Ya Joe Biden es oficialmente el nuevo presidente de los EEUU. Y el ímpetu en la firma de decretos, varios de los cuales de modo enfático adversan las políticas adelantadas por Donald Trump, da la impresión de muchos cambios en la política estadounidense. Está por ver hasta dónde.
El flamante mandatario ha comenzado tomando aún mayor distancia de su predecesor que la que venía marcando durante la campaña electoral. Lo corroboran las primeras acciones positivas que ha iniciado en el orden nacional e internacional, de las cuales ya han dado cuenta profusamente los medios de comunicación de todo el mundo siempre repitiendo que será el presidente de todos los estadounidenses, que unirá nuevamente al país.
Pero si bien Trump atizó el fuego, no se le puede culpar de haber dividido a los ciudadanos del país norteño. El problema de fondo sigue ahí. Los EEUU de Norteamérica ya estaban profundamente fragmentados antes de asumir Trump la presidencia. Él, eso sí, representó a los sectores ultraderechistas, racistas, xenófobos y supremacistas de esa sociedad y con su actuar caprichoso e irresponsable, los visibilizó al punto de producirse la desbocada insurrección del 6 de enero en la que una horda enfurecida y armada, unida por la mentira del fraude electoral y al calor del aliento de su presidencial líder, reveló una democracia fallida que como ha quedado fehacientemente comprobado nada tiene para presumir como ejemplo.
El nuevo presidente ha impulsado rápidamente medidas, que son a la vez emblemáticas de su diferencia con Trump: la agresiva política contra la pandemia de la COVID-19, el tema de los inmigrantes, el muro con México, la disposición a prorrogar el tratado New Start…, a lo que hay que añadir la simbología de los bustos y retratos con los que ha adornado su oficina en el salón oval. Es además una persona con la cual es dable hablar más allá de las diferencias ideológicas y hay que reconocer que no pocos nos hemos alegrado que Trump no haya repetido en la primera magistratura de los EEUU y eso se le debe a Joe Biden y al partido demócrata.
Pero Biden no la tiene fácil. Trump tiene millones de seguidores quienes están identificados simplemente por la figura del ex-presidente cuyos mensajes cortos y duros vienen bien a sus representaciones elementales acerca de lo que debe ser la sociedad norteamericana y cuyo apellido, para colmo, significa “triunfo”. Esas huestes “trumpistas” no tienen organicidad, practican el culto a la personalidad y ni su propio líder los controla. Está por ver cómo reaccionarán si avanza el impeachment.
De algo podemos estar seguros una vez más: Joe Biden, miembro prominente del establishment político estadounidense, seguirá haciendo su gobierno dentro de los marcos establecidos por los poderes fácticos que constituyen el corazón del imperialismo norteamericano.
Estos son los momentos en los que es importante mirar más allá de lo visible, porque en política -nos enseñó Martí- lo real es lo que no se ve. Y se ve que Joe Biden no es lo mismo que Donald Trump, se ve que no representan en la sociedad estadounidense a los mismos electores, se ve que Biden es una persona educada como se vio que Trump no lo es. Y se ven los decretos que está ahora firmando. Pero cabe preguntarse ¿Hasta dónde querrá y podrá llegar, cuán profunda será la diferencia que marcará? ¿Qué es lo que no se ve?
En cuanto a Cuba, se sopesan diferentes variantes. Si bien está el anuncio de una continuidad de la política practicada por Obama, las cosas no tienen que ser iguales ni parecidas. Los deseos son unos, la realidad es otra.
El mundo entero sabe que Cuba se ha ganado el respeto universal. Lo demuestran las sucesivas votaciones contra el bloqueo estadounidense a nuestro país. Y no hay que ser un avezado politólogo para darse cuenta que es de interés de Cuba que existan relaciones de normal convivencia con los Estados Unidos.
Cuba lleva más de 60 años luchando contra el bloqueo imperialista que vio su peor recrudecimiento en el cuatrienio trumpista y nos sobra fortaleza, dignidad y altura aun siendo el país criminalmente agredido, pero que ha resistido heroicamente, para expresar nuevamente nuestra disposición al diálogo respetuoso. Como escribió en su cuenta de twitter nuestro presidente: “Reconocemos que, en sus elecciones presidenciales, el pueblo de EEUU ha optado por un nuevo rumbo. Creemos en la posibilidad de una relación bilateral constructiva y respetuosa de las diferencias”.
Los cubanos estamos enfrascados en nuestra propia batalla, empeñados en derrotar la pandemia de la COVID-19 y levantar la economía del país con nuestros propios esfuerzos. No nos queda otra que confiar en nosotros mismos y jamás olvidar las enseñanzas de Fidel poco después de terminar la visita de Barack Obama a Cuba:
“Se supone que cada uno de nosotros corría el riesgo de un infarto al escuchar estas palabras del Presidente de Estados Unidos. Tras un bloqueo despiadado que ha durado ya casi 60 años, ¿y los que han muerto en los ataques mercenarios a barcos y puertos cubanos, un avión de línea repleto de pasajeros hecho estallar en pleno vuelo, invasiones mercenarias, múltiples actos de violencia y de fuerza?
“Nadie se haga la ilusión de que el pueblo de este noble y abnegado país renunciará a la gloria y los derechos, y a la riqueza espiritual que ha ganado con el desarrollo de la educación, la ciencia y la cultura.
“Advierto además que somos capaces de producir los alimentos y las riquezas materiales que necesitamos con el esfuerzo y la inteligencia de nuestro pueblo. No necesitamos que el imperio nos regale nada. Nuestros esfuerzos serán legales y pacíficos, porque es nuestro compromiso con la paz y la fraternidad de todos los seres humanos que vivimos en este planeta.”[1] .
[1] El hermano Obama, reflexiones del compañero Fidel – 28 de marzo de 2016