Concepción Arenal, Rosalía de Castro y Carolina Otero, excelsas gallegas, aparecen con encendidos elogios en los escritos del Apóstol de la independencia de Cuba.
El pensamiento de Concepción lo cita Martí en un artículo publicado en 1882, referido a las cárceles de España, y la llama señora ilustre y modestísima que pide con acento de evangelista y de profeta que se truequen en penitenciarías los presidios y éstos y las inmundas cárceles, en escuelas para los pescadores. Concepción Arenal se llama esa dama ilustre; no tiene España otra más grande.
En 1887, Martí vuelve a mencionar la labor de esta gallega y expresa que de penitenciarías y de derecho internacional no hay quien sepa más que Concepción Arenal, una española a quien, poco después de haberla premiado con medalla de oro en Dinamarca por un libro admirable sobre cárceles, la halló un visitante respetuoso zurciendo medias, y en otro escrito: Prosa de próceres, la llama señora de oro, con mente a pueblo.
José Martí también admiró a la gran poeta Rosalía de Castro y de ella citó frases que son afines con su propio pensamiento sobre ética y conducta. A un amigo confesó haber leído Follas Novas (publicado en idioma gallego) y en carta que le dirige, inserta palabras de la gran poetisa gallega.
¡Precisamente en Follas Novas aparece la extensa poesía Pra Habana! Con el verso:
Galicia está probe,
Y á Habana me vou…
Adiós, adiós, prendas
d¨o meu corazón!
La famosa poesía La bailarina Española, incluida en el libro de los Versos Sencillos de José Martí, la escribió el Apóstol alrededor de 1891, la que trascendió el siglo XX y llega a nuestros días para continuar siendo recitada en especial en los matutinos escolares, casi siempre los viernes durante el acto del Beso de la Patria.
¿Quién era la bailarina que motivó a Martí escribir tan hermoso poema? Pues no fue otra que la cantante y bailarina gallega Carolina Otero, nacida en Pontevedra en 1868.
La Bella Otero como solían llamarla sus admiradores no pasó inadvertida en la prosa martiana. Así, enterado José Martí por un amigo de que ella actuaría en Nueva York, en el Museo del Edén, 1890, acude al teatro para disfrutar del arte de la célebre cantante y bailarina. Él la aplaude emocionado, ella lo ha hechizado al punto que le provoca escribir una ardiente crónica en el diario porteño La Prensa: …donde triunfa la Otero, la española de cara de virgen, la que cuentan que vivió en amores con el rey Alfonso, la que seduce con el poder de los ojos más que con el de su canto y baile, al público enamorado del museo del Edén.
La noche que José Martí la ve actuando sobre el escenario, con pleno dominio profesional, logra atrapar su gracia al describirla en versos tal y como la recibe su alma de poeta:
Ya llega la bailarina:
Soberbia y pálida llega:
¿Cómo dicen que es gallega?
Pues dicen mal: es divina.
Lleva un sombrero torero
Y una capa carmesí:
¡Lo mismo que un alelí
Que se pusiese un sombrero!
Se ve, de paso, la ceja,
Ceja de mora traidora:
Y la mirada, de mora:
Y como nieve la oreja.
Cuentan que poco antes de comenzar la función, la bandera española fue retirada de la entrada al teatro y fue entonces cuando pudo Martí entrar al recinto, que muy pronto quedó colmado de público. Ya por aquellos años los empresarios de espectáculos se disputaban contratar a Carolina Otero, pues sus actuaciones representaban gran ganancia para aquellos hombres de negocios.
Por su lado, la Bella Otero triunfó siempre en los grandes escenarios de Europa y América y se convirtió en una mujer adinerada. Llevó una vida de lujos y despilfarró grandes sumas de dinero en los casinos y otras salas de juego. Sin embargo, nunca olvidó enviar ayuda monetaria a los pobres de su patria chica, Galicia. Por eso, en su testamento, de lo poco que le quedaba al final de su existencia, legó una suma para las personas más necesitadas de su ciudad natal, Valga (Pontevedra), lugar donde ella había pasado su infancia triste y pobre. Murió en la ciudad francesa de Niza, en 1895.
En verdad Martí amó al abnegado pueblo de Galicia. Por eso discursos, crónicas, poesía y otros escritos suyos revelan su legítimo respeto y admiración por los gallegos y gallegas. No por capricho sino por agradecimiento, existen en diferentes provincias galicianas cinco monumentos para rendirle homenaje al Apóstol cubano. De ellos, tres de José Delarra: en Láncara (de hormigón y piedra, 2.50 m. de altura); en Coles (de hormigón y piedra, 2 m. de altura) y en Santiago de Compostela (de granito y bronce, 4.50 m. de altura).
Miles de gallegos emigraron a Cuba y de ahí que en nuestras guerras de independencia, algunos lucharon junto a los mambises por la libertad de la patria de Martí. En 1893, Martí en el periódico Patria defendió al joven gallego Pablo Ínsua que con su salario apoyó la revolución cubana, y que falleció en Nueva York durante una cruda nevada.
Escribió Martí: Sería injusticia suma, y suma ingratitud, al hablar de los gallegos de Cuba, no poner una flor de las que no se secan sobre la sepultura cubierta de nieve de Pablo Ínsua.
Por su lado, también Fidel reconoció la presencia gallega en nuestras guerras por la independencia. Así lo cuenta en el libro Cien horas con Fidel. Conversaciones con Ignacio Ramonet. Fidel dice: “Un día, por casualidad, me puse a sacar la cuenta sobre los principales organizadores y jefes del Moncada, y me llamó la atención que muchos éramos hijos de españoles. Bueno ya estaba el caso muy notable de José Martí, el héroe de nuestra independencia, que era hijo de padre y madre españoles. Y debo decir que en nuestras luchas históricas por la independencia participaron muchos españoles y gallegos. Creo que hubo un número de más de cien gallegos, y algunos de ellos destacados, que hicieron causa común con los cubanos”.