El 19 de diciembre de 1936 muere en Majadahonda, España, combatiendo por la República, uno de los más grandes periodistas de Cuba: Pablo de la Torriente y Brau.
La Batalla de la Niebla es como se conoce a los combates que luchaban en diciembre de 1936 en los municipios del oeste madrileño. Miles de milicianos morirían allí, pero entre todos esos nombres hoy rescatamos uno: el del periodista cubano Pablo de la Torriente Brau.
La solidaridad con la República crecía en el mundo en octubre de 1936 tras el golpe de Estado fascista. En la habanera calle de Virtudes se creaba la Asociación Nacional de Ayuda al Pueblo Español con dos objetivos: la colecta de material para enviar al frente republicano y la difusión de lo que ocurría en España. Pero para ese entonces, Pablo ya estaría exiliado en Nueva York.
Él fue uno de los primeros cubanos que llegaron a España, no lo haría como brigadista sino como corresponsal, pero mentiríamos al negar que el empuje para iniciar el viaje no era otro que su compromiso político. Nacido en 1919 en Puerto Rico, aunque crecido en Cuba, desde niño se empezó a interesar por el periodismo, sin embargo no llegó a estudiar más allá del bachiller. Pronto participaría en las movilizaciones del potente movimiento estudiantil de la isla contra la dictadura de Machado. Es detenido en multitud de ocasiones, la segunda vez es enviado a la prisión de la Isla de los Pinos-hoy de la Juventud- donde años más tarde Fidel Castro sería preso bajo la dictadura de Batista. Durante el encarcelamiento escribiría una de sus grandes obras, Presidio Modelo. Tras obtener la libertad marcha a Nueva York, allí recibe la noticia del estallido de la guerra en España y participa de las movilizaciones en su contra.
A la par, el joven empezó a organizar el envío de combatientes a España siguiendo el llamado de la Komitern. Los brigadistas partieron desde dos puntos: la ciudad de Nueva York, donde se encontraban miles de exiliados como Pablo, y desde La Habana. Otros se sumarían desde España donde se vieron sorprendidos por el inicio de la contienda y otros llegarían de manera individual, como es el caso del protagonista de esta historia.
Son varias las versiones del número de brigadistas cubanos que llegaron a España. En el libro Los voluntarios cubanos en la guerra de España. 1936-1939 (2011), de Lolo Milanés, se habla de más de mil voluntarios.
El 6 de agosto de 1936 Pablo escribe una carta a su mujer mostrando su ímpetu por iniciar el viaje: “He tenido una idea maravillosa, me voy a España, a la gran revolución española. Me voy a España a ser arrastrado por el gran río de la revolución (…) Hablaré con la Pasionaria, la jefe de las mujeres de corazón de acero” y así fue, Pablo consiguió las credenciales como corresponsal del diario americano New Masses y de El Machete de México y llegó a Barcelona tras volar a París. Allí se empapa del entusiasmo revolucionario catalán, de las colectivizaciones y de la fuerza de la JSU.
En los tres intensos meses que estuvo en España, escribió catorce crónicas que nos permiten seguir su itinerario durante la Guerra, recopiladas en el libro Peleando con los milicianos (2011) estos relatos son considerados un ejemplo de periodismo contemporáneo, comprometido además con los protagonistas de sus letras.
Pluma en mano fue testigo de los momentos más destacables de la guerra, acompañó a El Campesino y sin dejar la escritura empuñó el arma pasando a ser Comisario de guerra. En noviembre de 1936 escribiría: “Mi cargo de Comisario de guerra acaso sea un error desde el punto de vista periodístico, pero para justificarme plenamente, comprenderás que en estos momentos había que abandonar cualquier posición que no fuera la más estrictamente revolucionaria”. Sus tareas fueron fundamentalmente de alfabetización y propaganda. En esa labor entabló una profunda amistad con Miguel Hernández.
En los días de batalla en la sierra madrileña fueron conocidas también sus arengas contra el enemigo, en mitad de la noche, trinchera frente a trinchera, los dos bandos combatían con la palabra, intercambiándose insultos y discursos. El cubano fue protagonista de uno de ellos en un cerro cerca del municipio de Buitrago de Lozoya.
En diciembre de 1936 la presión sobre Madrid era creciente, y la muerte, siempre impertinente, llegó al cubano cerca del municipio de Majadahonda. A partir de este momento, sus compañeros hicieron todo lo posible para proteger su cuerpo con el fin último de llevarlo a Cuba, cumpliendo su deseo. Contaba el también combatiente cubano Policarpo Candón que al recuperar el cadáver encontraron que éste había intentado enterrar sus documentos escondiéndolos del enemigo. El cuerpo fue enterrado primero en el cementerio de Chamartín, más tarde sus restos fueron trasladados a Barcelona, y ante la llegada de las tropas franquistas y la imposibilidad de salir hacia la isla, fue sepultado en Montjuic, asistiendo allí personalidades del ejército republicano o su amigo Miguel Hernández, quien recitó los conocidos versos de Elegía segunda. Pasados algunos años el cuerpo sería sacado de su nicho y enterrado en una fosa común. Tres fueron los entierros del cubano que en España dejó su vida y ahí siguen sus huesos, esperando volver a Cuba para que su memoria siga contando nuestra historia a corazón abierto.