Quien conozca a Charly Morales no dejará de leer estas líneas hasta el final. Lo motivará la curiosidad. ¿De qué irá la conversación? ¿Qué anécdota contará? ¿Lo negará todo, como Joaquín Sabina, o responderá, a cuenta y riesgo, como Frank Delgado?
Para quienes no lo conocen, debemos intentar, en apenas un párrafo, hacer un retrato suyo. No podemos afirmar, a ciencia cierta, qué pasaba por su mente en las clases que recibió en esa vieja casona de G, donde tenía su sede la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana, en la que se le vio habitar por cinco años. A ese lugar regresó en innumerables ocasiones, ya graduado, para ofrecer alguna conferencia, sentarse en un pasillo a conversar o simplemente para compartir en una de las tantas y legendarias peñas de trova «Atrapando espacios». Cuenta la leyenda que integró el consejo editorial de una publicación estudiantil víctima de la censura, y que fue condecorado por la Orden de Caballeros. Lo cierto es que nunca faltó a un juego deportivo, a un festival de cultura, a los debates diversos que se suscitaban en las «Cuevas de Lázaro», nombre con el que él mismo rebautizó a la residencia estudiantil de F y 3ra., y que desde hace ya casi dos décadas se desempeña como corresponsal en Prensa Latina.
Iniciamos este ring de preguntas y respuestas con un singular periodista al que sus padres llamaron Carlos Morales Valido, pero al que todos conocen por Charly.
Nací en 1979, en Santa Clara. Aquel año Las Villas ganó la Selectiva de béisbol, y de fútbol solo se hablaba —si acaso— entre Mundial y Mundial. Para los fiñes del barrio era religioso jugar pelota todas las tardes, y los fines de semana casi desde que salía el sol. A los ocho años me detectaron la miopía y fui el clásico niño de los espejuelitos, que encima leía el periódico y cuanta historieta cayera en sus manos. Podría decirse que fui medio bitongo, y los pocos regaños (duros) que me dieron, fueron por robarme libros de la biblioteca provincial. Me becaron en 1994, cuando el Período Especial empezaba a apretar, pero fue una etapa linda, de hacer nuevas amistades y afianzar las viejas, las del barrio, las que no se destiñen. Se me daban bien las letras, hacer amigos y el baloncesto, pero era un «cafre» para las ciencias y un «pasmao» para las novias.
¿Por qué decides estudiar Periodismo y por qué hacerlo en La Habana?
Desde niño me gustaba coleccionar recortes de periódicos sobre diversos temas, en particular de béisbol, pero también cosas de cultura. Siempre he dicho que mi formación cultural tiene mucho de «pop», porque bebí de fuentes subestimadas y menospreciadas como el comic. Supongo que el interés por el
periodismo nació de mi amor por el deporte, de mis ganas de ser parte, de alguna manera, de proezas que nunca protagonizaría. Creo que comencé a pensar en serio en hacerme periodista durante los Olímpicos de Barcelona: quería vivir algún día algo así.
El tema de la capital fue circunstancial. Cuando terminé el preuniversitario, de entrada, no se llamaba Periodismo, sino Comunicación Social, algo que desconocía, pero que no me desagradó. En aquellos años, los últimos del siglo xx, solo se estudiaba en la Universidad de La Habana y en la Universidad de Oriente; por cercanía me tocó la capital. Así fue como desembarqué, tras un año de verde (en el Servicio Militar Obligatorio) en las benditas «Cuevas de Lázaro».
Al terminar quinto año, ¿cómo resolviste la disyuntiva: regresar al terruño natal o alquilarte en La Habana?
Durante la carrera siempre pensé que volvería a Santa Clara. De hecho, en las vacaciones me iba de «fresco» para la emisora CMHW y para el periódico Vanguardia, para tratar de aprender lo que no te enseñan en el aula. Había buenos profesionales en Villa Clara que fueron un gran referente, pero eran otros años, no existían las posibilidades de ahora y le cogí miedo a caer en una rutina, a llegar hasta un punto y acomodarme allí, a aburrirme.
