La fábula del llamado síndrome de La Habana o de los ataques sónicos inició hace cuatro años, y aún parece hija de la prolífica imaginación de Agatha Christie. Había que inventar una historia para que crujiera como cedro viejo; más que ello, para que se fuera a pique el proceso de normalización de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Y realmente se fue a la deriva.
Hablaron de ruidos enigmáticos, de diplomáticos de la Embajada de Estados Unidos en la capital cubana con sordera parcial, mareos, confusiones mentales y otros síntomas, ocasionados, aparentemente, por misteriosos sonidos, venidos nadie sabe desde dónde, que luego calificarían como “ataques acústicos”.
Aquella trama, que destilaba sospechas y dudas por los cuatro costados, saltó a la prensa en agosto del 2017. Al mes siguiente, un grupo numeroso de funcionarios recogió sus maletas y subió la escalerilla del avión con destino a Estados Unidos. En La Habana apenas quedó el mínimo de personal.
Tres meses atrás, Donald Trump había cancelado de un plumazo la política hacia Cuba seguida por su predecesor Barack Obama. Con el gobernante demócrata, el país caribeño logró 22 instrumentos bilaterales en áreas de interés común; a ello debe añadírsele la reinauguración de las embajadas de las dos naciones en sus respectivas capitales.
Pero, llegó el magnate Trump y advirtió: conmigo es otra la historia. Y así, el 16 de junio del 2017 firmó un memorando presidencial en Miami, donde se reunía el pensamiento más conservador de la Florida. Aquella rúbrica marcó un giro en “U” en la política estadounidense hacia la Mayor de las Antillas.
Mientras la especulación y la manipulación política estadounidenses se daban de la mano en torno a los supuestos ataques acústicos a sus funcionarios en La Habana, Cuba creó un grupo multidisciplinario para investigar la extravagante historia.
¿Por qué la administración de Donald Trump negó el acceso de los expertos de la isla a los diplomáticos estadounidenses que presentaron síntomas, y la posibilidad de estudiar los datos de las historias clínicas de las supuestas víctimas, agredidas por un arma sónica o de microondas, según las versiones del Departamento de Estado?
A la vuelta de cuatro años, no ha sido identificada ni una sola prueba de la existencia de un agente físico real que sustente los ataques sónicos, aseveración compartida por científicos estadounidenses.
De existir tal evidencia, que a nadie le quepa la más mínima duda de que hubiera aparecido consignada en los informes, realizados tanto en Estados Unidos como en Canadá por especialistas de dichos países.
Por un lado, Cuba documentó su voluntad e hizo todo por esclarecer los supuestos ataques sónicos; por otro, el Gobierno de Estados Unidos fabricó la fábula, que derivó en la aplicación de 242 medidas en solo cuatro años, una cifra sin antecedentes en los anales de la política exterior del país norteño. Por ello, no creo que al detective Hércules Poirot, hijo de la mente fecunda de Agatha Christie, le hubiera costado mucho trabajo determinar el verdadero culpable y las razones de este invento sónico, made in Casa Blanca.