Vestido aún con traje de campaña, el teniente coronel Hugo Rafael Chávez Frías entró a los hogares de millones de venezolanos la mañana del 5 de febrero de 1992. La cámara de televisión enfocó el rostro ceñudo del militar buscando desentrañar, a golpe de primera vista, las verdaderas intenciones de quien la víspera había osado poner al país en vilo al tratar de tomar por asalto el palacio presidencial de Miraflores. Con voz grave, pausada, segura, se dirigió a la nación en poco más de un minuto y en una parte de su alocución dijo:
“Compañeros, lamentablemente, por ahora, los objetivos que nos planteamos no fueron logrados en la ciudad capital (…) Ya es tiempo de reflexionar, y vendrán nuevas situaciones, y el país tiene que enrumbarse definitivamente hacia un destino mejor”.
Aquel “por ahora” caló profundo en el pueblo venezolano. El joven militar asumía la responsabilidad del fracaso sin renunciar a la posibilidad de insistir en el empeño de hacer realidad la utopía latente y compartida por millones de sus compatriotas; asimismo, le dio nuevo sentido a la expectativa colectiva, pues hablaba en clave de esperanza y revancha, aludía al fin de una época y anunciaba el advenimiento con luz de aurora.
La valentía y contundencia de aquella breve declaración hizo pública las potencialidades comunicativas del inesperado outsider político capaz de moverle los cimientos a la arquitectura política de la IV República.
¿De dónde había salido aquel “indio golpista patienelsuelo” con ese pico subversivo?, se preguntaban nerviosos los oligarcas.
Fue tal vez el afán por ayudar a mitigar la precaria situación económica hogareña lo que despertó desde niño las dotes de comunicador de Hugo Rafael. Por entonces lo llamaban “el arañero”, pues iba por las calles de su Sabaneta natal pregonando los dulces de lechosa elaborados por su abuela Rosa Inés.
Intuitivo, avispado, locuaz, obstinado, tenaz, carismático, desde niño se apropió de la oralidad y la mística del llano venezolano. Hijo de padre y madre maestros, se hizo un voraz lector, en especial de la historia patria y alimentó así la devoción por Simón Bolívar. Se conocía al detalle la geografía del país más allá de las torres petroleras y recorriendo los campos de Barinas conoció de cerca la pobreza “… y desde chamo me juré combatirla a cualquier precio”, dijo una vez.
Siete años después del 4F y ya en la campaña electoral por la presidencia de la República en 1998, cuando los medios de comunicación privados trataron de ignorarlo, silenciarlo, se lanzó como un juglar llanero a recorrer el país, de pueblo en pueblo, para exponer su programa de gobierno.
Desde entonces, Chávez se mostró tal cual ante los venezolanos rompiendo así el canon hipócrita del politiquero tradicional; es decir, él era un hombre de carne y hueso sin pretensiones paradigmáticas de héroe o santo redentor. Se manifestaba de igual a igual sembrando así la confianza mutua entre el líder y el pueblo. Prometía desde un discurso predominantemente oral construir entre todos un futuro: la materialización de la utopía bolivariana nacionalista, antimperialista.
A partir de entonces y sobre marcha apresurada, el naciente líder bolivariano entendió que la comunicación política devenía estrategia fundamental para la consecución de sus objetivos emancipatorios a partir de los dos elementos más distintivos y dinámicos de la política en nuestros días: la ampliación de la esfera pública en ese ámbito y el espacio creciente otorgado a la comunicación bajo la apoyatura decisiva de los medios de cara a la formación de la opinión pública.
En tal sentido, el nuevo gobernante tuvo que enfrentar y conquistar una sociedad profundamente marcada por la hegemónica cultura de masas globalizada con fuerte acento estadounidense; también con un ideal de clase media trasnochado enraizado en la bonanza petrolera de los años setenta del siglo pasado, fundamentos de un orden cognitivo y moral que al mismo tiempo había devenido sistema de poder burgués.
Desde muy temprano supo que debía contar con un proyecto comunicativo contrahegemónico para llevar a cabo sus propósitos y, al mismo tiempo, enfrentar la colosal maquinaria propagandística de sus enemigos internos y externos. Estos hicieron su primera prueba de fuerza en grande con el fracasado golpe mediático-militar de abril de 2002. De esa experiencia surgió el sistema de medios de información y comunicación bolivariano cuyo centro de gravedad recayó en el conductor de la Revolución Bolivariana.
Resulta relevante la capacidad de autosuperación desplegada por el mandatario bolivariano. Según el político y periodista José Vicente Rangel, adquirió una solvencia intelectual impresionante que empleó hábilmente tanto en la tribuna popular como en la diplomática. A su juicio ha sido el presidente venezolano que más estudió en el ejercicio de su mandato.
