A partir de que en el año 1860 la célebre escritora camagüeyana, representante del movimiento romántico cubano, Gertrudis Gómez de Avellaneda (Camagüey, 23 de marzo de 1814 —en su autobiografía figura 1816-Madrid, 1 de febrero de 1873), fundara y dirigiera en La Habana la revista quincenal Álbum Cubano de lo Bueno y lo Bello, en la capital y en otras regiones del país se intensificó el interés por la prensa femenina, aunque no fue el primer medio de prensa que se motivó por este género o estilo, ya que tres décadas antes, los connotados intelectuales Domingo del Monte y José J. Vilariño habían creado la revista Recreo Semanal del Bello Sexo o La Moda, que vio la luz hasta1831.
Adelantada a su tiempo, la prestigiosa poetisa, dramaturga y precursora de la novela antiesclavista, fue fundadora, directora y redactora principal de la mencionada revista literaria, especialmente concebida en defensa de las ideas de la mujer insular, a la que incentivó para que ejerciera la labor periodística.
Gómez de Avellaneda vino al mundo en la ciudad de Santa María del Puerto del Príncipe (hoy Camagüey), entonces colonia española. Su padre (español), Don Manuel Gómez de Avellaneda, era comandante de Marina y su madre (criolla), doña Francisca de Arteaga y Betancourt, conformaron una tranquila, acaudalada e ilustre familia que sobresalía en la vida social de la esplendorosa urbe.
Considerada la escritora cubana más insigne del siglo XIX, Gertrudis, también conocida como Tula o La Peregrina, brilló en las letras insulares, en tanto fue férrea defensora de los derechos de la mujer en tiempos en que al llamado “sexo débil” le estaba prácticamente proscrito relumbrar en muchos escenarios públicos, circunstancia que años después, en 1853, cuando vivía en España y su carrera fulguraba en toda Iberoamérica, sufrió de forma cruel y humillante el rechazo, por fémina, a ocupar un asiento en la Real Academia Española, a los cuales solo podían acceder hombres.
El Héroe Nacional, José Martí, admirador de su vida y de su obra, amén de sus altos valores espirituales e intelectuales, la calificó como “esta rosa erguida”, quien desde la infancia experimentó extraordinaria vocación por las letras, tanto a través de la lectura como en la redacción de pequeños cuentos y la representación de obras de teatro.
Admiradora de escritores de la talla de Lord Byron, Victor Hugo, Alphonse de Lamartine, François-René de Chateaubriand y Madame de Staël, entre otros, La Avellaneda sintió su primera conmoción espiritual ante la muerte de su padre, en 1823, suceso al que le siguió su negativa a contraer matrimonio con un joven al que no amaba, motivo que, unido a algunos trastornos en su salud, la incitaron a vivir durante un tiempo en Santiago de Cuba. Entretanto, otro matrimonio de su madre con Gaspar de Escalada y López de la Peña, conformó su nueva familia que en abril de 1836, cuando ella tenía 22 años, decidió trasladarse hacia Burdeos, centro de la famosa región vitivinícola en el suroeste de Francia, y de allí a la ciudad portuaria de La Coruña, la región de Galicia, España.
Pocos meses después, la inquita joven con ideas progresistas, se fue a vivir a Sevilla, con su hermano, y luego a Cádiz, donde escribe por vez primera, con el seudónimo de La Peregrina, en el periódico La Aureola, que dirigía el crítico, escritor y periodista español Manuel Canete.
La Avellaneda, ahora con su mote de La Peregrina, comienza a reafirmarse como escritora, y promueve, con sorprendente éxito, sus primeros textos. Al año siguiente —junio de 1840— estrena Leoncia, su primera obra, la cual fue bien recibida en Sevilla y conoce a Ignacio Cepeda, de quien vivió apasionadamente enamorada, aunque no igualmente correspondida; sentimiento que aparece magistralmente expuesto en la obra La Avellaneda. Autobiografía y cartas de la ilustre poetisa, con un prólogo y una necrología a cargo de D. Lorenzo Cruz de Fuentes (Imprenta de Miguel Mora, Huelva, 1907).
A inicios de la década de los años 40 del Siglo XIX, se instala en Madrid, ciudad en la que desarrolla su período más fértil como prolífica poetisa y novelista, durante el cual publica los libros Poesías (1841), la vanguardista novela Sab (1841), además de otros títulos de este género como Dos mujeres (1842-1843), Espatolino (1844) y Guatimozín (1845).
En la capital española estableció amistad con reconocidos escritores como Alberto Lista, Juan Nicasio Gallego, Manuel Quintana, Bernardino Fernández de Velasco, Nicomedes Pastor Díaz, José Zorilla, Francisco de Paula y Mellado, en tanto establece vínculos amorosos con el poeta Gabriel García Tassara, con quien tuvo una hija nacida en abril de 1845 y que fallecería siete meses después.
A finales de ese año se casó, en Burdeos, con el gobernador civil de Madrid, Pedro Sebater. Pero la sombra del infortunio volvió a golpearla cuando pocos meses después este también fallece, el 1 de agosto de 1846, en esa ciudad francesa, víctima de una severa afección en la laringe.
Sola y abatida, la gran escritora cubana encomendó su destino a Dios y buscó refugio en el convento de Nuestra Señora de Loreto, de Burdeos.
Tras un periodo de internamiento relativamente breve en ese claustro con el fin de sanar las profundas heridas dejadas tras la muerte de su hija y de sus esposos, la insigne escritora retorna a Madrid. Lee sus poemas en el Liceo y estrena varias obras dramáticas: Saúl (1849) tragedia bíblica calurosamente acogida por el público, Flavio Recaredo (1851), La verdad vence apariencias (1852), Errores del corazón (1852), El donativo del diablo (1852), La hija de las flores (1852) y La Aventurera (1853). También Reedita Poesías (1851) y publica el relato de tema histórico titulado Dolores. Páginas de una crónica de familia.
