Reflexión acerca de la formación académica del periodista y los aportes que podía hacer a esta el vigente Plan D, recogida en el libro ¿Qué periodismo queremos?, de Julio García Luis (1942-2012) —decano de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana, Premio Nacional de Periodismo José Martí—, con selección y notas de Rosa Miriam Elizalde.
La vieja pregunta, que tiene cierto resplandor de añeja disputa metafísica, vuelve por sus fueros en nuestros días, aguijoneada por el hecho angustioso de que faltan periodistas en casi todas partes.
Este último hecho es real. Se crean emisoras. Se abren telecentros. Las redacciones digitales pululan como hongos después de la lluvia. Y cuando sus jefes se vuelven hacia eso que llaman –o mal llaman- el “mercado laboral”, no hay periodistas profesionales para cubrir las plazas.
Esto no sería todavía demasiado grave, si lo mismo no estuviera ocurriendo en las plantillas de las grandes redacciones centrales de la capital. Las que atrajeron y formaron durante décadas sus equipos de trabajo. Tampoco ellas tienen lo que necesitan.
La angustia es mala consejera, y la pregunta salta: ¿No será acaso que las universidades no están haciendo las cosas como se debe?
En el fondo, tampoco se trata únicamente del estrés que sufren las redacciones por la carencia de personal. Es que nuestra profesión lleva inscrita en el ADN una antigua herencia empírica, y mientras más tiempo pasa, mayor es nuestra tendencia a idealizar lo que fue: “¿te acuerdas de cómo teníamos que venir de Moa, donde estábamos haciendo un reportaje, y llegar a La Habana con la lengua afuera para hacer la prueba con María Dolores Ortiz?”
¿No será mejor entonces que esos muchachos se dejen de tanto libro y tanta conferencia y vengan a cubrir plazas a la prensa?
Todavía más atrás en esta perspectiva se halla el hecho innegable de que la tradición romántica del Periodismo es la más bonita.
Allá está Clemenceau y su severo regaño al redactor novato que se atrevió a poner sin permiso un complemento indirecto. Por acá un muchacho de espejuelos llamado Ernest Hemingway y las frases famosas clavadas como sentencias bíblicas a la pared en el Kansas City Star. Más cerca, aquel aspirante a escritor de El Espectador de Bogotá, un tal García Márquez, que machacaba la Underwood en medio de madrugadas interminables de café, cigarrillos, y algún que otro trago de ron en bares de mala muerte, bajo la mirada socarrona de un viejo maestro que ante cualquier exceso lírico le endilgaba sin miramientos: “¡Tuérzale el cuelo al cisne, compadre!”
No es lo mismo esto, desde luego, que sentarse a estudiar Economía Política y aprender a calcular la renta de la tierra.
Y sin embargo, aunque sea menos atractivo, el problema es que hay que saber Economía Política. El periodista de hoy lo necesita.
No solo eso. También Filosofía, Historia, Teoría Política, Literatura, Lenguas Extranjeras, Psicología, Teoría de la Comunicación, Metodología de la Investigación, y tantas otras cosas, porque el joven periodista necesita dotarse de una estructura cultural básica, en términos tanto de conocimientos como de valores, que le permita seguir estudiando a lo largo de toda la vida, ya sea de forma autónoma e institucional.
Él tiene también que vencer los posibles déficits educacionales que arrastra de los niveles precedentes, sobre todo en el manejo de la lengua materna, que a menudo son serios.
La universidad, en este sentido, es como una última frontera: se sale de ella para entrar al mundo del trabajo, y no es posible aceptar la idea de llegar a él con determinadas lagunas en el saber o en el saber hacer.
Es verdad que esta última ha generado en ocasiones la tendencia a atiborrar al estudiante de horas y más horas de clases, y ha engendrado cierto desdén o tendencia a subestimar la adquisición de habilidades prácticas. El arraigado paternalismo de nuestra sociedad se ha expresado aquí con frecuencia en la idea del estudiante-saco, al que hay que hay que echarle cosas hasta que se llene o reviente. Esta especie de docentismo a ultranza ha sido en el pasado las antípodas del pragmatismo simplón.
La nueva generación de planes universitarios, los Planes D, tratan de lograr nuevos pasos de avance hacia un mayor equilibrio en la formación de los profesionales, incluidos los periodistas.
