Por Pedro de Jesús
Desde que se difundió la noticia sobre Sputnik V, el proyecto ruso de vacuna contra el coronavirus causante de la COVID-19, periodistas y locutores de la radio y la televisión nuestras ―y acaso también de otros países hispanohablantes― atribuyeron a la grafía V el valor que le corresponde en la numeración romana, cinco. Sin embargo, un tiempo después han comenzado a utilizar el nombre de la letra que representa en idioma español, uve.
Contrario a lo que muchos pensábamos, la forma correcta es la última. Primero, porque los artefactos que la extinta URSS lanzó al espacio entre finales de los años cincuenta y principios de los sesenta del siglo xx, llamados Sputnik, y a los cuales la denominación de la vacuna evoca, se numeraron con cifras arábigas, no romanas. Y aunque los más conocidos solo fueron tres, la serie llegó a diez: no habría manera de interpretar que la vacuna es un producto que, en el campo de la farmacéutica, da sucesión estricta, con el número cinco, a los exitosos objetos que le precedieron en el ámbito de la astronáutica.
Segundo, vayamos a la expresión original, Спутник V. En ella se combinan los caracteres de Спутник, pertenecientes al alfabeto cirílico ―sistema gráfico empleado para la escritura en numerosas lenguas, la rusa entre ellas―, y el carácter V, del alfabeto latino. Ya sabemos que cпутник significa ‘satélite’; se trata de un sustantivo común devenido propio desde hace mucho. Pero ¿qué quiere decir V?
Los rusoparlantes pronuncian [vi] la grafía V de Спутник V. Son muchos los idiomas que se valen del alfabeto latino y, hasta donde alcanzo a saber, pocos en los cuales vi es el nombre de la letra v. Uno de ellos es el inglés. Sospecho, en consecuencia, que V sea la inicial de vaccine, vocablo anglosajón equivalente al español vacuna. Esta rara combinación de ruso e inglés acaso obedezca a razones de carácter comercial y también político.
Similares a Sputnik V, algunas unidades pluriverbales asimilables a los nombres propios poseen un miembro obtenido por apócope extremo, el cual debe pronunciarse mediante deletreo, como sucede en las siglas prototípicas. Piénsese en Ediciones R ―una de las aventuras culturales cubanas más importantes tras el 59―, en la antigua colección Cuadernos H ―de la Editorial Pueblo y Educación―, y en el muy mentado punto G. En las tres un elemento monolítero remata la denominación: R, que alude a Revolucionarias; H, a Humanidades; y G, al apellido del ginecólogo alemán Ernst Gräfenberg.
A veces el componente gráficamente reducido ―que puede tener más de un letra― constituye una forma siglar con existencia autónoma previa. Son los casos de Editorial UH y JFK International Airport, donde UH es la sigla de Universidad de La Habana y JFK lo es de John Fitzgerald Kennedy.
Ahora bien, recuérdese que, según la Ortografía académica, «siempre es posible restituir en la lectura de una sigla la denominación compleja de la que nace». El término punto G cuenta con la variante punto Gräfenberg ―supongo que entre especialistas―, y JFK International Airport alterna con John F. Kennedy International Airport, de manera que sus constituyentes reducidos pueden comportarse como siglas.
En contraste, no existen las formas Cuadernos de Humanidades, Editorial de la Universidad de La Habana ni Sputnik Vaccine. En las etiquetas Cuadernos H, Editorial UH y Sputnik V, la práctica comunicativa excluye la restitución de las voces representadas por las grafías H, UH y V, hecho que aleja a estas del comportamiento de las auténticas siglas.
La completa fusión formal y semántica de los componentes en una unidad de marcada lexicalización como Sputnik V hace que la motivación de V resulte opaca para la mayoría de los hablantes y que en secuencias del tipo la vacuna Sputnik V ―usuales no solo en español, sino en ruso, inglés y otros idiomas―, la presencia del sustantivo vacuna ―y sus correspondientes вакцина, vaccine, vaccino…― no implique redundancia.
Muestran analogía estructural con las expresiones denominativas analizadas hasta aquí, construcciones como vitamina A, rayos X, cromosoma Y o generación Z, pero en estas los miembros monolíteros no remiten, ni siquiera en su origen, a palabras plenas. También ocurre algo semejante con los teléfonos inteligentes de, por ejemplo, las marcas iPhone o Samsung, que suelen identificar sus diferentes modelos mediante letras, acompañadas frecuentemente con un número (iPhone SE, Samsung Galaxy S2…). Por mucho que los fabricantes les atribuyan significados a las letras, da la impresión de que la elección de ellas, de modo casi general, es tan arbitraria como la de los nombres específicos de las vitaminas o los cromosomas, y que solo responden a la necesidad de respaldar la serialidad del producto y su estrategia de mercado.
Poco estudiadas, la adopción de esta clase de etiquetas para bautizar productos y objetos de variada índole parece, sin embargo, crecer en el mundo contemporáneo.