Una destacada publicación madrileña de la época, el Semanario Pintoresco Español, igualmente edita dos de sus nuevas leyendas: La velada del helecho (1849) y La montaña maldita (1851).
La Avellaneda siempre profesó un extraordinario amor por su patria natal. Nacionalista y auténticamente criolla, esa devoción trasciende en uno de sus poemas más conocidos y conmovedores: Al partir, en el que además se evidencian sus magníficas dotes como poetisa a través de su magistral utilización de los recursos líricos: ¡Perla del mar! ¡Estrella de occidente!/ ¡Hermosa Cuba! Tu brillante cielo/ la noche cubre con su opaco velo,/ como cubre el dolor mi triste frente. /¡Voy a partir!… La chusma diligente,/ para arrancarme del nativo suelo/ las velas iza, y pronta a su desvelo/ la brisa acude de tu zona ardiente./ ¡Adiós, patria feliz, edén querido!/ ¡Doquier que el hado en su furor me impela,/ tu dulce nombre halagará mi oído!./ ¡Adiós!… Ya cruje la turgente vela/ el ancla se alza… el buque, estremecido,/ las olas corta y silencioso vuela.
Su recurrente evocación a la amada isla natal y sus gentes, igualmente se refleja en los versos dedicados al conocido poeta cubano José María Heredia, del que citamos algunos fragmentos: “Voz pavorosa en funeral lamento,/ desde los mares de mi patria vuela/ a las playas de Iberia; tristemente/ en son confuso la dilata el viento;/ el dulce canto en mi garganta hiela,/ y sombras de dolor viste a mi mente./ ¡Ay!, que esa voz doliente,/ con que su pena América denota/ y en estas playas lanza el océano,/ “Murió —pronuncia— el férvido patriota…/ ”Murió —repite— el trovador cubano”; y un eco triste en lontananza gime, “¡murió el cantor del Niágara sublime!”.
En la segunda mitad de los años 50 del Siglo XIX, escribe varias leyendas que posteriormente recoge en el libro Obras literarias. Ya había contraído matrimonio (1855) con el coronel y diputado a Cortes, Domingo Verdugo y Massieu, y estrena Simpatía y antipatía (1855), La hija del rey René (1855), Oráculos de Talía o los duendes de palacio (1855), Los tres amores (1858) y Baltasar (1858), una de sus mejores dramaturgias.
Un suceso que igualmente marcó los infortunios amorosos de La Peregrina, se produjo en el estreno de una de sus piezas, ocasión en que una escandalosa disputa propinó graves heridas a su esposo Domingo, por lo cual, en 1859 ambos deciden regresar a Cuba, luego de pasar por Francia y Estados Unidos. Poco menos de tres años después, a consecuencia de las lesiones recibidas, el coronel Verdugo falleció en la Isla.
La destacada investigadora María Ángeles Ayala Aracil, de la Universidad de Alicante, asegura que “Gertrudis Gómez de Avellaneda fue considerada en su tiempo como una de las mejores expresiones del movimiento romántico. Su vida y su obra siguen interesando a los estudiosos actuales, tal como se aprecia en los numerosos estudios críticos y trabajos de investigación publicados en estos últimos años. Sus personales circunstancias biográficas, su apasionado carácter, su generosidad y su marcada rebeldía frente a los convencionalismos sociales, que la llevó a vivir de acuerdo con sus propias convicciones, la apartan de la mayoría de las escritoras de su época, convirtiéndola en precursora del movimiento feminista en España.
“Escritora con un corpus literario amplio —agrega— en el que se alternan poemas, leyendas, novelas, dramas y artículos periodísticos de indiscutible calidad. Sus melodiosos versos transmiten la hondura de sus pensamientos y sentimientos, en una producción en la que se suceden la expresión del amor, la experiencia religiosa o la nostalgia por su tierra natal. Sus novedosas combinaciones métricas evidencian la maestría de Gertrudis Gómez de Avellaneda en el dominio del verso”.
De regreso a la tierra natal continúa sus trabajos literarios. Dirige en 1860 la revista El Álbum Cubano y en este medio publica, además de sus ya conocidas leyendas La montaña maldita, La dama de Amboto y La flor del ángel, sus discutidos artículos sobre la mujer. El 27 de enero de 1860 recibe un homenaje en La Habana donde es coronada de laureles, rindiéndosele así tributo a una cubana singular. También dedicó tiempo a revisar y corregir sus obras y preparar la edición completa del volumen titulado Obras literarias, dramáticas y poéticas (1869-1871). En su obra narrativa sobresalen, asimismo, las leyendas tituladas La baronesa de Joux y La ondina del lago azul.
Unos pocos años después regresó a Sevilla y luego a Madrid, donde permanece hasta su muerte, ocurrida el 1 de Febrero de 1873, víctima de una aguda diabetes mellitus que le había causado graves afecciones en la visión.
“Es evidente que Gertrudis Gómez de Avellaneda conculcó en sus obras literarias los cánones de la escritura femenina, al incluir en ellas preocupaciones sociales y expresar sus sentimientos con una desnudez y sinceridad inusuales. No se contentó con escribir poesía, el género literario apropiado por excelencia para la mujer de la época, sino que se atrevió con específicos géneros literarios calificados de varoniles, como la novela histórica y el teatro”, apuntó Ayala Aracil.
La Avellaneda, Tula, La Peregrina o sencillamente Gertrudis, devino mujer emblemática de la literatura iberoamericana en el Siglo XIX. Su obra, aún tiene mucho qué trasmitir a las nuevas generaciones.