En noviembre de 2020, la Casa de las Américas celebraba el décimo aniversario de su Programa de Estudios sobre latinos en los EE.UU con el Taller Miradas nuestramericanas ante los actuales desafíos de la población latina en los EE. UU. Me pareció un pretexto excelente para hacer algo que venía pensando hacía tiempo: entrevistar, vía digital, al periodista y escritor cubano Albor Ruiz, residente en ese país desde inicios de los 60. Un hombre que no llegué a conocer personalmente, a pesar de que habíamos pactado un encuentro posible en NYC, ciudad donde residió la mayor parte de su vida.
Llegué a él a través de mi aproximación a la poeta cubana emigrada Lourdes Casal (1930 -1981). Así fue como iniciamos una correspondencia en la que me transmitió no solo los pormenores de su vínculo con ella a través de la revista Areíto y otros proyectos comunes, sino numerosos contactos y sugerencias para abordar la figura de esa mujer imprescindible para la cultura cubana y, en mi opinión, aún insuficientemente conocida y valorada en la isla.
Las fotos, comentarios, testimonios, debates con amigos e incluso desconocidos, en el perfil de Facebook de Albor Ruiz, fueron haciendo también su parte en el diálogo intergeneracional que sostuvimos en los últimos 3 años.
Así que a mediados de noviembre le propuse la entrevista con la finalidad de publicarla a la par que la Casa efectuaba su Taller sobre latinos en los EE.UU. Le envié 11 preguntas de opinión y además un grupo de interrogantes relacionadas con aquellas etapas de su vida que yo no conocía en su totalidad, para construir más que una entrevista un perfil de este cubano al que fui conociendo y admirando desde la distancia: aquello sobre lo que hubiéramos conversado informalmente, como su infancia y adolescencia en Cárdenas, su familia de origen y la formada por él, su vida cotidiana en NYC, la escritura de su poemario Por si muero mañana, las rutinas de su vejez… Las respuestas demoraban y yo no quise presionar a una persona, cuya agilidad para estas lides estaba avalada por su trayectoria como periodista y columnista de varios diarios estadounidenses durante toda si vida y por sus dotes para desenvolverse en el universo digital, pero que ya estaba cercano a los 80 años y viviendo en un Nursing Home de La Florida. Hasta que el 25 de noviembre recibí este mensaje que no habría publicado nunca, pero que hoy, a escasas horas de su muerte, contribuye a comprender las circunstancias de nuestro intercambio y también un poco el carácter de Albor Ruiz:
Querida Esther:
Aquí te envío las preguntas que he contestado del cuestionario que me enviaste. Por cierto, creo que las preguntas son buenísimas, pero como estoy seguro sabes, toman tiempo y esfuerzo tanto mental como emocional.
Te pido disculpas, pero hay una razón por la que no he terminado de contestar el cuestionario: estoy teniendo gran dificultad con permanecer sentado frente a la computadora por mucho tiempo. Ahora resulta que esta enfermedad rara que padezco, Inclusion Body Myositis (en español creo que es Miositis de cuerpo de inclusión, o algo así), no solo debilita los músculos de las extremidades, sino también los del cuello. Como resultado, tengo la cabeza inclinada hacia la izquierda y hacia delante, en lo que viene a ser la versión tropical del Jorobado de Ntra. Señora de París.
No obstante, terminaré la entrevista y te envío lo que falta en un par de días.
Saludos.
Albor
En un par de días no, exactamente 12 días después, y ante mis demandas, me escribió:
Esther, tuve un accidente y mañana me operan. Pídele a Rafael Betancourt más información. Cariños.
En cambio, y erradamente, yo decidí esperar para completar este trabajo periodístico por una mejoría que no llegó. En su computadora se quedaron varias de mis preguntas sin respuestas o quizás esbozadas. Expongo a continuación esos temas, tal vez con la remota esperanza de que sus más allegados amigos puedan, no ya responderlas por él, sino meditar sobre los mismos. Y, en alguna medida, dar curso a esa frase de Eduardo Galeano que aún encabeza su perfil de FB: “¿Par qué escribe uno, sino es para juntar sus pedazos?”:
-Su reacción ante la intolerancia y agresividad entre cubanos con diferencias políticas
-Su papel como uno de los artífices del primer diálogo entre el gobierno cubano y la emigración y, en su opinión, cuánto de lo logrado en 1978 y 79 se debió al empeño del grupo de emigrados cubanos, mayoritariamente jóvenes, del cual Albor formó parte.
– Los principios para construir una relación mutua, verdaderamente justa y transparente, entre el gobierno de la isla y la emigración cubana.
