Rolando Segura Jiménez cumplió cuarenta y cinco años bajo la embestida de la guerra. El 15 de julio de 2011 pudo ser un “cumpleaños feliz”, como suele cantarse en los onomásticos, pero las conflagraciones poco creen en fiestas. Estaba en Libia como corresponsal del canal internacional TeleSUR, para reportar el conflicto entre las fuerzas del presidente Muammar Gadafi y los rebeldes, apoyados por los bombardeos de la Organización del Atlántico Norte (OTAN). Ese día, su madre, Xiomara, no durmió. “Estuve todo el tiempo pensando en él”. ¿Qué podía hacer?: 9.118 kilómetros separan a La Habana de Trípoli.
“No te va a pasar nada, Segura”, se dijo el periodista para insuflarle ánimos al cuerpo. Repetía la frase como un mantra. En una contienda bélica esa es, quizás, la manera expedita de seguir adelante, más si pocos hablan tu idioma y no hay mucha gente que te dé una palmadita en el hombro. El optimismo se torna imprescindible para subsistir: fe de vida. Debía estar allí.
“Contar lo que pasaba en Libia resultaba relevante. TeleSUR lo supo desde el inicio. El canal no había realizado coberturas fuera de América Latina y el concepto nuestro era que no resultaba confiable la información que estaba llegando, y había que mandar un equipo propio para comprobar si realmente pasaba lo que decían los medios tradicionales y las redes sociales”, dice tras recordar que, antes de su llegada a la nación africana, un primer equipo del canal de noticias ya hacía los reportes en el terreno.
Cuando los corresponsales decidieron regresar, a él le propusieron continuar la cobertura. La tranquilidad del estudio en Caracas era el antónimo del rincón más seguro de la guerra.
–¿Por qué decidió ir a Libia?
“Para mí era un interés profesional. No tiene sentido decir que fue un acto de valentía. Uno piensa en trabajar porque alguien tiene que contar situaciones de ese tipo. Libia no solo era un país lejano, sino con otra cultura, idioma y no precisamente de los que más uno escucha. Empecé a leer sobre su independencia, la colonización italiana, de dónde provenía la enseña tricolor utilizada por los rebeldes, diferente a la bandera verde, y pensé entonces en el tipo de trabajo que podría hacer allí. Tuve tiempo de prepararme porque, aunque estaba tomada la decisión, existía la posibilidad de que yo no fuera, ya sea porque el equipo que estaba no pudiera salir o se cerrara la entrada al país. Empezó a estudiarse cómo podíamos llegar y le informé a mi familia la decisión; por supuesto, le quité drama y lo asumí como una experiencia periodística”.
En Cuba, Xiomara tampoco vivió en paz. “Yo pensaba que no iba a regresar”, comenta con la voz entrecortada, sin embargo, “sus otros dos hermanos no dejaban ni que los ojos se me aguaran porque cambiaban la conversación”. Aunque poco habló con él, los directivos del Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT) y Patricia Villegas, la directora del canal, le informaban que Segura estaba bien; pero Xiomara es madre…
Cuando el avión despega en Venezuela, Rolando Segura sabe que no hay vuelta atrás. Tras el periplo Caracas-París-Túnez, el reportero cubano arribó a esta última capital, desde donde ingresó a Libia cruzando la frontera. Recuerda que no podía entrar por aire ni mar: “El primer equipo al que yo relevé entró en el último avión que voló a Libia. Cuando yo fui ya estaban atacando el país por la zona del Mediterráneo”.
La situación se agravaba. Tras las protestas de febrero de 2011 contra la administración de Gadafi en la ciudad de Bengasi, al noreste de la nación, varios funcionarios gubernamentales se sumaron a la insurrección y crearon el Consejo Nacional de Transición (CNT), como gobierno paralelo dirigido por el entonces ministro de Justicia del líder libio, Mustafá Abul Jalil. En esas circunstancias, la OTAN intervino en el país para derrocar a Gadafi.
“Sabíamos que la entrada iba a ser por tierra, pero ¿quién nos iba a esperar? Nada de eso podíamos saberlo si no estábamos allí. Por supuesto, manteníamos contacto con Jordán Rodríguez, nuestro periodista en el lugar, y comenzamos a buscar alternativas para entrar a Libia. Allí estuvimos una semana”, cuenta.
