Por Emilio Carrera
El estudio de los medios de comunicación debería estar en el sistema educativo para profundizar en sus claves y capacidad de seducción o manipulación de los receptores.
La generalización de los medios de comunicación de masas escritos, audiovisuales, cibernéticos o digitales, telefonía móvil, videojuegos, podcast, e-books visuales o sonoros, streaming, spoiler, youtuber, influencers… siguen produciendo oleadas de neoanalfabetos –además de la degradación del lenguaje con los anglicismos– al infantilizar las relaciones sociales con las redes fecales, dificultar la comprensión lectora y el significado de las ideas que transmiten y fomentar el culto al puro entretenimiento y el desprecio al trabajo o el esfuerzo intelectual en los análisis de la realidad. Y todo con la inadaptación del sistema educativo al estudio de nuevas tecnologías como soportes de medios de comunicación –y no por su papel instrumental, auxiliar o didáctico en las distintas disciplinas sino por su uso excluyente como si la mecánica del teclado en las conexiones informáticas, la elección del hardware o el software, la búsqueda de Google o Facebook, o el manejo del mando a distancia y la lectura del libro de instrucciones en los medios audiovisuales fuera suficiente para entenderlos–, al margen de la esencia última de sus potencialidades expresivas y las reglas básicas de sus singulares gramáticas; y sin referencias a los trasfondos sociológicos e intencionalidades últimas de patrocinadores, fabricantes, emisores y distribuidores de mensajes e informaciones que circulan, dentro del reino de la ignorancia, masiva e incesantemente por las redes sociales, culturales, políticas…, con una finalidad directamente comercial, o propagandística.
Se contribuiría a romper con la actitud pasiva de receptores y usuarios de nuevas tecnologías, expuestos a las realidades virtuales que les fabrican
No es extraño, pues, que los estudios de la psicosociología de masas –y obligada debería ser la lectura de Nicholas Car, Umberto Eco, Guy Debord…– adviertan de los peligros que encierra la basura mediática, la intoxicación de papilla informativa, el sensacionalismo periodístico, la opinión publicada o el manicomio cibernético que nos invade con el anonimato, el pensamiento fulminante, la procacidad, los negocios y ventas, virus y noticias falsas, o las pretendidas sofisticaciones de radio macuto instaladas en la algarabía en que se han convertido estas nuevas realidades virtuales de la comunicación. Iniciativas que no cesan de buscar nuevas formas de llamar la atención, jibarizar el pensamiento, persuadir a incautos y endiosar la tecnología de los algoritmos o la prioridad de los whatsApps para mayor gloria de twiteros, influencers o youtuberos en sus triunfos sobre el aburrimiento de la especie humana y la implantación del Tik-Tok planetario sin analizar las tecnologías, los nuevos lenguajes y el papel preponderante que han venido desempeñando en la socialización y el pseudoaprendizaje, degradando, además, la expresión oral o escrita.
Y es que el estudio de los medios de comunicación de masas debería estar en el sistema educativo para profundizar en sus claves y capacidad de seducción o manipulación de los receptores; en la alienación colectiva en torno al ocio, el entretenimiento o las relaciones sociales; o en las corrientes de opinión basadas en las emociones, las fobias, las pasiones, los instintos o los estómagos de los consumidores, corrigiendo el pernicioso efecto, en este caso, del autodidactismo y las inercias más fatales con que llegan a las aulas los jóvenes alumnos que siguen encontrándose con los agujeros negros de la ausencia de contenidos y asignaturas específicas sobre la educación ambiental y la función de las nuevas tecnologías en los procesos de enseñanza-aprendizaje, sin olvidar la fácil y tentadora identificación entre el mundo virtual y la realidad distorsionando la necesaria interacción y compatibilidad entre la digitalización y la transición ecológica.
Tener en cuenta, entonces, quiénes son los autores o patrocinadores de los medios de comunicación de masas; cuáles sus contenidos concretos u orientaciones ideológicas; cuándo y dónde se reciben; con qué finalidad –comprar, votar, manifestarse, obedecer…–, y a qué audiencias van dirigidos –jóvenes, mujeres, rentistas, asalariados…–; qué envoltorios formales, retóricos o estéticos, acompañan su difusión; cuánto ocupan o en qué orden se encuentran dentro de portadas, secciones, servidores, archivos, páginas webb o programaciones desde donde se transmiten; cuál es la naturaleza de la fuente o el autor de la noticia, información u opinión que se difunde…, son capítulos fundamentales, más allá del reino de la ignorancia, para entender sus profundos significados, y superar las lecturas superficiales o las respuestas instintivas y rápidas que buscan en sus clientelas, aprendiendo a relacionar el texto –escrito, audiovisual o digital– con el contexto en que está inserto, a analizarlo en detalle sabiendo jerarquizar su importancia, discerniendo la anécdota de la categoría, separando hechos de opiniones o certezas científicas de creencias o supercherías, respetando las secuencias lógicas o de causa a efecto en las construcciones argumentales, y desarrollando la capacidad crítica y la necesidad de contrastar, comparar o valorar las ventajas e inconvenientes de unas u otros mensajes, y a identificarlos en los términos de publicidad, propaganda, adoctrinamiento o enseñanza que corresponda. Se contribuiría, así, a romper con la actitud pasiva de receptores y usuarios de nuevas tecnologías, expuestos a las realidades virtuales que les fabrican y menos capaces de autoconstruir sus propios lenguajes –y su identidad–, cada vez más tópicos, estandarizados y empobrecidos en sus potenciales expresivos.
Porque, lo hemos dicho muchas veces, traducir la información en conocimiento y, ya no digamos, a éste en sabiduría –con la exigencia ética y la preocupación social que debe rodearles– parece hoy empresa complicada para unas audiencias que confunden la calidad con la cantidad, el ser con el tener, o la felicidad con el consumismo como aspiración de sus vidas; y que tienen en la publicidad y las modas –en su sentido más amplio– los metalenguajes de acompañamiento necesitadas de la semiótica y los análisis iconográficos de esa nueva disciplina académica para reforzar las actitudes y comportamientos humanos basados en la inercia, la aceptación ciega, la falsa libertad de elección, y el gregarismo propio de los rebaños de multitudes pastoreadas por quienes quieren conducir hasta nuestras más íntimas, personales e intransferibles inquietudes y deseos.
Tomado de eldiariocantabria