“Nosotros no somos burgueses hipócritas para ocultar nuestros fracasos e ineptitudes”, expresa Julio Antonio Mella en sus lecciones para los corresponsales del periódico mexicano El Machete. Vigencia para el periodismo revolucionario. Esa visión es aun más necesaria en la fase constructiva de la nueva sociedad. La fortalece. El silencio, las cortinas puestas ante los hechos, dañan tanto como el teque. Y bastante. De esos resquicios se aprovechan los enemigos. Tergiversan, envenenan, desunen.
Este mulato de espaldas anchas que parece nacido con los remos pegados a las manos nada, corre, juega básquet y fútbol aunque no se limita a lo deportivo. Lo ama, y lo usa para edificar almas y cuerpos. Medio movilizador, vigoriza lo combativo, la disciplina, el colectivismo, la pasión por la vida. No se ata al pecado original de muchos del sector que sitúan los músculos y trofeos por encima de lo demás, como único horizonte: ladeadas la patria y la humanidad si una lid atlética glorifica.
Ya se dolerá Pablo de la Torriente Brau de la misma aberración en vísperas de su viaje a España para pelear por la República, entristecido por los desprecios de Hitler a los competidores negros en Berlín 1936, y la floja actitud del movimiento deportivo: “Cada vez pienso más que el atleta es el animal inferior de la escala humana”. El destacado futbolista rugby va más allá de la citada protesta en cuanto al tema. Lean algunas de sus opiniones relacionadas con “… la amplia sonrisa presupuestal…,” para el estadio universitario después de la caída-la tumbada- del machadato:
“Nombres hay que salvan del olvido para siempre a la falange de la Universidad: Mella, Hidalgo, Trejo…, los que han muerto. Sobrevivieron a sus luchas otros cuantos, pero, ¿dónde están los del fútbol, los fives de baloncesto, las novenas de peloteros, los relevos de corredores en la revolución? ¿Qué se hizo de tanto atleta poderoso que no apareció por ninguna parte? Afirma: “…sólo le sirvieron a la Universidad para ganar medallas de oro. Cuando los necesitó para esfuerzos más notables no pudo contar con ellos”. Por eso entiende que: …“ese dinero ha podido emplearse mucho mejor en preparar alojamiento a los estudiantes pobres, que no tendrán tiempo ni alimentación para practicar deportes y que sí sufrieron en todo su rigor las consecuencias de las luchas contra Machado”. (Polémica, 15-5-1934)
Mella también había atacado en la prensa a las manifestaciones negativas de la actividad: estaban en pantalones cortos todavía, crecerían del brazo de los negociantes hasta enlodarla: “… las grandes peleas de boxeo y los encuentros de fútbol o base ball pueden competir, en cuanto a potencial mercantil, con cualquier negocio en una hacienda bananera o hasta en un campo de petróleo”. (El Machete, 29 -10 de 1927).
Ambos, atletas destacados, intelectuales brillantes; ante todo, seres humanos sensibles de verdad, por tanto revolucionarios. Alumnos de José Martí, lo mantenían presente y sabían por el Maestro que los hombres de pensamiento para ser respetados por los de acción no podían montarse sobre un caballo de paseo porque no gana batallas.
A Mella lo asesinó el gobierno pro imperial de la Isla el 10 de enero de 1929, cuando el Atleta de la Libertad preparaba en la tierra de los aztecas una expedición armada para liberar a nuestra patria. El maravilloso periodista cubano puertorriqueño cayó en defensa de la República Española en Majadahonda, el 19 de diciembre de 1936. Pensaron como dijo Pablo: “De veras que hay que morir para acabar con la guerra”.
Los dos sabían usar la palabra con belleza y profundidad sin aferrarse a ella. Llevaban a la acción sus textos, surgidos en gran medida de la acción. Tampoco situaban su obra intelectual por encima del quehacer por el pueblo, su mayor obra. En ella latía lo ético hermanado con lo estético. No decían sí a todo. Pero su pensar crítico era constructivo; jamás el canto a sí mismo. No se acomodaron a la situación, no soñaban con la gloria hasta la pesadilla, ni perdieron de vista al enemigo esencial: el imperialismo. Fundaron trincheras y, si no les comprendían la luz, abrían más el pecho: Martí y Lenin, Baliño y Alfredo López emergían para ripostar a reaccionarios y dogma castigadores.
Mella lo deja claro al señalar, con lástima más que desprecio, las veleidades de Agustín Acosta, heredadas por tantos zanjoneros actuales, en el artículo acerca del poema La zafra: “Algún día sentirá el dolor de haber sido un inconsciente desertor cuando pudo haber sido un gran capitán”.
Excelente comentario de un ferviente y consecuente admirador de Julio Antonio Mella .