Desde suelo tunesino vio personas con una postura muy crítica sobre la situación de la vecina nación en conflicto. “Había jóvenes, sobre todo, que estaban leyendo el libro verde de Gadafi, y no creían mucho en la idea expuesta por el líder libio en ese texto, respecto al fundamento de la Revolución Verde.
“Pero nosotros no viajamos miles de kilómetros hasta el norte de África para comprobar o demostrar si Gadafi era santo o demonio. Fuimos a constatar lo que estaba ocurriendo para poder contarlo. El país de la Revolución Verde, más allá del color de la bandera, ventanas y paredes, había sido reconocido como el de más alto Índice de Desarrollo Humano de África por la Comisión de Derechos Humanos de la ONU un par de meses antes de iniciados los bombardeos”, añade.
El viernes 25 de marzo de 2011, tras la revisión fronteriza, Rolando Segura traspasó la línea política que divide Túnez y Libia, al norte de África. Confiesa que la noche antes no pudo dormir. “¡Ya esto empezó!”, exclamó en sus adentros. Aunque tenía visa para entrar legalmente al país, “en un escenario de conflicto e inestabilidad no basta con presentar un documento”.
–¿Cuál es el motivo por el que debieron entrar un viernes a Libia?
“Porque es el día de rezos. Había esperanza de que no hubiera enfrentamientos”.
Desde la ventanilla trasera de una camioneta negra, Segura comenzó a descubrir un país desgarrado. Apenas despegaba el día y, mientras ellos ponían los pies rumbo a la guerra, otros intentaban llegar a Túnez, huyendo de la barbarie.
“No habíamos avanzado mucho cuando comenzamos a ver las huellas de lo que sucedía en Libia, sobre todo en la ciudad costera de Zawiyah, a cuarenta kilómetros de Trípoli. Estaba destrozada. Allí ocurrieron los primeros enfrentamientos entre las fuerzas del gobierno y los rebeldes. Vi destrucción, fachadas con impactos de balas y escuché cañonazos. Entonces el conductor dijo que me separara de la ventanilla porque podía haber francotiradores, y a donde primero disparaban era al asiento de atrás. Se me enfrió la vida y me senté en el medio. Íbamos en un buen carro, llamativo y, de contra, no estaba blindado”.
–Ahí empezó a preguntarse “¿qué yo hago aquí?”…
“Y que ojalá pase algo que me borre de pronto, y me devuelva al punto de partida”.
–¿Cuál es el escenario que encuentra al llegar a Trípoli?
“Una ciudad en desarrollo, con hoteles, centros comerciales y más de 360 000 viviendas en construcción. Era un país que empezaban a modernizar. Gadafi tenía un plan de casas para todas las parejas jóvenes: quienes se casaban contaban con un hogar. Todo eso fue detenido”.
Alojado junto a la prensa internacional en el hotel Rixos, el corresponsal de TeleSUR aún no había sentido el ruido de la guerra. A quince minutos estaba la Plaza Verde, donde Gadafi solía hablarle a los libios, y muy cerca de la instalación, la residencia del líder y el centro político del país, Bab al-Azizia. ¡Menuda ubicación!
“Yo estaba esperando el primer bombazo”, dice moviendo el dedo índice en picada.
De pronto, los aviones rompieron la barrera del sonido e, ipso facto, el estruendo, ensordecedor. Las lámparas bailaron como péndulos. El té, que hacía unos minutos había pedido, ondulaba como si también temblara sobre la trémula mesa.
“Sientes que la bomba cayó al lado tuyo. Te aguantas. Da la sensación de que la próxima ya te va a caer a ti. Todos los periodistas corrieron a grabar. Aldrin Fernández y yo subimos al techo y ahí filmamos. Nos pusimos a trabajar y es como si se disipara el miedo”.
Segura advierte que, por lo general, los ataques aéreos retumbaban en la capital libia sobre las once de la noche, y recuerda cuando filmó en la residencia de un líder de la Revolución Verde. Allí radicaba la organización de ayuda a los refugiados palestinos más grande de África, y almacenaban víveres. “Yo bromeaba con el camarógrafo para no orinarnos en los pantalones. Le decía: ‘En cualquier momento nos bombardean’. Cuando salí de aquella casa sentí un alivio tremendo”, comenta.
Una semana después, mientras lo conducían hacia una nueva zona atacada por la aviación, el camino le pareció conocido. “¿Será un deja vu?”, pensó cual si fuera una premonición.