Por otro lado, fui un estudiante bastante vinculado a los medios. Desde la radio C.O.C.O. hasta la Editora Abril, pasando por cuanto proyecto periodístico se gestaba en «la Facu», me acostumbré a un frenesí de producción que luego encontré en la agencia, un medio al que nunca le presté demasiada atención y que acabó volviéndose mi pasión. Me gradué con una tesis sobre periodismo literario. Me veía escribiendo reportajes en Alma Mater, pero me ubicaron en Prensa Latina. Lo que empezó siendo la alternativa para quedarme en La Habana, se convirtió en un amor que ya va para dos décadas.
¿Cuán difícil fue vivir parte importante de tu juventud de alquiler en alquiler? ¿Cuánto afectó o benefició a tu profesión esa vida nómada?
Empecé a vivir alquilado con 23 años, de los cuales llevaba casi ocho becado. El alquiler en sí no es un problema; el problema es cómo pagarlo, la falta de garantías, la incertidumbre, la posibilidad real de que te tengas que ir de allí de un día para otro… Mi primer alquiler fue de 500 pesos, una cifra que ahora sería irrisoria, pero entonces ganaba 198 pesos. No hay que ser muy brillante para ver que la cuenta no daba. Sobreviví el año de Servicio Social haciendo malabares, y nunca me faltó el oportuno «salve» familiar.
Cuando pienso en esos años de nómada, no lo hago con resentimiento ni victimismo. El saldo para mí siempre es positivo, porque una vez que aprendes a vivir sin dar las cosas por sentado, respondes mejor a los escollos que puede ponerte, y eventualmente te pone, esta profesión. Como cuando tuve que irme en un minibús desvencijado hasta un pueblito de República Dominicana a cubrir un pre-Mundial de baloncesto, o cuando llegué a Berlín y descubrí que me habían robado la cartera con todo mi dinero.
Empiezas tu vida laboral en Prensa Latina, una agencia que nació marcada por la militancia en ella de reconocidísimas figuras del periodismo latinoamericano: Jorge Ricardo Masetti, Gabriel García Márquez, Rodolfo Walsh. ¿Cuánto pesa esa herencia periodística?
Recuerden que llegué a Prensa Latina casi de casualidad. Y, claro, es inevitable el legado de esos grandes, pero en mí pesó más la impronta de los profesionales que conocí al llegar allí, y que hicieron historia desde el anonimato. Masetti, Gabo y Walsh estuvieron apenas en los orígenes de una agencia que tiene ya más de seis décadas de labor ininterrumpida, siempre reportando y reinventándose. Por sus redacciones y plazas han pasado maestros del periodismo, curtidos en el «diarismo» y con el bagaje para el análisis, la crónica, la inmediatez…
Ahora se habla mucho del periodismo multimedial, de cómo los periodistas tienen que saber desdoblarse en los distintos lenguajes (escrito, radial, televisivo, y ahora en redes sociales). Bueno, el corresponsal de Prensa Latina ha tenido históricamente que hacer todo eso, y encima encargarse de asuntos comerciales y administrativos. Creo que la agencia es fiel a esa tradición al encarar los desafíos digitales y explotar los lenguajes y posibilidades que surgen. Ahora vemos a veteranos, sobrevivientes de la era del teletipo, haciendo un live en Facebook, un podcast o sacándole el máximo a su smartphone, que nunca es de última generación, pero funciona.
Llevas casi 20 años como periodista en la agencia. Tu profesión te ha llevado a República Dominicana, Alemania —cuando el Mundial de Fútbol—, luego la corresponsalía en Bolivia, en Vietnam, ahora en El Salvador. Cuéntanos sobre lo que vive un enviado especial.
La designación como enviado especial o como corresponsal es gratificante, pues no solo refleja la confianza de la agencia en tu capacidad, sino que te permite conocer mundo, abrir la mente y expandir tus criterios. Es algo enriquecedor en lo humano y en lo profesional, te dota de nuevos referentes, y creces en muchos sentidos. Tienes que salir de tu entorno y adecuarte a otro en poco tiempo, pues casi desde que bajas del avión debes empezar a reportar. Ambas misiones exigen un gran apetito de conocimiento, leer mucho, informarse, ser observador y tratar de no perder esa capacidad de fascinación, de la que suelen salir las mejores crónicas, porque notas cosas que aún no se te han vuelto cotidianas y, por ende, invisibles.
