No es preciso dilucidar si son cobardes o perversos irresponsables aquellos que tras atizar diferencias y llevarlas hasta el paroxismo, abandonan a sus seguidores. Es lo hecho por Donald Trump al distanciarse de quienes asaltaron el Capitolio, como si no hubiera sido él mismo, quien los incitara de forma pública e innoble a hacerlo.
Será otro elemento a sumar a lo confirmado el 6 de enero, viendo las caóticas situaciones propiciadas y, lo peor, a padecer en lo adelante dentro de Estados Unidos. La sobrevivencia del trumpismo no es imposible. Lo sugiere la cantidad de votantes que tuvo y como resultado –esto es sustancial- de factores como: el agresivo desorden de quien se considera por encima de todos y en capacidad de hacer las cosas más tramposas e irracionales, siempre al borde de lo desmedido, sin encontrar objeciones de peso o teniendo un respaldo arbitrario.
Esa imagen de fuerza desbocada, sin consecuencias, es de un irresistible atractivo para gente algo o muy desquiciada que suele vivir en una ficción aberrante.
Las imágenes de la toma del recinto legislativo en Washington, muestran a personas disfrazadas, como si necesitaran de ese ropaje para adquirir poder personal. Trasciende que se trata de entes drogados con los elíxires de una morbosa fantasía. Extrapolados vikingos, (tal el jefe de los Proud Boys, pero igual los Three Percentes, Oath Keepers o TheDonaldWin), o los Batman y los miles protegidos por chalecos antibalas, (claro, fueron a una guerra, convocados por su líder, el mismísimo ¿presidente?).
Con armas de asalto para una ofensiva, (“Nunca nos rendiremos, nunca concederemos la victoria a Biden”), exhortó quien, sin recursos lúcidos y decentes, optó por un autogolpe, valiéndose de extremistas sin sentido de la medida ni las conveniencias básicas.
Quienes poseen fundamento ético-moral, solidez en sus exigencias, no requieren de esconderse tras antifaces. Pero estos de Washington, actuaron desaforados bajo el estímulo agresivo de quien debía respetar el orden pero les llamó a romperlo y en un contexto de irrealidad galopante.
El FBI alertó hace tiempo sobre estos grupos, calificándoles de terroristas domésticos, integrados -nada secreto es- por supremacistas blancos y otros segmentos de la ultraderecha. Se ignoraron esas advertencias, o no le interesó a la administración Trump, sofocar a elementos destructivos pero usables, y ese fue el caso.
Generosamente alimentados por Donald Trump, quien jamás condenó ninguno de sus excesos en manifestaciones contrarias a las protestas socio-raciales recientes, o por asaltos parecidos a las autoridades de algunos estados, tuvieron sostén y portavoz en lo hecho y ejecutado desde el des-gobierno actuante en los últimos cuatro años. Pero es preciso emplazar que quien habitó la Casa Blanca en ese lapso no estuvo solo en la creación de una atmósfera polarizarte grandemente dañina.
Las máximas y menores figuras del Partido Republicano, en lugar de moderarlo, le hicieron coro hasta último momento. Desestimaron las culpas del magnate cuando fue sometido a un juicio político. Si la cámara alta no hubiera tenido mayoría republicana, exonerarlo habría sido poco probable, incluso si, como parece, el impeachment entonces no fue bien preparado por los demócratas, que dieron pie a su alegato en la trama urdida con Ucrania, y el doble delito cometido por el magnate al conspirar contra su contrincante electoral, usando fondos del estado en la coacción a Kiev para que actuara en su favor.
Cuando los acusadores quisieron llamar testigos directos (recuérdese al por entonces defenestrado John Bolton, entre varios capaces de reportar irregularidades de calado), los miembros del Senado no lo permitieron y parecido han hecho después del 3 de noviembre del 2020, cuando acompañaron a Trump en su delirante campaña buscando mantenerse en el dulce poder tan ambicionado por los ególatras.
Solo cuando el 14 de diciembre el Colegio Electoral dio su dictamen a favor de Joe Biden, fue cuando Mitch McConell, jefe de la decisiva instancia parlamentaria, se bajó de la nave a punto de zozobrar. Otros le siguieron, percatándose de riesgos ¿o complicidad? superiores al interés cerril de unos cuantos.
