Por Naimy Herrera
Siempre que se crean leyes, instituciones o estatutos que puede hacer tambalear un escenario, se levantan voces a favor y en contra de la puesta en marcha de dichas acciones. Con la Escuela Profesional de Periodismo «Manuel Márquez Sterling» no sucedió diferente.
Con el inicio del primer curso escolar y la fundación del Colegio Nacional de Periodistas, el periodismo cubano dejó de ser una tierra de todos y se transformó en una profesión reservada solo para aquellos que tenían vocación para aprender el oficio. Los que se hallaban en ejercicio del oficio hacía tiempo, debieron realizar oposiciones o ingresar en la escuela, situación que causó malestar a muchos, pues lo consideraban una ofensa a sus capacidades periodísticas.
El conservador Diario de La Marina fue uno de los primeros en levantarse enérgicamente en contra de dicho reglamento. Dedicó varios de sus ejemplares a cuestionar la escuela y el colegio, calificando a este último de inconstitucional y desarrolló una campaña de descrédito contra el Colegio Nacional.
«Bien está que haya asociaciones en las cuales nos reunamos, porque queremos, para velar por nuestros fueros, para intensificar el compañerismo, para asistir al que cae, para enaltecer al que sobresale, para unirnos y defendernos; pero de eso a la obligatoriedad de un Colegio y que se nos someta a fallos, hay una distancia enorme. En Cuba todo el mundo es periodista hasta que no se demuestre lo contrario»1.
El periódico Información escribió: «El periodismo capaz puede existir sin escuela, como ha existido y existe entre nosotros», pero este planteamiento no era del todo cierto. Según cuenta el Premio Nacional de Periodismo «José Martí», Luis Sexto: «Existían buenos periodistas, pero el periodismo no era bueno. Era común que los editores se encontraran con trabajos plagados de faltas de ortografía o construcciones sintácticas erróneas»2.
Otros órganos — como el diario La Prensa Oriental — a pesar de estar a favor de la escuela negaron rotundamente la colegiación periodística: «Es imposible que en un país libre como el nuestro prosperen leyes que tienden a controlar los intereses colectivos hasta el extremo de impedir la libre emisión del pensamiento»3. En su queja el diario olvidó algo importante: el Colegio Nacional no había sido impuesto por un ente externo al gremio, sino que salió del seno del I Congreso Nacional de Periodistas y había tenido el apoyo de todos los asistentes.
«La Escuela de Periodismo, tal como se ha creado, por medio de un Decreto, me parece más que beneficiosa, perjudicial para el periodismo, que sin darse cuenta, al depender tan directamente del Ejecutivo, está cayendo en una censura, atentatoria a la libertad del pensamiento y de la cual puede hacer uso el Gobierno a quien le moleste la prensa que no le sea adicta»4, expresó el director de Clarín, Carlos Robreño, en una carta abierta con remitente a Lisandro Otero.
Dentro de las redacciones había numerosas personas venidas de otras disciplinas y que no debieron ser admitidas en su totalidad, «cuentan que el Diablo le dijo a su unigénito: Si no sirves para nada hazte periodista»5. Este consejo lo siguieron muchos fracasados: náufragos de la política, médicos sin clientela, abogados sin pleitos «enjambres de menesterosos para quienes la prensa fue como una puerta de perdón, como una especie de playa o asilo»6.
El seudoperiodismo llegó a imponerse al periodismo profesional e introducirse en las redacciones. Estos individuos desprovistos de amor a la profesión, que más por necesidad que por innata vocación fungían como periodistas, fueron los principales detractores.
Manuel Villaverde, periodista de El País firmó: «El periodismo es algo que no puede ser enseñado, lo mismo que ser poeta; al que es aplicable la vieja frase de que el orador se hace y el poeta nace. El instinto de qué es lo que ha de resultar para el público de más vivo interés y la forma de presentárselo de esa manera más interesante, no podrá darla nunca ninguna escuela»7.
Pero Villaverde, al igual que otros enemigos de la academia, se equivocó. La Escuela Profesional de Periodismo fue capaz de crear unos planes de estudio eficaces. El claustro de profesores, que dicho sea de paso era de excelencia, se encargó de impartir toda la teoría y la técnica precisa para desarrollar la carrera.Que resultaran buenos periodistas o no dependía de la vocación y el talento del estudiante.
Lo cierto es que la profesión estaba estancada y para arrancarla de su modorra había que someterla a las leyes evolutivas del universo que van de lo heterogéneo e indefinido a lo heterogéneo y definido. «Cada uno de nosotros debe especializarse según sus inclinaciones», señalaba Eduardo Zamacois, redactor de Clarín, «el cronista que escriba crónicas, el reportero que busque noticias, el que entienda de literatura y conozca los secretos del arte escénico que se ocupe de teatros. Únicamente procediendo así lograremos levantar nuestra prensa a la altura de la época que vivimos»8.
Después de tantos dimes y diretes la postura firme del Colegio Nacional de Periodistas y la Escuela Profesional de Periodismo triunfó. Todos los que optaron por continuar en esta labor debieron opositar para el título de periodista profesional que confería la escuela, además de formar parte y acatar las reglas del colegio.
Referencias Bibliográficas.
1. Santos, R. (4 de junio de 1943). ¡ Alto la Zancadilla! Diario de La Marina, pág. 3
2. Sexto, L. (6 de febrero de 2020). (N. Herrera, Entrevistador)
3. Ramos, R. C. (3 de mayo de 1943). Apoyan al Diario y al DR Rivero en la campaña contra la Colegiación. Diario de la Marina, pág. 5.
4. Robreño, C. (18 de mayo de 1943). Con motivo de la Escuela de Periodistas Carta Abierta a Lisandro Otero. Clarín, pág. 2.
5. Zamacois, E. (5 de diciembre de 1940). Aires Nuevos. El Crisol.
6. Zamacois, E. (5 de diciembre de 1940). Aires Nuevos. El Crisol.
7. Villaverde, M. (14 de marzo de 1942). Una labor de Lisandro Otero, un artículo de Ramón Vasconsuelo y una carta de David Aizcorbe. El País, pág. 6.
8. Zamacois, E. (5 de diciembre de 1940). Aires Nuevos. El Crisol.