“¡No lo puedo creer!”, se dijo al ver el lugar asediado. El bombardeo fue en la misma casa, donde mataron a 19 personas, entre las que había niños participantes en un cumpleaños.
En el reporte del suceso salió al aire un dilema ético para un periodista. Delante de las cámaras un hombre sacó de entre los escombros, cubiertos de polvo, despojos humanos. “Yo no había visto lo que era. El señor lo mostró y dijo: ‘¡Mira lo que han hecho con mi familia!’”.
–¿Y no taparon esa imagen?
–Había que hacerlo, pero la primera vez se emitió así porque era en vivo.
–¿Qué sintió al ver a las víctimas?
–Me impactó mucho. Después de eso intenté no estar en los lugares cuando sacaban los cadáveres.
–¿Cómo comprobó que esos bombardeos provenían de la OTAN?
–Había una zona de exclusión para volar. Lo primero que hicieron fue destruirle a Gadafi la poca fuerza aérea que tenía. Él no podía bombardear.
Si bien el gobierno negaba el uso de aviones de combate para asesinar a civiles, varias potencias occidentales acusaban a Gadafi de la muerte de ciudadanos inocentes.
Tan temprano como el 17 de marzo de 2011, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la resolución 19/73, la cual permitió el uso de la fuerza militar en Libia y estableció una zona de exclusión aérea, por donde solo sobrevolarían las fuerzas extranjeras. Pueril resultaba entonces afirmar que los bombardeos eran orquestados desde Bab al-Azizia. Dos días más tarde cazas de la fuerza aérea francesa atacaban el país.
Nada valió el intento de mediación apoyado por Gadafi, para lograr un cese el fuego y cualquier acto de revanchismo en el país norafricano. Un reporte de TeleSUR del año 2017 señala que solo entre el 19 y el 20 de marzo “Estados Unidos lanzó sobre Libia unos 110 misiles Tomahawk. El 21 de marzo, fuentes del Gobierno informaron que más de 200 personas murieron o resultaron heridas a causa de los misiles lanzados desde el mar y el aire. Fue el propio presidente de Estados Unidos, Barack Obama, quien ordenó iniciar las acciones bélicas en Libia”.
“Recuerdo a Hillary Clinton, quien era jefa del Departamento de Estado de Estados Unidos en ese momento, cuando dijo que una zona de exclusión aérea implicaba atacar, bombardear, para quienes decían que no era una guerra. Atacaban los centros de comando y control, o sea, unidades militares primero, y después estaciones de policías, hasta llegar a edificios de civiles”, afirma.
Tras el bombardeo a un inmueble donde residían cinco familias el 19 de junio de 2011, en uno de sus reportes el corresponsal de guerra afirmaba: “Se logran rescatar tres cadáveres. Lo cierto es que, con luz verde del Consejo de Seguridad de la ONU, la OTAN sigue masacrando al pueblo libio”.
En el documental Libia desde adentro, Rolando Segura afirma: “Conversamos con muchas personas que eran contrarias a Gadafi, como también conocimos a muchos que lo apoyaban. El líder libio despertaba las más enconadas pasiones tanto a favor como en contra, pero aún quienes asumían esta última postura, ante la agresión de las potencias occidentales, defendían la resistencia, la independencia y la soberanía del país, más allá del líder”.
La OTAN bombardeaba constantemente para permitir el avance de los rebeldes. En el Golfo Oriental de la ciudad de Sirte, a 460 kilómetros de la capital, las potencias occidentales brindaban ayuda secreta a los opuestos a Gadafi. Allí radicaba el 80 por ciento de las reservas de petróleo del país árabe: ¡pura golosina!
Segura recuerda que, en una ocasión, los cazas de la OTAN aún sobrevolaban, tras haber atacado en las cercanías de la residencia de Gadafi, de quien se desconocía su ubicación dentro de territorio libio. En otra, el reporte del corresponsal de guerra cubano era desde la Universidad Al Fateh, bombardeada precisamente un día de exámenes.
“Cuando llegamos todo estaba destruido. No puedo comprender cómo no se dan cuenta que esto es una universidad”, le dijo una de las jóvenes entrevistadas tras la explosión.
¿Y si atacaban de nuevo? ¿Dónde está la seguridad en una guerra? Aunque él se repetía “ninguno de esos misiles es para mí”, le preocupaba que las bombas le cercenaran un pedazo.