Todavía quedaron una decena de legisladores conservadores dispuestos a continuar retando al sistema electoral y los divinizados resortes de la perfectísima democracia made in USA, y lo hicieron saber, yendo por encima de sus restantes correligionarios ideológicos, ya no contentos, pero sí con sensatez suficiente como para no impugnar esa parte de un sistema presentado ante el mundo como el mejor entre los mejores.
Las reclamaciones de que hubo fraude electoral masivo fueron acompañadas por la casi totalidad de los conservadores en el Senado y en instancias gubernamentales parecidas. Igual sucedió con un grupo de disposiciones de Trump, incluyendo no impeler primero o cuestionar en seguida, la incapacidad o inercia mediante la cual la Covid-19 tuvo y tiene escandalosos índices.
Se podía haber evitado la extravagante insubordinación que ahora les asusta, si hubieran impedido el llamado instigador de Donald Trump antes, cuando les dijo a esos “patriotas” que estuvieran preparados para la acción y cuando el mismo día del asalto, en la mañana, instó a paralizar la nominación oficial de Joe Biden como nuevo presidente.
La inacción fue un detonante. Sospechoso, además, que tan importante instalación oficial no tuviera activado un sistema de seguridad como el de eventos menos importantes y sin las amenazas esta vez claramente evidenciadas. ¿Connivencia? De ser así ¿quiénes son los culpables? ¿Quedarán a salvo en los tortuosos pedidos de exigir responsabilidades?
Cuando se decide si destruir a Trump y cómo, (” El presidente incitó a una insurrección armada contra EE.UU.”, afirmó Nancy Pelosi, presidenta de la cámara baja y por ello “debe ser destituido de su cargo. Si bien solo quedan días, cualquiera de ellos podría ser un espectáculo terrorífico para EE.UU.”), en el candil político norteamericano quedaban diferentes sentires y reconcomios.
Lo más inquietante: a falta de castigo adecuado, ¿quedarán movilizadas esas bases trumpianas? Quizás para defenderlo de los múltiples juicios que debe encarar una vez perdido el amparo del cargo (desde evasión de impuestos hasta acoso sexual e instigación a mentirle a las autoridades). Puede, igual, que actúen de forma desestabilizante pues muchos de ellos están convencidos, ante la insistente y calumniosa afirmación de que los demócratas le robaron las elecciones a su ídolo, que él es una inocente víctima de una maquinación de pedófilos caníbales (así lo dice QAnon, uno de los más incisivos y lunáticos clanes dentro de las tribus exacerbadas de homofóbicos, racistas, Tea Party kukuxklaneros, etc.).
Hasta las figuras más conspicuas de la derecha mundial calibran la gravedad de lo acontecido. Hans Stontelberg, jefe de la OTAN, denunció los hechos instando a reconocer el resultado electoral y varios jefes de estado (incluyendo al muy favorecido Benjamín Netanyahu, quizás curándose en salud) se distanciaron de quien promovió tan insensatos hechos. El propio partido republicano sabe que está obligado a reestructurarse si desean recobrar espacios y credibilidad en casa y fuera de ella. Si no, estará asentado otro peligro pues el pensamiento y accionar distorsionado, agresivo, irreverente hasta los extremos, exacerbado por Trump, se multiplicará.
Él calificó de patriotas a los asaltantes y al despedirles les dijo “los amo”, acentuando su visto bueno al despropósito delincuencial que realizaron. El vice Mike Pence fue calificado de traidor por no plegarse a la demanda de Trump para anular los votos que le hacen perdedor y ¡le amenazaron con lincharlo! dando prueba del enfoque extraviado del instigador y sus más fieles.
Si no actúan consecuentemente, esa propensión quedará activada. Y el modo aería, como evalúan ex presidentes y antiguos miembros del gabinete, como: “Tratar de subyugar la democracia estadounidense mediante actitudes mafiosas”, no es lícito ni aceptable, así consideró John Mattis, antiguo jefe del pentágono. El propio Pence, hasta hace bien poco escudero decidido del desbordado Trump, prometió que los involucrados “serán procesados con todo el peso de la ley”.
Debería ser así, incluyendo a quien provocó tal desorden y aquellos que fueron sus edecanes, permitiéndole tantos excesos. Por supuesto, esta historia no concluye con estos episodios. Tiene un pantanoso después por delante.
Buen análisis. Donald Trump es reflejo de un país donde el dios dinero es la base que sustenta la sociedad estadounidense : cuánto tienes, cuanto vales . Sus seguidores, varias decenas de millones, se identifican con su hacer y modo de vida- Así son las cosas en la rica nación del norte.