentan a esta cosa. Según fuentes del entorno de Almugre, como también se le conoce, este encargó imprimir sus principios en papel higiénico fabricado con suave textura, para no afectar sus partes más íntimas.
Eso sí, no deja de hacer —cada semana— una “labor” que encuentra encantadora. Es una encomienda que revela su pasión, dedicación y compromiso por las urgencias de la región.
Llega todos los lunes a la Casa Blanca, se quita el saco VIP que cuelga en una percha expresamente diseñada para la ocasión y limpia los zapatos del inquilino del Despacho Oval. No importa cuál sea el mandatario de turno. El emperador ha de tener, siempre, sus zapatos lustrosos. Es un asunto de “Seguridad Nacional”.
Cuando concluye su “faena”, que implica un par de horas de cuidada aritmética, se pone con esa misma devoción a lustrar los calzados del Secretario de Estado de los Estados Unidos y del jefe de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés).
Le convido a fijarse en la lengua del “toro”. Es de un tono negruzco, cada vez más intenso.
Es realmente repugnante Mr. Almagro.