Se requiere ser organizado, disciplinado con los horarios, y tomarle el pulso a la calle. Para «refritar» medios locales, no hace falta salir de Cuba. Un país se conoce por su gente, sus comidas, sus dinámicas…
¿Cuáles fueron tus principales desafíos en Vietnam? ¿Qué aprendizajes llevas contigo de aquella etapa?
Vietnam me enamoró. No es un secreto lo mucho que quiero a ese país y a su gente. Fue mi primer destino como corresponsal jefe, pues antes fui segundo en Bolivia. Pude reportar momentos históricos, como el milenio de Hanoi, y moverme por varias naciones del sudeste asiático. El principal reto fue el idioma, que logré capear con mucha mímica, las frases que aprendía en los mercados y los amigos que estudiaron en Cuba. Otro gran desafío fue adaptarme a la cultura asiática, a una forma de ser que los occidentales a veces queremos entender desde nuestras lógicas. Aprender a respetar la manera en que los demás hacen sus cosas fue, quizás, la mayor enseñanza que me dejaron los vietnamitas. Eso, y algunas de esas picardías milenarias con las que vencieron a chinos, franceses, japoneses, americanos y cuanto invasor ha querido dominarlos.
Llevas ya un tiempo en El Salvador, un país geográficamente más cercano a Cuba. Háblanos un poco de esa experiencia.
Llegué a El Salvador con mucho prejuicio y, lo confieso, algo de miedo. Por alguna razón, se suele potenciar solo lo negativo de un país que es muchísimo más que la violencia de las pandillas y los rezagos de la guerra civil. Intenté contar ese otro país del que nadie habla, sus tradiciones, lugares, su comida y su gente. A diferencia de Vietnam, donde hay un cariño especial y casi unánime por Cuba, tuve que lidiar con una sociedad donde muchos nos quieren, pero otros no tanto, pues hay estigmas y desinformación sobre nuestro país.
Tu obra es diversa: el periodismo deportivo, la columna de música que llevaste en Prensa Latina, los reportes como corresponsal, ¿qué te apasiona más dentro de esta profesión?
Quizás lo que más me apasiona, amén de que ningún día se parece al otro, son sus infinitas posibilidades, la certeza de que tiene géneros y subgéneros para todo tipo de intereses. Del periodismo también se puede decir que nada humano le es ajeno. Una de las cosas que más disfruto de ser corresponsal es escribir de todo lo que sea noticia, ya sea política, economía, deporte, arte, sociedad, curiosidades… Uno puede ser un todoterreno, o especializarse, da lo mismo, mientras tu trabajo te entusiasme, lo asumas con rigor y haya alguien interesado en lo que haces.
Firmar artículos, comentarios, crónicas es oficio común en el gremio. Sin embargo, en las agencias la mayoría de los trabajos se firman solo con iniciales. ¿Sufres o disfrutas esa especie de «anonimato»?
Todos llegamos a esta profesión con una dosis de vedetismo, con ganas de ser reconocido por lo que haces, entre otras razones, porque algunos todavía creen que periodista es el que sale por televisión, y si no estás en el «vidrio», muy bueno no debes ser. Siento que con los años me importa menos ser reconocido.
Me basta el respeto de mis colegas, o saber que mis artículos proporcionan cierto goce en la lectura, o despiertan la curiosidad del lector y las ganas de saber más. Solo firmo lo que deba ser firmado (una crónica, un comentario, un artículo para los periódicos de Prensa Latina), pero estoy en paz con el anonimato de mis siglas. Al final, yo no soy la noticia, soy apenas el que la cuenta.
Has podido estar geográficamente en otras latitudes en una especie de «tú a tú» con medios extranjeros de prensa. De alguna manera, asistes a un diálogo directo entre Cuba y el mundo: ¿cómo se ven los otros países desde una corresponsalía?, ¿cómo sientes que esos países nos miran?
