Bien podría comenzar estas líneas citando no pocos artículos, ensayos, incluso libros, donde llamo la atención acerca de la necesidad de cambios que profundicen, como nos pidió Raúl, la democracia socialista, el abierto intercambio de ideas y propuestas, la necesidad de no dar por terminada la participación popular porque se discutieron los Lineamientos y la Constitución, sino que decisiones trascendentales concretas también se sometan al escrutinio público antes de adoptarlas, la necesidad de un discurso político y una narrativa que tome en cuenta los nuevos tiempos, la necesidad de trabajar conscientemente por el empoderamiento de las comunidades, de los colectivos de los centros de producción y servicios, de los barrios, los municipios, en fin lo que nos hemos acostumbrado a resumir como “la base”.
La Revolución ha creado sus instituciones y organizaciones en las que está siempre abierta la posibilidad de opinar, disentir, también aprobar y hacer. Y cuando en estas instituciones anida el acomodamiento y la inercia del burocratismo, o peor aún, el abuso de autoridad, es en ellas mismas por donde hay que empezar la pelea.
Simultáneamente, es imposible borrar de un plumazo, desconocer, que en nuestro país todo lo importante ha sido ampliamente debatido con todo el que ha querido participar, que nadie ha sido perseguido por las ideas que manifestó, por ejemplo, en las reuniones para discutir, criticar y proponer Lineamientos o para opinar sobre el anteproyecto de Constitución.
Han sido pruebas de participación popular y de democracia socialista, directa, que pocos países pueden exhibir como método, incluso ya tradición. Procesos que han cambiado la política, que no han sido un montaje para decir que tenemos democracia. La demagogia es ajena al espíritu revolucionario, eso es algo que es inherente al liberalismo, a la contradicción entre intereses corporativos, sino basta echar un vistazo hacia arriba o hacia debajo de nuestro continente.
Todos hemos tenido siempre la posibilidad de participar en estos procesos de análisis colectivos, en los que hemos podido expresar nuestros puntos de vista sin ser apabullados, callados o perseguidos por nuestras opiniones.
En estos debates han participado los campesinos que con su sudor riegan el futuro de la Patria, los obreros que con su trabajo hacen posible nuestro día a día, los científicos que con su inteligencia, perseverancia nos entregan valiosos instrumentos para el desarrollo de nuestra sociedad, los maestros que educan a nuestros hijos, los cuentapropistas, los intelectuales y artistas que han logrado con su obra conmover el corazón de la Patria, todos procurando un mejor país, sin reclamar un tratamiento especial o una posición privilegiada en la opinión pública por más méritos para ello que se auto-reconozcan los reclamantes. Ser revolucionario es no ser soberbios ni considerarnos superiores.
Y eso que es algo consolidado, en modo alguno puede conducirnos al equívoco de pensar que ya agotamos el mejoramiento de nuestra democracia, cuando sabemos que es una construcción sistemática, que exige un cambio en las mentalidades de ordeno y mando, que requiere comprender que el poder real y la trinchera inexpugnable de la revolución está en la mente y el corazón del pueblo llano.
Nuestra sociedad generó por necesidad histórica de una sólida cohesión nacional, la existencia de un solo partido. Tener en Cuba un solo partido no fue algo copiado de ninguna experiencia socialista anterior, sino el resultado multicausal de nuestro devenir histórico, de la prepotencia de un enemigo imperialista poderoso y cercano, de la existencia de un liderazgo aceptado por las fuerzas revolucionarias, de la sistemática aplicación de leyes y decisiones favorables al pueblo en materia de tenencia de la tierra, vivienda, alimentación, salud pública, educación. Tan sólida resultó la unidad forjada bajo el liderazgo de Fidel que 60 años después del triunfo de 1959 el pueblo aprobó una nueva Constitución en la que permanece por mandato histórico, político, cultural y jurídico el papel dirigente del Partido Comunista de Cuba en la sociedad.
Ese mandato plantea al partido una enorme responsabilidad y como he expresado en otras ocasiones en modo alguno significa que queda situado por encima de la Constitución, sino que se debe a ella, que su primer deber es defenderla, exigir su vigencia en cada acción cotidiana, pues ha sido el mandato del voto popular el que le ha otorgado esa enorme responsabilidad ciudadana.
Es una verdad de Perogrullo que en Cuba, si bien las palabras socialismo y comunismo están naturalizadas en el sentido común, no todos se identifican con el ideal comunista, como lo es también que no todos comprenden bien de que se trata el adjetivo comunista.
La unidad de los revolucionarios cubanos pasó primero por identificarse como la integración de las organizaciones revolucionarias, por la denominación de Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba, denominaciones que quizá puedan ser para algunos más aceptables. La denominación de “comunista” fue propuesta por Fidel y el ideal comunista que lo llevó a proponerla lo ratificó mayoritariamente el pueblo en la nueva Constitución al entender el papel del horizonte comunista para no desviarse del socialismo auténtico. Pero sea cual fuere su nombre, el papel del partido como garante de la unidad en el proceso de construcción social de orientación socialista en Cuba es una necesidad histórica y eso lo comprendió el pueblo al aprobar la nueva Constitución.
Pero no vivimos en el mundo aislados, menos en la época de la sociedad del conocimiento y de la información. Las más disímiles razones hacen que las personas piensen de los más diversos modos, como también que al hacerlo y al manifestarse es su deber respetar y observar la Constitución vigente en la República Socialista de Cuba.
Son diferentes las necesidades y aspiraciones de los seres humanos. Es una verdad como un templo que la política transversaliza todo el acontecer social y está presente de un modo u otro en toda la vida nacional. Es una realidad que ha habido decisiones demoradas, que hay cansancio en no pocos, que la política criminal y torpemente agresiva del gobierno estadounidense y la pandemia han venido a ponerle la tapa al pomo. Pero nadie, sino nosotros, tenemos que salir adelante con audacia, decisión, arrojo, valentía y que el bloqueo norteamericano si bien es una realidad y el principal obstáculo al desarrollo, no nos puede detener.
Ahora bien, ningún análisis serio de lo que es la política en Cuba puede hacerse desconociendo el papel constantemente agresivo del imperialismo norteamericano, desconociendo el carácter irreconciliable de los intereses de ese imperialismo y los de la Nación cubana.
Hay que condenar la práctica perniciosa y nada revolucionaria de considerar cualquier crítica al Estado, al Gobierno, al Partido, a las instituciones y organizaciones, cualquier denuncia por los no pocos hechos de corrupción como algo perjudicial a la revolución y propiciador de los intereses imperialistas, cuando salvo excepciones resulta todo lo contrario: algo necesario, útil, imprescindible para mejorar cada día. Del mismo modo que difícilmente puede considerarse parte de la inteligencia nacional quien no se dé cuenta de cómo sus acciones pueden hacerle el juego a esos intereses, quien no comprenda que –parafraseando a Cintio Vitier- nuestra democracia es una democracia en una trinchera.
Cubadebate hizo una excelente crónica de lo ocurrido en el parque Trillo el pasado 29 de noviembre. Aunque hace rato no soy joven lamento no haber participado, problemas de salud me lo impidieron. Mucho seguramente se escribirá sobre ello, por lo que espero leer la crónica de cualquiera que -sabiendo de la convocatoria que una vez surgida espontáneamente se convirtió enseguida en noticia y voluntad de coordinación- haya acudido allí y con ella nos acerque también con emoción y detalle la Cuba de ayer por la tarde.