Si el discurso es la expresión concreta y concentrada del poder simbólico, el Comandante bolivariano vertebró su narrativa política de manera altamente polarizante. Por un lado, sobre la reivindicación y dignificación de los oprimidos con el cual persiguió persuadir a sus seguidores a través del relato heroico de la dignificación del oprimido; y, por el otro, confrontar a la oligarquía criolla pronorteamericana, los medios de comunicación privados y al imperialismo yanqui; asimismo, desmontó hasta pulverizarlo el mito burgués de la Venezuela feliz sin conflictos de clase.
Chávez devino político intuitivo, astuto y sagaz con conocimiento de la estrategia militar y capaz de usar eficientemente su carisma a través de la seducción mediática. Él mismo fue el medio y el mensaje.
La democracia participativa, una de las líneas maestra del gobierno bolivariano, también tomó cuerpo mediáticamente con el programa Aló Presidente. En su contacto semanal con el pueblo por la televisión y la radio, el líder se sintió a sus anchas: divertido, pedagogo, amigo, convocaba a hacer una ola, cantaba y con él el pueblo, conversaba, tomaba café, hacía un cuento, una broma, reía, evocaba a Cristo, recordaba a Bolívar, hablaba en directo con la población para escucharlo y dar curso inmediato a sus inquietudes y quejas, llamaba a rendir cuentas a un ministro, criticaba a otro, pedía opinión a la ciudadanía sobre los planes del Ejecutivo, rendía cuenta de su labor, orientaba tareas, hablaba de la situación internacional. Desataba un verdadero maratón de información que por momentos parecía caótica, pero guardaba una lógica reflexiva rigurosa concadenada.
Otro ejemplo de su accionar comunicativo lo encontramos en el espectáculo político-mediático que logró manejar con absoluta solvencia. Júbilo, fervor, unanimidad, contagio se convertían en elementos claves de ese tipo de encuentro. Bastaría recordar las multitudinarias concentraciones en la caraqueña avenido Bolívar donde una multitud bautizada por Chávez como “la marea roja” cantaba, bailaba al compás de ritmos diferentes, pero coincidentes en el mensaje de sus letras en medio de un escenario con carteles, banderas, pendones, gigantografías que aludían también a combatir a la oligarquía, al imperialismo, brindarle apoyo a la revolución. Todo este ambiente conseguía crear una atmósfera festiva y de comprometimiento que llegaba a la apoteosis cuando el Comandante hacía entrada a la tribuna y con los brazos abiertos y extendidos al pueblo exclamaba: “¡Un abrazo bolivariano!”
En su forma muy sui géneris de comunicarse con el pueblo, Chávez fue portador de expresiones breves y contundentes de alta densidad política que definían el campo de actuación revolucionaria, por ejemplo, “¡Vamos con todo!“, ¡Oligarcas, temblad!”, “Con Chávez manda el pueblo”, “Ahora Venezuela es de todos”.
Usaba disímiles recursos en el discurso: énfasis, emotividad, ritmo, balance, reiteración, ejemplificación. Su narrativa tomaba por base las experiencias de la cotidianidad en su contexto y promover con ello la reflexión, el razonamiento colectivo para hacer partícipe al pueblo del discurso a partir de la relación dialéctica gobernante-ciudadano.
Uno de los rasgos distintivos del discurso del líder bolivariano descansó en el empleo de la ironía y la desacralización del enemigo. Bastaría recordar su memorable intervención durante la Asamblea General de la ONU en su LXI sesión, el 20 de septiembre de 2006: “Ayer el diablo estuvo aquí, en este mismo lugar. Aquí huele a azufre todavía”, refiriéndose a George W Bush a quien también llamó Mr. Danger, aludiendo al personaje de la novela Doña Bárbara, del venezolano Rómulo Gallegos.
El Comandante se apropió para su accionar comunicativo de las nuevas tecnologías. En la madrugada del 28 de abril de 2010 recorrió la comunidad tuitera un mensaje inesperado: “Epa, qué tal? Aparecí como lo dije: a la medianoche. Pa Brasil me voy. Y muy contento a trabajar por Venezuela. Venceremos!!” Este fue su primer mensaje de los 1 824 que emitió hasta su muerte en combate contra el cáncer. Fue así como se insertó como uno de los exitosos pioneros en el ejercicio de la ciberpolítica como espacio de lucha de las ideas.
@chavezcandanga devino conexión directa entre el líder y sus seguidores no solo en Venezuela sino en todo el mundo con más de 4 millones de tuiteros. De esta manera el gobernante se convirtió en el primer Presidente de Latinoamérica con más seguidores a escala mundial.
La intensa y singular actividad comunicativa de Hugo Chávez marcó un hito y lo convierte en el principal referente en este ámbito para la izquierda latinoamericana en el presente siglo. Los aportes sustantivos que hizo el líder bolivariano a la comunicación política siguen esperando por un estudio más integral y convertirlo en una acción más resuelta. La deuda, Comandante, sigue en pie.