Para hacer un arduo análisis de los procesos culturales de la nación cubana y los nuevos elementos contextuales que delatan ineludibles transformaciones se necesita, claro está, más de una hora; no obstante, La Tertulia, el espacio de pensamiento que propone la Unión de Periodistas de Cuba (Upec) intentó armar, en su último debate del año, un diálogo que permitiera entender las complejidades del terreno cultural en la Isla y en América Latina.
Los investigadores Ernesto Estévez Rams, de Cuba y Gustavo Borges, de Venezuela conversaron, sistema de videoconferencia mediante, sobre la “Guerra cultural y el liberalismo de importación”.
Borges inició aclarando lo que muchos compañeros han comentado en Tertulias anteriores. La farsa de San Isidro es, quizás, “el último eslabón de una cadena de operaciones culturales contra Cuba” y contra todas las personas que se oponen a Estados Unidos en su papel hegemónico, al no renunciar a esa “excepcionalidad que han venido construyendo y con la cual terminan por ocupar espacios, comunidades, países”.
Diciéndolo con el experto venezolano, “resultó ser una tradicional operación de guerra cultural que tomó elementos vulnerables o proclives a la manipulación”, los cuales fueron teledirigidos desde laboratorios de información y centros de producción cultural con el propósito de mover de un lado a otro la opinión pública e influenciar ideológicamente a la sociedad cubana.
Gustavo se remite en su explicación al año 2007 cuando se fraguaron otras operaciones en el mundo que empezaron a cambiar la realidad del momento, y también al año 2013 cuando estallaron vertiginosamente descontentos de jóvenes brasileños que no estaban situados en el marco de la tradicional política nacional, lo cual los hacía de alguna manera indescifrables.
El detonante de aquellas protestas que menciona el venezolano fue el aumento del precio del pasaje público en la ciudad de Sao Paulo; a partir de ahí se posicionó un movimiento de símbolos y de consignas, totalmente planificado que se escondía en la sombra de movimientos despolitizados, cuando en realidad promovían la ocurrencia de revoluciones de color en Brasil.
Con el estudio de esas transformaciones que se iban gestando, en Venezuela -enfatiza Borges- fue posible identificar aquel plan de insurreción civil que Leopoldo López inició en 2014.
“Ahí pudimos ver por primera vez el despliegue de operadores culturales contra Venezuela que coincidió con el despliegue de movimientos en Ucrania”, indicó.
La diferencia entre Ucrania y Venezuela es evidente, en la primera, esos fenómenos permitieron la instalación de movimientos ultrafascistas; mientras en la segunda se lograron contener con el estudio de los procedimientos de los operadores culturales, una experiencia que les permitió sistematizar y categorizar esos movimientos generando una especie de método, con el propósito de analizar qué sucedería en países como Nicaragua, Bolivia y Cuba.
Gustavo dijo que el despliegue de estos procesos en la Isla era muy previsible y agregó: “Lo visto en San Isidro era aún más obvio, pues hasta el encargado de negocios de Estados Unidos estaba allí, lo que hace torpe y ridícula la manera de operar de ese país”.
Por su parte, Ernesto Estévez considera que la generación de un discurso centrista que se distancia del extremo del capitalismo y del extremo del socialismo y la soberanía, no es un elemento nuevo, sino que consiste en una estrategia utilizada por los sistemas de poder en distintos espacios concretos.
“Esta posición de centro operó durante la Guerra de los Diez Años, en el Pacto del Zanjón, contra Martí en la Guerra fecunda, en la Guerra necesaria y en los discursos de conciliación de la república neocolonial burguesa”, zanjó el investigador cubano.
Ahora -afirmó Estévez- se habla mucho de diálogo pero no se recuerda que esos liberales o socialdemócratas se levantaron de la mesa de la Revolución, cuando el olor a mujer emancipada, a campesino, a negro, a obrero les afectó la nariz y no fue porque la Revolución los sacara de la mesa, es porque a ese centro nunca les ha venido bien el antiimperialismo.
Ernesto Estévez y Gustavo Borges coinciden en que las revoluciones constituyen procesos de aprendizaje colectivo que se enfrentan a la “homogenización cultural ideotizante”.
Ante ese proceso de aprendizaje, Gustavo dijo que era optimista en el corto plazo y pesimista en el largo plazo y confirmó “no tengo dudas que podemos saltar los estados de peligro, el problema se presenta del mediano plazo en adelante.
De ahí que, al finalizar, afirmara que los pueblos tienen la necesidad de sentarse a pensar su realidad, sus fórmulas, “pensar si tenemos la entereza moral de confrontarnos con nuestros propios conceptos o si hay que crear nuevas formas, debemos plantearnos nuevas preguntas, no respuestas, debemos analizar juntos y no en el transcurso del tiempo”.
Ernesto Estévez cree lo mismo. Los propósitos para él deben girar en torno al pensamiento, “pensar cómo construir un mundo mejor en clave de los humildes, con los humildes y para los humildes”.
Próximamente publicaremos la transcripción íntegra del debate