Siempre es maravilloso reencontrar un filme documental que se desentiende de la entrevista como recurso central del relato. Impera, en la centenaria historia de la no ficción, una pluralidad de piezas que apuestan por el cruce de palabras para legitimar puntos de vista, construir miradas transversales y el legítimo, también necesario, diapasón de argumentos. Un triángulo que distingue al género, que aspira, como génesis de su evolución, a cimentar “verdades profundas”. También, como parte de su cimentado encargo social, el socializar ideas, culturas, historias, compartidos valores.
Este distintivo recurso narrativo del cine documenta, se justifica y se materializa, para desprender los anclados pensamientos que afinca el discurso homogenizante, multiplicado en todos los estratos de la sociedad contemporánea.
La búsqueda y materialización de otros derroteros artísticos y estéticos es una necesidad perenne del cine documental, esencial para conectar con un público, protagonizado por los nativos digitales, asediado por fórmulas simplonas de realización audiovisual.
Somos testigos y parte, de lectores que se multiplican entorno a una arquitectura de datos móviles, diseñados para encandilar pupilas que migran, en sucesivas oleadas, hacia las pantallas de usar y tirar.
Detroit’s Rivera (Estados Unidos-Puerto Rico, 2017), del cineasta Julio Ramos, es una pieza fílmica ejemplar, de sólidos resortes ideoestéticos, rubricado para el estudio, el goce estético y la retrospección histórica.
Un documento que legitima la recreación de lo bello, lo sublime, signo esencial del arte, que no está reñido con lo sustantivo de la historia, con la practica de reflexionar sobre temas profundos que son esenciales conocer. Una pieza de autor donde el blanco negro sublima los colores de un tiempo pretérito, cuyo protagonista de convergencias es el muralista mexicano Diego Rivera.
Julio Ramos toma de varios archivos para materializar su filme, entre ellos, los que forman parte de la producción cinematográfica de la Ford Motor Company Moving Pictures Division. Una empresa impulsada por Henry Ford, quien fue también productor y comerciante de cine, fundada para documentar los procesos industriales de su fábrica, en la década de los años veinte del siglo pasado.
En trazos de justificados paralelismos, el cineasta puertorriqueño Julio Ramos contextualiza los tenues granos de sobrios planos, resueltos en un montaje de reciclados. En ellos se jerarquiza, denota, subraya, la evolución de los frescos pintados por Rivera, quien materializó obras de alto valor artístico, acompañado por la cómplice presencia de su compañera, Frida Kahlo.
Seremos, frente a esta pieza de experimentales soluciones fílmicas, lectores activos de sustantivos trazos asentados en paredes de grandes dimensiones, todas ellas de valor simbólico. Se erigen como renovadas lecturas que documentan los convulsos tempos de la era industrial, en una ciudad donde los tonos grises parecen copar los estratos sociales de una economía en evolución, donde emergieron las duras confrontaciones sociales.
Mientras discurre el tiempo del documental, moramos en ese período, donde los conflictos fabriles entre la patronal y los obreros de Detroit es reescrito por la sabia de Julio Ramos, quien los solventa con dinámicas interpretaciones del montaje que evoluciona, in crescendo, para “fotografiar” lo icónico de Rivera, un artista comprometido con los empeños y las luchas de la clase obrera.
En una tercera línea narrativa Ramos suma, en clara distinción dramatúrgica y estética, los archivos del colectivo The Worker’s Film and Photo League, que documentaron las confrontaciones que tuvieron lugar en Detroit, previo a la llegada de Diego y Frida a esos escenarios sociales, de los que el muralista se nutrió para materializar su obra.
La investigación es la base medular, también creativa de Detroit’s Rivera. El descubrimiento, y posterior diálogo con las fuentes, aporta riquezas y soluciones narrativas que nacen de una visualidad coral convergente con los argumentos del autor fílmico.
Como recursos significantes, textos reciclados que Ramos dibuja en líneas fílmicas de robustas soluciones, tras su conformación estructural, como un ensayo visual, se borronean esos legados. Son resignificaciones donde el pasado es trazado en los prólogos del presente.
El resultado en los encuadres del documental, en los bordes del espacio temporal fílmico, es una sustantiva interpretación de las interconexiones entre el arte mural del artista mexicano y el trabajo fabril y las confrontaciones sociales, catapultadas por la profunda depresión económica protagonizada por los Estados Unidos en ese período.
Escenas audiovisuales y fotos fijas que sobre ese período consumado habitaron en los anaqueles, son superpuestas en el filme con un hilo de envoltura quebrada, desarrollado por un guion nada escolástico, que dicta los límites del encuadre.