A Cuba lo mismo la idealizan que la satanizan, no abunda la mirada objetiva a nuestra realidad, compleja como todas. Cuando estamos lejos, los corresponsales nos convertimos en una especie de embajadores de «lo cubano», sin pontificar, simplemente conversando o sugiriendo lecturas y enfoques. Es también un proceso de retroalimentación y una cura de humildad, que nos permite mirarnos desde los ojos de otras culturas y percepciones.
Por demás, siento que a los corresponsales cubanos nos respetan porque tenemos resultados sin tanta parafernalia tecnológica ni recursos, a puro talento y rigor profesional. Hemos logrado ser competitivos en coberturas sin contar con grandes equipos, y a veces sin una acreditación, como me pasó en Alemania. Llegué a Berlín solo, sin credencial de prensa ni dinero, con una camarita semiautomática y dispuesto a contar el otro rostro del Mundial, lo que pasaba fuera del estadio, cómo era la vida en un país pendiente del fútbol.
¿Sientes la necesidad de proyectos periodísticos más reposados: escribir un libro, hacer alguna investigación?
A mí me gusta mucho el diarismo. Es el ritmo que más se ajusta a mi forma de ser. Soy muy inquieto, no me veo dedicándole días a una nota, o volviendo sobre ella. Respecto a las investigaciones, con la tesis quedé puesto y convidado: siempre tuve claro que mis postgrados serían las corresponsalías y las redacciones por las que pasara. He querido compilar algunas cosas que he escrito, escribir otras que he vivido, meterme en serio en la crónica culinaria y retomar las notas de música, viajes y deportes, quizás un poco más reposadas, sin urgencia. Pero bueno, será cuando me jubile…
¿Es difícil esa vida nómada? ¿Te ha pasado que sientes que no perteneces a ningún lugar?
No es difícil, sobre todo cuando amas lo que haces. Pero sí entraña sacrificios. Como sea, la vida no se detiene porque te vayas, y esos días, meses, años, no te los devuelve nadie. A mí me ha tocado llorar a dos abuelos estando fuera de Cuba, sin poder acompañar a mis padres en esos momentos duros. Además, te desfasas de la realidad de tu país, por más que intentes estar al día. Uno experimenta un desarraigo, que sobre todo lo sufren los hijos de los corresponsales.
¿Te ha pasado por la mente vivir fuera de Cuba?
Vivo fuera de Cuba, temporalmente, pero vivo. Ahora, nunca he pensado en echar raíces en otro lado.
¿En qué se diferencian aquel estudiante desenfadado que escribía regularmente en Score y el periodista que ahora reporta para Prensa Latina?
¿Aparte de unos cuantos años y libras más, y un hijo? Creo que aún soy el Charly de siempre, con el mismo desenfado al escribir, pero más enfocado en ser mejor persona que en revolucionar el periodismo.
Una última pregunta, que es pura curiosidad: cuando llegas por primera vez a un país y sabes que estarás allí por dos o tres años, lejos de la gente tuya, acompañado únicamente de tu esposa y de tu hijo, ¿qué sientes, en qué piensas durante esa primera noche que marcará inevitablemente una nueva etapa en tu vida?
La primera noche que pasamos en El Salvador casi no dormimos, asustados con unas explosiones que nos parecieron disparos. Aquella madrugada, colando mi primer café salvadoreño, miré a mi esposa y le pregunté: «¿qué coj… hacemos nosotros aquí?». Al día siguiente, cuando escribí y transmití mi primer despacho desde El Salvador, supe exactamente qué hacía: vivir, reportar, apretar las nalgas y darle a los pedales…
Tomado del libro “El compromiso de los inconformes”
jajajajajajaja… Genio y figura! Es uno de los colegas que más admiro. En el último párrafo, estoy seguro de que no dijo “apretar las nalgas”, sino una palabra más sonora y cubanísima. Jasjajajajaja… Mis felicitaciones para Charly y para quienes lo entrevistaron.