En construcciones verbales se cometen errores con frecuencia. Parece que mentalmente enunciados como “Es necesario tomar esas medidas” y “Esas medidas son necesarias”, suelen amalgamarse de manera infeliz en “Esas medidas son necesarias de tomar”. Y no falta vez en que aparezcan expresiones en las cuales, por el contexto, vale suponer despropósitos. Ocurre en “No puedo dejar de no decir”, cuando todo apunta a que se intenta expresar “No puedo dejar de decir”.
En la base de tal enunciado se deduce un afán enfático innecesario, porque bastaría declarar: “Debo o deseo decir”. No se trata de proscribir el énfasis, para el cual se tiene todo el derecho del mundo, pero no está de más pensar en la concisión, que suele ser más efectiva que los giros perifrásticos. Estos, bien usados, pasan tal vez inadvertidos, porque no pocos de ellos han devenido lugares comunes, pero el mal empleo los pone a sonar como trompeta desafinada.
Un ejemplo de perífrasis enfática lo ofrece “Eso puede ser posible”. Pero si algo puede ser o puede ocurrir, ya es posible, y sería suficiente y macizo, y menos propenso a rodeos fallidos, decir “Eso es posible”. Con el énfasis pasa como con la tecnología: es magnífica si funciona bien, de lo contrario es una fuente de amargura. O con el amor, del cual dijo Guerrita, el torero cordobés a quien varias veces ha citado el autor: “El amor es muy bonito… cuando es bonito”.
Vale insistir en que las campañas contra el dequeísmo (“Dijo de que llega mañana”, error que usurpa el lugar de “Dijo que viene mañana”) están lejos de haber dado los frutos deseables, pero no son las únicas que parecen naufragar. Prospera la ausencia de la preposición de en estructuras donde el sentido y la sintaxis la reclaman, porque el verbo empleado es intransitivo: “Percatémonos de que hay casos en que corresponde usarla”, no “Percatémonos que hay casos…” Con un verbo transitivo, como notar, vale decir: “Notemos que hay casos en que corresponde usar esa preposición”. En otras entregas la columna ha tratado más holgadamente ese asunto.
La extendida práctica de suprimir la citada preposición cuando su uso es pertinente para que el verbo deber exprese suposición o posibilidad (“Debe de llegar mañana” no equivale a “Debe llegar mañana”) coexiste con su ausencia errática, que resta valor de necesidad, norma u obligación a ese verbo. En un reiterado anuncio televisual se afirma que, frente a la covid-19, “el lavado de las manos debe de ser frecuente”, cuando las circunstancias y una regla elemental del idioma llaman a reiterar que “el lavado de las manos debe ser frecuente”.
Anfibología mediante, las dudas pueden crecer si se añade que uno “debe cuidar a su familia del coronavirus”. Más claro, o sencillamente claro, sería “debe cuidar a su familia contra el coronavirus” o “debe cuidar del coronavirus a la familia”. Vendrá alguien a proclamar, ufano, que nadie se confundirá como para creer que a uno le pertenece la familia del coronavirus, o que uno está emparentado con ella; pero se dice lo que se dice, no lo que se quiere decir.
En un enunciado como “Están esperando que llegue su familia de Matanzas”, de Matanzas es un complemento muy diferente del anterior, del coronavirus. Si con aquel se puede estar asociado literalmente, con este otro caben vínculos metafóricos no leves.
Con respecto al uso, comentado en una entrega anterior, de sketch y coach, en singular, cuando corresponderían sus plurales respectivos —sketches, reconocido hasta por el diccionario de la computadora, y coaches—, alguien ha dicho: “Da lo mismo, nadie se va a confundir”. De seguir ese criterio, podría dejarse la expresión a la peor espontaneidad, y se llegaría a la incomunicación, al caos babélico, sin necesidad de dioses. No pocas veces se le ve, o se le oye, venir.
Obviar el número gramatical en el habla y en la escritura puede conducir a profundos cambios de sentido, no solo en el Día de los Inocentes, cuando se publicará este artículo. No se requiere demasiada imaginación para calcular lo que significaría usar el plural de los sustantivos parte y huevo en vez de decir que “para enfrentar la realidad cada uno debe poner de su parte”, o que “el huevo de Colón sirve para ilustrar la importancia de la iniciativa y la valentía”.
El desconocimiento —lo ha recordado “Fiel del lenguaje”— ha tenido su papel en los caminos del idioma. Pero no es como para entregarse a la inercia, a la resignación. En la actividad de transporte la figura del expedidor o expedidora —quien expide los vehículos— ha dado creciente paso al despedidor o despedidora. Y ya no se ratifican las reservaciones, sino que se rectifican. ¿No resulta claro que se trata de ratificar la reservación para saber, digamos, si quedan asientos disponibles para personas que desean viajar y no han reservado pasaje? La acción de rectificar es diferente.
Por esa senda no habría que asombrarse si el puesto de trabajo que debe su nombre a las iniciales del popular Cuerpo de Vigilancia y Protección (CVP) terminara oficialmente rebautizado como CDP, que quién sabe de dónde salió. La conversión —fonética al menos— de línea en linia ha dado lugar a un puesto laboral internacionalmente conocido como liniero, y el verbo alinear se conjuga como si fuera aliniar. Quien respete la norma y lo conjugue correctamente —con el modelo de telefonear: me alineo, te alineas…— se arriesga a ser tildado de “ignorante”, ni siquiera de “exquisito”, que a veces, y por lo general en una lengua como el portugués, suena a ridículo.
Las deformaciones propician que el nombre de un héroe, Calixto García, termine a menudo convertido en Carlito García cuando se trata del conocido hospital habanero. De otro hospital, menos vetusto pero igualmente célebre, parece una ilusión desmedida aspirar a que su nombre, Hermanos Ameijeiras, se diga y se escriba correctamente. Pero se debe lograr que se haga, por elemental respeto a la salud del lenguaje y, sobre todo, a la familia heroica a la cual rinde merecido tributo ese centro de salud.