-Cuando se restablecieron las relaciones diplomáticas entre Cuba y EE.UU en 2014 y el presidente Obama visitó La Habana, en un artículo titulado Vivir para ver, Albor -sin dejar de reconocer la labor de las autoridades de ambos países- fue muy insistente en destacar que el suceso era también “producto de más de 40 años del trabajo duro, constante y muchas veces peligroso, de grupos e individuos solidarios con el pueblo de Cuba” y en reivindicar la labor de “muchos cubanos que vivimos en Estados Unidos y muchos norteamericanos que han comprendido nuestra causa”. Le pregunté entonces de qué manera esas fuerzas podrían contribuir ahora en la restitución de lo alcanzado en 2014, tomando en cuenta por supuesto las características del voto cubanoamericano en las recientes elecciones.
-Su opinión sobre la manera en que el mandato de Donald Trump exacerbó las diferencias políticas dentro de la comunidad cubana en los EE.UU.
Aquí están las respuestas que sí llegaron, publicadas quizás tardíamente pero espero que no inútilmente. Creo que el lector o la lectora notarán, entre otros asuntos de interés, la lucidez visionaria con que enfocó estas cuestiones.
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La Casa de las Américas, a través de su Programa de Estudios sobre latinos en los EE. UU, ha propiciado el debate en torno a los desafíos de esas poblaciones en el país del norte. Particularmente en el Taller que tuvo lugar a fines de noviembre en condiciones pandémicas, se dialogó sobre la gestación de posibles y diversas vías que fomenten alternativas latinas frente a la discriminación, los discursos de odio y el racismo. Como columnista en varios diarios de ese país durante décadas, usted ha escrito sobre temas relacionados con la comunidad latina en Estados Unidos. ¿Cuán profundos y arraigados considera están esos males en la sociedad estadounidense que incidan, durante mucho tiempo más, en la participación de los latinos como verdaderos actores sociales en los EE. UU?
AR: Si hubiera habido alguna duda sobre lo profundo y arraigado que están estos males en la sociedad estadounidense, la presidencia de Trump se encargó de dejarlo en claro de una vez por todas. Las razones (por llamarle de alguna manera) principales de la popularidad de Trump son el racismo y la xenofobia, todo lo demás, es secundario o peor, no cuenta para nada en cuanto a explicar los cientos de miles de “deplorables”, como los bautizó Hillary Clinton, que lo siguen con una devoción digna de mejor causa.
Creo que los próximos años no van a ser nada fáciles en EE. UU. porque hay milicias armadas de supremacistas blancos al lado de las cuales el Ku Klux Klan parece un juego de niños y que han salido a la luz gracias a la atmósfera propicia creada por las acciones y el discurso de odio de nada menos que el presidente de la nación.
Por otra parte, está el peso de la demografía, es decir, los cambios poblacionales y, consecuentemente, en el número de votantes potenciales no blancos, mayormente latinos, tanto nacidos en EE. UU. como inmigrantes. Hay una militancia y una organización mayores por parte de instituciones e individuos de estas comunidades que van a trabajar muy duro para que el número de votantes latinos crezca y con él, su poder político que pudiera hacer la diferencia entre quién gana y quién pierde en muchas elecciones venideras.
Pero no nos equivoquemos, el verdadero poder sigue estando en manos del “establishment” (una palabra pasada de moda) aunque podamos rebanarle algunas lasquitas a la maquinaria blanca y multimillonaria, que controla quiénes son los candidatos a las posiciones de mayor influencia, principalmente la presidencia, por supuesto. Sólo hay que ver cómo la maquinaria del Partido Demócrata movilizó todos sus recursos y eliminó a Bernie Sanders, el mejor candidato sin duda, pero “socialista”, es decir, alguien que no iba a favorecer a las grandes corporaciones y a los multimillonarios de siempre. Esta siempre será, con contadas excepciones, una democracia del mal menor, es decir, si bien ninguno de los candidatos es bueno, hay que votar por el que pensemos es el menos malo. La gente no votó por Biden, sino en contra de Trump, aunque hay que admitir que, al lado de Trump, Biden, con una trayectoria nada inspiradora, parece un santo listo para ocupar un lugar en los altares.
Dentro de poco se cumplirán 60 años de la Operación Peter Pan, a través de la cual fueron sacados de Cuba más de 14 mil menores, entre 1961 y 1962. A muchos de ellos usted los conoció a lo largo de su vida, e incluso fueron sus amigos o amigas y colegas en diferentes contiendas. Por lo tanto, conoce de primera mano el impacto emocional que acarreó aquella experiencia nefasta. Por otra parte, usted como periodista ha escrito sobre otra tragedia más actual, la de los niños inmigrantes en Estados Unidos separados de sus padres. ¿Una lectura paralela de estos dos fenómenos podría facilitar la comprensión del trasfondo de los mismos, arrojaría alguna luz nueva sobre la política de EE. UU hacia Latinoamérica?
