Si me atrevo a esta licencia periodística es porque, además de lo provocador, como título dibuja especialmente algunas de las diabluras —para llamarlas líricamente— para nada erotizantes, pero sí bastante irritables, que ofrecen razón a quienes apuntan que se precisa «ordenar el ordenamiento», como certeramente se está haciendo.
Ahora mismo, desde la capital de la República, hasta poblados de lo que llamamos comúnmente el interior del país, pareciera que se juega al gato y al ratón. Ciertas marañas actuales retrotraen a las noches de infancia, cuando los pequeños nos divertíamos jugando al escondido.
Si acercarse a numerosas tarimas y mostradores de los legalmente instituidos resulta, ahora mismo, un ejercicio bastante poco poético —a no ser que se trate de reeditar alguna «breve denuncia social»— cómo será someterse a los que decidieron trasladarse al «clandestinaje», esconderse en los vericuetos de pueblos y ciudades o vender a deshoras de cualquier control oficial para burlar las políticas de precios aprobadas por las autoridades.
En la comercialización agrícola el empeño transformador de las reformas monetaria, cambiaria y salarial choca con los viejos dilemas de los denominados precios topados. Este mecanismo administrativo —bastante socorrido en empeños antinflacionarios anteriores para defender los dineros y la capacidad de compra de los consumidores— terminó, varias veces, creando más perjuicios que beneficios.
Es perfectamente verificable que en oportunidades anteriores, en la misma medida en que buscaba proteger a la ciudadanía, actuaba como paralizante de los mecanismos de estímulo a productores y comercializadores.
Sin embargo, en una economía fuertemente deficitaria y sometida ahora mismo a profunda corrección, resulta perfectamente entendible que la apuesta no puede ser, de ninguna manera, al sálvese quien pueda o a las leyes ciegas del mercado.
La prueba de la necesaria capacidad regulatoria del Estado está en la irracionalidad con la que representantes de los sectores estatal y privado respondieron a las atribuciones ofrecidas en ese ámbito por las reformas.
Y la demostración de que ese Estado está decidido a no renunciar a sus responsabilidades la tenemos con el Decreto 30 «De las contravenciones personales, sanciones, medidas y procedimientos a aplicar por la violación de las normas que rigen la política de precios y tarifas», que acaba de hacerse público en la Gaceta Oficial No. 8 Extraordinaria del 29 de enero, dirigida a enfrentar las conductas de indisciplina y descontrol en materia de precios y tarifas e incrementar la exigencia y el rigor en interés de evitar que se generen precios abusivos y especulativos.
Sería cuando menos ingenuo hacerle algún tipo de reverencia tropicalizada a los Chicago boys, algo que no está para nada incluido entre las fichas actualizadoras del socialismo cubano del siglo XXI, en su afán por reubicar al mercado en un justo lugar de incentivo y corrección dentro del nuevo modelo en marcha.
Reconozcamos también que no son muchas las variantes a mano en un contexto económico tan complejo como el nuestro —tanto interna como externamente—, en las que otras formas de intervenir o regular el mercado, menos administrativistas, son prácticamente imposibles.
Lamentablemente, para la opción más recomendable —incluso recogida en la normativa que dio paso a la llamada Tarea Ordenamiento en este terreno— las habilidades demostradas en los últimos años son bastante escasas. Es evidente que nos falta entrenamiento para la «concertación», una palabra rescatada para nuestro vocabulario económico y social y actuar políticos por la actualización del modelo socialista.
En un escenario de convergencia de distintas formas de propiedad, el equilibrio y el tacto para congeniar esos diversos intereses y hacerlos converger armoniosamente con el interés social requiere mucho de eso que el luchador de la Generación del Centenario Armando Hart Dávalos conceptualizaba como la «cultura de hacer política».
Lo contrario al empeño corrector de las reformas monetaria, cambiaria y salarial sería que las medidas adoptadas desde el 1ro. de enero hagan más subterráneo el mercado en vez de transparentarlo. Y mucho peor, que se acepte con indiferencia corriente esa tendencia por los responsabilizados de guiarlas a buen puerto.
Con el perdón poético de Carilda, actuar así nos desordena, nos desordena, amor, nos desordena…
(Tomado de Juventud Rebelde)