En la Casa Blanca las maletas de la familia Trump ya están preparadas y este miércoles 20 de enero –a primera hora– volarán rumbo a la Florida. Poco después del mediodía, Joe Biden será juramentado como Presidente de Estados Unidos, con la esperanza de que la polarización y el odio enquistado en los seguidores de Trump no provoquen nuevos actos de violencia callejera.
Trump se va, pero queda tras de sí, el triste legado del recrudecimiento del bloqueo hacia Cuba. Su administración pasará a la historia como una de las más agresiva contra la Revolución y el pueblo cubanos; y deja una estela de obstáculos que complejizan aún más los vínculos bilaterales.
Su última semana en Washington fue elocuente para percatarnos de hasta qué límites estuvo dispuesto a llegar, con la inclusión de Cuba en la lista de países que supuestamente patrocinan el terrorismo, una mentira que ha sido rechaza –por politizada e inverosímil– tanto en nuestro país, como en Estados Unidos. Adicionalmente fuimos designados por el Secretario de Comercio como “adversario extranjero”, cumpliendo así con una orden ejecutiva del Presidente saliente. Entidades como el Ministerio del Interior y el nuevo Ministro fueron incluidos en las ilegales listas restrictivas del gobierno Trump en los últimos días.
Desde 2017 cuando la nueva administración asumió, hasta la fecha, 242 acciones y medidas anticubanas han sido tomadas, en el delirium por derrocar a la Revolución. Un número que se dice fácil, pero que entraña no solo daños a la economía del país, con la activación, por ejemplo del Título 3 de la Ley Helms Burton, sino un duro golpe a las relaciones familiares porque restringieron las remeses, cancelaron las licencias de empresas que las tramitan, además de eliminar los vuelos regulares directos a las provincias cubanas y disminuir las frecuencias a La Habana.
Igual destino corrieron las compañías de cruceros que tocaban puertos cubanos y de un día para otro vieron suspendidas sus autorizaciones. Si hablamos de importaciones, Cuba no puede traer productos de cualquier país que contengan 10 por ciento de componentes estadounidenses. Un buen ron criollo y el mejor tabaco del mundo tienen prohibido el acceso a la nación norteña.
Más de dos centenares de empresas, entidades, personas, hoteles, están en la Lista de Entidades Cubanas Restringidas por el Departamento de Estado norteamericano. Buques, navieras y compañías vinculadas al transporte de combustibles hacia Cuba fueron amenazadas y solo en 2019 fueron sancionadas 53 embarcaciones y 27 compañías.
Las relaciones diplomáticas existen, es cierto, pero quedan como un recuerdo de los 22 acuerdos alcanzados durante el mandato de Barack Obama; sin embargo, los encuentros técnicos y la cooperación en diversas materias se han visto disminuidos.
Con el pretexto de los supuestos incidentes de salud en la embajada estadounidense en el Malecón habanero, cerraron el consulado y luego trasladaron a su personal. Esa fue la primera campaña de descrédito contra Cuba del gobierno de Trump para tildarnos de país inseguro. No sería la única: acusaron a los colaboradores cubanos de ser agentes de la inteligencia y luego que las misiones médicas constituían un caso de trata de personas y de explotación laboral.
No cesaron los trumpistas –en estos cuatro años– en su objetivo de satanizar a Cuba y asfixiarnos, eliminar cualquier fuente de ingresos, ahuyentar a los inversores y a las entidades financieras, torpedear las relaciones internacionales de Cuba y crear la deseada situación de ingobernabilidad que NO llegó. Flaco legado de un Trump quien ni siquiera durante la pandemia aflojó su encono para facilitar la compra de medicamentos e insumos para atender a los enfermos de Covid 19.
Cuba y Estados Unidos tienen intereses comunes en los que trabajar y cooperar. Ya fue demostrado en la era Obama, no es algo nuevo. La convivencia y las relaciones respetuosas son posibles a pesar de las diferencias, aunque eso sí, el bloqueo –ahora acrecentado– sigue siendo el elefante en la cristalería de la normalización de vínculos.
Joe Biden ha dicho que viene a retomar políticas de Obama, pero llega al poder, entrampado por el coronavirus y con numerosas prioridades que resolver, incluida la polarización y los ánimos caldeados en aquella nación.