José Martí, propiciador oportuno, también lo ha sido en el aniversario 168 de su natalicio, al generar la efeméride una muy original iniciativa de la embajada de Cuba en Canadá: iluminar con los colores de nuestra enseña nacional las cataratas del Niágara. Frontera natural entre los Estados Unidos y Canadá, las cataratas no solo son un ícono de la imagen de identidad de la región de los Grandes Lagos y los países antes citados, sino también motivo de inspiración de uno de los más notables poetas de Hispanoamérica en el siglo XIX, el cubano José María Heredia y Heredia (Santiago de Cuba, 1803-Ciudad México, 1839).
Por esas correspondencias que los seres superiores establecen entre sí y con la Historia, la pasada y la presente, nuestro Héroe Nacional le rendiría póstumo homenaje a Heredia en un memorable discurso pronunciado en Hardman Hall, Nueva York, el 30 de noviembre de 1889. Es, justamente, en el clímax de esta magistral pieza oratoria a la memoria del poeta y, por extensión, a la libertad por la que lucho, creó y murió en tierra hermana, que Martí apeló a la obra que con mayor presencia lo haría perdurar en la memoria de los hombres y mujeres de su pueblo, la oda Al Niágara. “¡Oh, Niágara inmortal! ―clama el Apóstol―, falta una estrofa, todavía útil, a tus soberbios versos. ¡Pídele, oh, Niágara!, al que da y quita, que sean libres y justos todos los pueblos de la tierra; que no emplee pueblo alguno el poder obtenido por la libertad, en arrebatarla a los que se han mostrado dignos de ella; que si un pueblo osa poner la mano sobre otro, no lo ayuden al robo, sin que te salgas, ¡oh, Niágara!, de los bordes, los hermanos del pueblo desamparado”.
Este reclamo de Martí a la oda de Heredia, sin dudas, de una actualidad tal, que parece relacionarse con la política al uso imperante hoy día a escala planetaria, no fue causa de impulso momentáneo alguno. La oda Al Niágara, escrita por Heredia durante su exilio político en los Estados Unidos (1823-1824), se convirtió pronto en paradigma de la poesía romántica en lengua española, asumiendo la identidad literaria del poeta y la de su patria a nivel de Hispanoamérica, aun cuando de igual resonancia y grandeza fueron otras poesías suyas como En el Teocalli de Cholula y el Himno del desterrado; esta última, devenida verdadero himno de los independentistas cubanos.
La presencia de la obra poética herediana en la primera mitad del pasado siglo, fue igual de trascendente. El erudito y crítico literario español don Marcelino Menéndez y Pelayo, incluyó Al Niágara entre las cien mejores poesías de la lengua española. La intelectualidad cubana de entonces no fue menos, reconociendo en Heredia al Poeta Nacional. Igual condición ostentó en la literatura que se impartía en los textos de estudio de la Escuela Pública cubana de los cuarenta y cincuenta. También le llamaron “el cantor del Niágara”, ya que entre todas las poesías escritas en las más diversas lenguas inspiradas en esta maravilla de la Naturaleza, la suya tuvo el mayor reconocimiento internacional. Por último, ilustrativo de esta notoriedad, sería la siguiente anécdota que protagonizara el poeta Rubén Martínez Villena, quien al tomar conciencia de la buena acogida que había tenido su poema Canción del sainete póstumo, le comentó a su compañero de lides revolucionarias, Pablo de la Torriente Brau: “Es mi Niagarita”.
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La iluminación de las cataratas del Niágara con el tricolor de la bandera de la Estrella Solitaria, la noche del pasado 28 de enero, no solo fue una relevante iniciativa de la diplomacia cubana en la nación norteña, sino también un testimonio a perpetuar, por inesperado e inédito, que evidencia tanto la vigencia de la poesía herediana en particular, como la política exterior cubana y martiana en general. Si bien Heredia y Martí nunca vieron iluminada las cataratas del Niágara, parece ser que el hombre de Dos Ríos, en uno de sus tantos momentos de alta tensión visionara, logró imaginarla, cuando escribió: “Esto es luz, y del Sol no se sale”.