Se trata entonces de redimensionarlos en su condición de archivos “pasivos”, reescritos en el presente del documental como textos vivos de renovadas lecturas. El tiempo pretérito, se contemporánea con virtuosas narrativas y esenciales abordajes de legítimas soluciones, donde el relato es parte del proceso de construcción de una mirada de autor, rebosada, también soportada, por el arte fotográfico.
En este cortometraje la música es voz en off, es diálogo multidireccional. No se trata solo de construir atmosferas, de significar hechos vencidos. Las melodías que soportan el arte documental del filme interpretan los parlamentos de los personajes significados en los encuadres de un montaje coral, donde también son acentuadas las individualidades. No solo las de Diego, Frida y sus colaboradores, también la de personajes anónimos que deambulan en los espacios citadinos, parte protagónica y, a la vez secundaria, de esta pieza de ejemplar factura.
Son también figuras jerarquizadas los obreros, actores de los conflictos que emergen en la pantalla simbólica con sus rostros velados por una fotografía que se presta para autentificarlos como parte de las muchas confluencias humanas que convergen en Detroit’s Rivera.
Julio Ramos, quien también es escritor y académico de la Universidad de California, en Berkeley, se apropia de esa memoria congelada en los archivos para narrar, con auténticos retratos grupales e individuales, las duras grietas de familias pobres que viven en los límites de lo periférico.
Son vidas signadas por los truncos horizontes de la pobreza extrema, que persiste anclada con fuerza en las pupilas de sus vidas. Esa visión de modernidad estética es un acierto del autor documental, que nos sublima con la fuerza de ese recurso resuelto para asumir la interpretación.
La banda sonora se torna ejemplar, narradora, dialogante. Pero esta, por sí sola, no es auténtica sin la corporeidad de los colores fabriles que avistan maquinarias empeñadas en no torcer su voluntad de existir, aun en nuestro presente. Son parte de esa estética documental los humos que estas despojan de sus fauces, o las esteras y piezas que engrosan las dinámicas de un tiempo de cimientos y retóricas.
El expresionismo de las escenas que distinguen al filme, no está dado por las tonalidades de la fotografía. Julio Ramos respeta los colores de ese pasado consumado. La fuerza de esta no ficción se materializa por las muchas escenas que empastan en cada tramo, tomadas para resolver un relato temporal, que se torna en hoy, en el ahora mismo, siempre en constante evolución.
El entrecruzamiento de las tres fuentes que colma virtuoso cada minuto de pantalla se erige en Detroit’s Rivera con organicidad, determinado por una declarada intención de advertir sobre el curso de la obra del pintor en esta ciudad. El cineasta documenta los suntuosos murales de Rivera, materializados desde la “inmediatez” de los acontecimientos que destronaron la “normalidad” de una ciudad, marcada por los signos de dispares clases sociales.
Los detalles son significantes para potenciar el discurso autoral, el cineasta Julio Ramos lo potencia como parte de una gama de recursos descollantes. No solo el que nos aportan los materiales audiovisuales y fotográficos presentes en el filme en racionados cortes.
El paneo de la cámara que registra la evolución del trabajo de Diego Rivera, heredado de esos archivos tomados de baldas congeladas, entronca con la economía de testimonios que “nos comparte” Frida Kahlo. El cineasta le da vida con una visualidad artística (letras que emergen en una máquina de escribir) resuelta con palabras en primera persona y que narran los avatares, conflictos e interrogantes de su compañero.
Si de apropiaciones se trata, las publicaciones de la época “asumen” en el filme el desempolvarse con otras tintas para lubricar y fotografiar contextos, circunstancias, evoluciones y datos que son parte del panorama histórico social, en los que se movió el personaje Diego Rivera, quien legó para la historia del arte y la cultura, portentosos murales en la ciudad de Detroit, que son patrimonio de la humanidad.
Visionar Detroit’s Rivera es descubrir “otras” maneras de narrar, es tocar con alucinada mirada acentos estéticos que entroncan con eficacia narrativa ante un lector disuelto en los pliegues de una nube, donde en verdad solo convergen, ceros y unos.
Ficha técnica
Título: Detroit’s Rivera
Género: Documental
Duración: 34 minutos
País: Estados Unidos, Puerto Rico
Dirección: Julio Ramos
Año: 2017
Formato: Digital.
Color: B/N.
Idiomas: Inglés
Productor: Julio Ramos
Guion: Julio Ramos
Editor: Tatiana Rojas, Martín Yarnezian
Música Original: Max Heath
Diseño de sonido: Max Heath
Productora: Palenque Films
Colaboración Especial para Resumen Latinoamericano.