AR: Creo que son dos fenómenos diferentes. Peter Pan fue una operación propagandística de una crueldad casi increíble basada en una mentira enorme inventada por la CIA y el gobierno norteamericano. Sin embargo, no hay nada inventado en la tragedia de los niños inmigrantes que aún llegan por miles a la frontera y se convirtieron en una crisis para EE. UU. Esa crisis, primero Obama y luego Trump la enfrentaron no con compasión y respeto por el derecho de asilo, sino con la crueldad de las deportaciones, encierros y separaciones familiares.
Lo interesante, es que la crisis de los niños de la frontera también fue creada por EE. UU. con su política intervencionista, su apoyo a dictadores y a los peores gobernantes, su participación en las matanzas ocurridas en Centroamérica, la deportación de pandilleros a Centroamérica, que incrementaron el nivel de violencia de tal forma que miles de personas se vieron obligadas a huir no por razones económicas, sino para salvar su vida. Claro, que Washington no asume ninguna responsabilidad por esos actos.
Me parece que lo que podemos sacar en conclusión es que hay tan poco interés y tan poco respeto por América Latina en general, que hace que Washington siga “metiendo la pata” en cuanto a su política hacia los vecinos de Sur. La idea de que somos el traspatio de EE. UU. está demasiado arraigada en Norteamérica. Por supuesto que Trump y la pandemia han hecho de este un momento de total confusión en el que nadie sabe qué hacer. Trump ha dejado al descubierto los mitos de la cacareada democracia norteamericana, y a Washington le va a resultar más difícil que sus lecciones de democracia, libertad, derechos humanos, elecciones limpias etc., se tomen en serio. Pero la arrogancia imperial es sorprendente y parece no tener límites, así que quién sabe lo que podemos esperar.
Un dato interesante es que Biden acaba de nombrar al abogado cubanoamericano Alejandro Mayorkas, como jefe de Homeland Security, alguien conocido en Cuba. Veremos cómo se comporta. Pero estoy seguro de que, aunque debe ser una mejoría a la crueldad de Trump, Mayorkas no es ninguna “perita en dulce”.
«Yo me fui de Cuba, pero Cuba nunca se fue de mí”, es una frase con la que usted tituló una reseña que escribió, precisamente, sobre el documental «Operación Peter Pan: Volando de vuelta a Cuba» (2011), de Estela Bravo. Así se expresa en el audiovisual una víctima de aquel crimen. ¿En qué medida comparte el sentimiento contenido en esa frase y cómo el mismo ha operado en usted?
AR: Lo comparto plenamente y es el motivo de que haya tomado los rumbos que tomé desde que llegué a este país. Y aquí incluyo los primeros años de actividad contraria a la Revolución. Por supuesto que mirando hacia atrás quisiera no haber participado en ninguna de esas actividades, pero las mismas, aunque equivocadas, fueron siempre originadas por mi amor a Cuba y la creencia de que era una buena causa y de que luchaba por algo bueno para mi patria y mi pueblo. Darme cuenta de que la mayor parte de los que estaban involucrados en acciones o movimientos contrarrevolucionarios (principalmente, los jefes) solo buscaban dinero, poder o peor, venderle Cuba a Washington, me hizo reevaluar mis posiciones. Esto, por supuesto es mucho más complejo de lo que puedo decir aquí.
Sé que ustedes están al tanto de que, por más de cuatro décadas, desde mis años de universitario, he participado, junto a otros compañeros entrañables, en un sinnúmero de actividades defendiendo a Cuba, tales como el diálogo, la nación y la emigración, contra el bloqueo, buscando la normalización de relaciones etc., actividades de las que me siento orgulloso, aunque me hayan costado que se me cerraran puertas como profesional.
No, en casi 60 años, Cuba no se ha ido de mí, y este sentimiento ha sido un faro moral cuya luz ha iluminado los caminos que he recorrido durante todo el tiempo que he vivido fuera de mi patria.
¿Con respecto a Cuba, cuáles son sus expectativas con el nuevo gobierno demócrata que ingresará en enero de 2021 en la Casa Blanca?
AR: Son modestas. Biden no es Obama, no tiene su carisma, su inteligencia o su popularidad, para no mencionar el desastre que hereda de Trump, lo difícil que le va a resultar gobernar dado que Trump ha logrado entronizar el fascismo en una buena parte del pueblo americano. No se puede olvidar que Trump obtuvo una votación de 73,786,905, la más grande en la historia política de EE. UU., solo superada por Biden. Ni él ni sus seguidores van a desaparecer.
A esto hay que sumarle los estragos de una pandemia que no parece tener fin y que ha puesto de cabeza la vida del pueblo norteamericano. Gracias a Trump, la misma ha dividido el país aún más políticamente cuando lo que procedía era una respuesta unificada a la misma. Como resultado, EE. UU. es el país con más contagio, más muertos y menos posibilidades de controlar el Covid-19.
