Por Luis Gonzalo Segura
Julian Assange ya está muerto. Y los muertos jamás vuelven al mundo de los vivos. Julian Assange jamás lo hará. Una situación que no varía, dado que es irreversible, por que la jueza Vanessa Baraitser de la corte penal de Old Bailey denegase este lunes 4 de enero su extradición a Estados Unidos al considerar «demostrado» que sería confinado y que ello supondría que el riesgo de suicidio aumentase. Ni revive al muerto ni redime a su ejecutor, Europa, ni perdona al autor intelectual del crimen, Estados Unidos. Tan solo demuestra que los norteamericanos violan de forma tan salvaje los Derechos Humanos que, hasta para los tribunales británicos, resulta una obviedad el riesgo que supone extraditar a Assange.
Una prueba de la ausencia de cambio sustancial la encontramos en la Fiscalía británica, que ha advertido que recurrirá la denegación de extradición representando los intereses norteamericanos, lo que constituye, además, el gran paradigma de Reino Unido y Europa, pues representan unos intereses que no son suyos, sino los de su señor. Los de Estados Unidos. Así sucede desde 1945. Y lo que queda, por desgracia.
Ciertamente, Julian Assange fue condenado a muerte social en 2010, cuando comenzó su persecución mundial, y fue ejecutado a la vista de todos en 2012, cuando se recluyó en la Embajada de Ecuador. Desde entonces no sabe lo que es la libertad ni la vida normal. Ni lo sabrá nunca.
Y ese año 2010 se produjo una acusación por conducta sexual inadecuada y violación en Suecia. Una denuncia por la que, extrañamente, los suecos, casi como si se arrepintieran por ello, dejaron de perseguir a Assange en 2017 cuando este se encontraba en la Embajada de Ecuador en Londres. Un preludio del archivo de la causa en 2019. Porque la acusación ya había cumplido su propósito: condenar públicamente a Assange. Mancillar, sembrar la duda, crear la controversia suficiente como para desviar la atención del verdadero crimen y de los criminales.
Fue entonces, con la acusación inicial sueca desvanecida, cuando ya nadie pudo negar la evidencia, que la verdadera imputación de Assange era WikiLeaks; su fiscal, El Padrino norteamericano; y la acusación, una vendetta ordenada y orquestada. Fue entonces cuando ya era evidente que Julian Assange estaba muerto y que los Estados Unidos de Guantánamo, Irán-Contra, el Cóndor y Abu Ghraib habían ordenado su ejecución.
El filtrador, filtrado
Además, no solo estar encerrado durante tanto tiempo supuso una muerte social terrible, sino que, como suele ser habitual en el caso de los denunciantes de corrupción, y Assange es sin duda el más importante de todos ellos, también sufrió una filtración de dudosa credibilidad sobre su conducta en la Embajada. Que si jugaba con una pelota, que si montaba en patinete, que si se aseaba más o menos, que si mantenía relaciones sexuales… Informaciones todas ellas que fueron publicadas en grandes medios de comunicación del mundo, pero que solo buscaban su desprestigio. ¿De verdad puede ser noticia de un diario serio que Assange se asee más o menos? Es evidente que la publicación de esa información tenía la misma intención que la acusación de conducta sexual inapropiada y violación: la venganza.
Pero Julian Assange ya está muerto
Pero, en cualquier caso, Julian Assange ya está muerto porque aun ganando, y no será fácil, perdió, pierde y perderá. Ha perdido diez años de su vida, que serán muchos más; ha perdido su prestigio entre informaciones denigrantes de grandes medios de comunicación que se han comportado como medios sensacionalistas de tres al cuarto; y, sobre todo, ha perdido su futuro.
Sin embargo, con todo, lo más grave no es la inmisericorde ejecución social de Assange o sus daños sufridos, físicos y psicológicos, sino que condenar y ejecutar socialmente a Julian Assange supuso y supone condenar y ejecutar al periodismo y a la libertad de expresión. Pero ¿acaso importa? Claro que sí: exhibir la muerte social de Julian Assange cumple dos funciones principales: atemorizar a futuros alertadores o denunciantes de corrupción o malas prácticas estatales con el destino que les espera y marcar los límites de la libertad de expresión y el periodismo. Y es que en las democracias occidentales se puede hablar de todo, menos de las democracias occidentales. Entre otras cosas, porque Julian Assange ya está muerto.
Tomado de insurgente.org