“Filmé cadáveres, y casi siempre la gente tenía la cabeza explotada. Entonces empecé con la obsesión de que me mandaran un casco y un chaleco antibalas. ¡Imagínate el miedo que tenía!”, evoca.
Entre el gatilleo sostenido de las armas y tendido sobre el suelo del hotel Corinthia, Rolando Segura hizo uno de sus últimos “¡en vivo!”. Los rebeldes tomaron Trípoli y buscaban a Gadafi. La prensa extranjera había quedado atrapada en el hotel Rixos durante la ofensiva militar contra la capital del país, por lo que la Cruz Roja Internacional trasladó a los corresponsales hacia el Corinthia.
Partidarios del líder libio hacían resistencia. La situación se tradujo a cinco días sin electricidad ni agua. Era el jueves 25 de agosto de 2011 y el combate ocurría en las afueras de la instalación. Los disparos resonaban también en la Plaza Verde, a dos kilómetros de distancia.
“Sí, sí, yo estoy bien. ¿Qué? ¿Estamos al aire?… Les confirmo que continúan fuertes enfrentamientos en los alrededores del hotel Corinthia”…
Tres días después de uno de sus reportes más estremecedores de la guerra en Libia, salió del país, luego de casi seis meses. Un nuevo equipo de TeleSUR, integrado por el periodista Diego Marín Verdugo y el camarógrafo Luis Gutiérrez, lo relevaba en la cobertura de guerra.
–Usted entró a Libia por tierra, sin embargo, la salida fue por vía marítima. ¿Por qué?
–Era la única posibilidad. Tanto la ciudad de Bengasi al este, como Zawiya al oeste, estaban tomadas por las milicias radicales. Lo que trascendía entre los colegas de los medios internacionales era que una salida por Egipto o Túnez era muy peligroso. El 24 de agosto secuestraron a cuatro periodistas italianos en Zawiya, próximo a la frontera tunesina, y asesinaron al conductor del vehículo en el que pretendían abandonar el país. Tocaba esperar entonces a que surgiera alguna alternativa por mar.
“Supimos por la Cruz Roja que la Organización Internacional de las Migraciones fletaría un barco para evacuar a inmigrantes varados en medio del conflicto hacia Alejandría, Egipto. De inmediato, TeleSUR comenzó a adelantar gestiones con los gobiernos y organizaciones implicadas para reservar un cupo en el buque. Sin embargo, lo que en realidad llegó fue una pequeña embarcación con ayuda humanitaria, procedente de Malta”.
El puerto de Trípoli ya estaba tomado por los rebeldes. Tras verificarse que era periodista y no soldado, Segura zarpó en el barco de regreso a Malta, una isla en el mar Mediterráneo entre Libia e Italia. Viajó junto al camarógrafo Henry Pillajo y otras cincuenta personas entre diplomáticos, periodistas, malteses, así como algunos estadounidenses, serbios, franceses, rusos, canadienses, que trabajaban en Libia. En las 36 horas de travesía pensó en los muertos que pone el belicismo. No había alimentos en el barco y el agua escaseaba.
Desde Caracas, Xiomara esperaba ansiosa. El avión, ¿dónde está el avión? “Yo estaba delante de él y no me veía. Cuando nos vimos, imagínate… Aquello fue un abrazo tan, pero tan grande”. Comenta que, luego de unos días en la capital venezolana, regresaron a La Habana, donde debió entrar a un salón de operaciones porque “en Libia se cayó en un hueco y le produjo una fisura de cadera”.
Ahora es diciembre. Después de varias solicitudes, Rolando Segura ha accedido a la entrevista. Tal vez le gustan más las que son para la pantalla o tiene el mismo dilema garciamarquiano con el género periodístico, cuando es él quien está en el otro asiento. Son las paradojas del Periodismo. Me ha dado poco más de una hora y llevo cincuenta preguntas… Algunas se quedan en el aire y él, casi al finalizar, prefiere terminar el diálogo con una.
Sabe que en la guerra poco vale un cartel que rece “prensa, no disparen”, cuando dice:
–Cada vez que tú sientes un avión bombardeando te preguntas: ¿y ahora dónde va a caer?
*Esta entrevista forma parte del libro La guerra no espera, el cual se encuentra en proceso de producción.
(Tomado de Cubadebate)
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