Todo esto quiere decir que Cuba no va a ser una prioridad para el nuevo presidente, lo cual no significa que no vaya a haber mejoras. Quizás el hecho de que haya un cubanoamericano, Alejandro Mayorkas al frente de Homeland Security ayude en algo. Veremos.
En una entrevista con Jackie Nespral, presentadora de NBC 6, el presidente electo Biden dijo: “Intentaré revertir las políticas fallidas de Trump que infligieron daño a los cubanos y sus familias. No han hecho nada para promover la democracia y los derechos humanos, al contrario, la represión contra los cubanos por parte del régimen ha empeorado con Trump». Un importante asesor de política exterior de Biden también dijo a Reuters que el nuevo presidente «revertiría las medidas que separan a las familias, las limitaciones en los viajes familiares y las remesas». Esto podría significar, por ejemplo, la dotación de personal de la embajada de Estados Unidos en La Habana, que la administración Trump redujo al mínimo con la excusa de un misterioso “ataque sónico” que afectó a diplomáticos estadounidenses. Sí, hay esperanzas de relaciones algo mejores con Cuba.
Pero el bloqueo (sobre todo si los Republicanos controlan el Senado) permanecerá en su sitio y probablemente también las multas a las instituciones financieras internacionales que hagan negocio con Cuba. Con algunas mejoras, el camino seguirá siendo cuesta arriba.
El periodismo y la poesía han ido de la mano en toda su vida creativa. ¿Cómo ha transcurrido esa relación, hasta dónde se complementan o compiten por transmitir sus ideas, sus vivencias y su necesidad de comunicarse con -y sobre- Cuba?
AR: La realidad es que soy mucho más conocido como columnista de temas políticos y sociales que como poeta. Después de todo, Por si muero mañana es mi primer poemario y con mis 80 años a cuestas, quién sabe si el último.
Como columnista se me conoce por tratar de darles voz a los que no la tienen en este país y escribir sin pelos en la lengua sobre temas que generalmente los grandes medios ignoran. Me refiero a asuntos tales como la absurda y abusiva política hacia Cuba, ahora endurecida hasta el extremo por el gobierno de Trump, el triste papel de vendepatrias de los políticos “cubanoamericanos”, así como la inmigración y el papel funesto de EE. UU. primero en crear las condiciones que obligan a la gente a abandonar sus países y después en perseguir a esos mismos inmigrantes inmisericordemente, entre otros temas.
Naturalmente, algunos se han sorprendido de que mi libro, Por si muero mañana, que contiene poemas escritos desde 1974, revele quizás una parte más íntima, más vulnerable, menos política. No parece escrito por la misma persona, me han comentado varios amigos. Pero no hay ninguna contradicción. Es que esta es la otra cara de mi moneda, es decir, la otra dimensión de quién soy. Y Cuba está más presente que nunca en la nostalgia, el anhelo de regresar y el temor a morir en otras tierras, como expresa el poema que da título al libro.
Identidad y resistencia cultural son temas que también han formado parte de los intereses del Programa de Estudios sobre latinos en los EE. UU, de la Casa de las Américas. Al intervenir vía online en la apertura del Taller Miradas nuestramericanas ante los actuales desafíos de la población latina en los EE. UU, el teatrista y cineasta chicano Luis Valdez dijo que se considera “un americano continental”, en el sentido de considerar América a todos los países de la región. Luego de vivir apenas 20 años en Cuba y casi 60 en los EE. UU, ¿qué se considera Albor Ruiz?
AR: Soy cubano y lo afirmo sin ninguna duda y con orgullo en noviembre de 2020, después de cumplir 59 años de haber llegado a este país y a poco de celebrar mi cumpleaños 80. Confieso que me golpeó ver este pedazo de mi historia puesto en blanco y negro: “Luego de vivir apenas 20 años en Cuba y casi 60 en los EE. UU.”, algo que nunca quise, pero que jamás apagó en mí la llama de la cubanía, el orgullo por nuestra historia y nuestra cultura que aprendí principalmente de mis padres y de La Progresiva (hoy Escuela Marcelo Salado), el colegio al que asistí desde pre-escolar hasta graduarme de Bachillerato. Mis padres, aunque murieron en Miami, nunca desearon tampoco abandonar su patria, pero la vida es complicada y sorprendente y a veces tenemos poco que decir sobre cómo cambia y cómo se desarrollan trozos importantes de nuestra propia existencia.
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La portada digital de su libro Por si muero mañana estuvo hasta hoy en el escritorio de mi laptop, en parte para no perderla entre ficheros y carpetas digitales que una va acumulando, en parte para no olvidar que tenía pendiente publicar su entrevista. Albor Ruiz murió ayer, viernes 8 de enero de 2021.
Tomado de laventana