Los contenidos se flexibilizan. Ahora hay un 80 por ciento que se consideran básicas, mientras que hasta un 10 por ciento pueden responder a particularidades locales, y otro 10 por ciento queda a elección del estudiante, según sus intereses. Disminuyen las horas sentados en el pupitre, pero no los contenidos, pues se incrementa el estudio independiente. Todo esto encaja en un concepto mucho mayor, socialmente inclusivo, el de la Nueva Universidad.
La carrera de Periodismo, que elaboró en los años 1999-2000 un excelente Plan de Estudio, nutrido por las definiciones de Fidel en el VII Congreso de la UPEC, tiene ahora la oportunidad de revisarlo y mejorarlo aún más con la versión del Plan D.
El plan existente, y más aún el nuevo que acaba de ser elaborado, son muy superiores a casi todo lo que hoy podamos encontrar en las universidades de nuestro continente, e incluso de otras partes del mundo muy ricas y desarrolladas.
Tenemos esa ganancia conceptual, filosófica y pedagógica, que se expresa en un proyecto de formación integral y no utilitario, de alto compromiso político y ético, aunque nuestros esfuerzos hoy en todo el país estén limitados y lastrados por serias dificultades materiales. Estas últimas son, dentro de un conjunto multifactorial todavía insuficientemente estudiado, las que impiden una mejor respuesta actual a las demandas de periodistas.
¿Vamos a renunciar a lo que ya alcanzamos para acudir a un problema que no depende ni surge de la naturaleza de nuestros planes de estudio?
Está claro que hay que acudir al problema, puesto que somos parte de su solución, y somos parte del gremio, pero no para ello tendríamos que hacer dejación de nuestra principal fortaleza. Todo lo contrario. El sentido común nos dice que debiéramos apoyarnos en ella para dar una mejor respuesta a la práctica estudiantil en los medios.
Una mayor y mejor contribución de los estudiantes a la práctica en los órganos de prensa, si se organiza bien, tendría incluso más valor formativo que lo que pueda significar como aporte productivo.
Se debe reconocer que el modelo de práctica laboral vigente hasta aquí deja insatisfacciones. Al cabo de las cuatro semanas al final de cada semestre, cuando ya el estudiante se ha familiarizado y está en condiciones de comenzar a aportar un mejor resultado, el plazo se termina y queda un sabor de frustración. Han sido los propios estudiantes y los ejecutivos de la prensa de mente abierta, los que han salvado esta deficiencia mediante fórmulas de inserción por la libre, informales, o como proyectos diversos, que permiten a los jóvenes extender y sistematizar su estancia en la prensa, como ocurre a menudo en la televisión y algunos periódicos.
¿Por qué no convertir esta última en la práctica común, con cierto margen a la iniciativa y la descentralización, pero también con orden y control?
De esto hemos estado discutiendo a propósito del Plan D de Periodismo. Es seguro que el tema tendrá que seguir siendo analizado en lo adelante.
Así, casi sin quererlo, nos hemos visto envueltos en una nueva ronda de la vieja pregunta inicial, que tal vez nunca llegaremos a responder de modo terminante, pero no por ello debemos dejar de formularnos. No alcanzaremos, quizás, una variante final. Posiblemente esta no exista. Pero sí podemos, en cambio, dar pasos de aproximación hacia ese horizonte, que por ser tal se aleja de nosotros y nos presenta nuevas incógnitas en la misma medida que tratamos de acercarnos a él.
La pertinencia de la preparación académica parece indiscutible en la Sociedad del Conocimiento. Así y todo, el periodista se forma por distintas vías, no hay ninguna que sea absolutamente excluyente de todas las demás, y no sería producente cerrar puertas. Académicos, pragmáticos, nostálgicos y románticos tenemos todos una parte de la verdad.
Lo mejor del Plan D es escribirlo con “de” de Debate.
(2008)
[1] Artículo publicado en la revista Enfoque, de la UPEC, Año 1, No. 1 (julio-agosto-septiembre), 2008. Páginas 9-11.
Qué certero y profundo, concuerdo con el profe Julio, al que tanto extrañamos. Esos muchachos aprenden más em las Redacciones, y los necesitamos. Nunca como hoy recordamos al profe
El periodista innegablemente se forja en la fragua del dia a dia y no en el diarismo teórico de un aula que , si bien resulta importante, al proporcionar las herramientas de trabajo y los conocimientos, suelta profesionales altamente preparados pero sin oficio, sin la calle y las habilidades de una profesion que exige vivir para ella y no de ella. Debe pensarse que los adiestrados o habilitados de la profesion tambien necesitan recibir, no en meros cursillos apresurados, las armas propias de la profesion que recibe quien estudia esta carrera y no olvidar que si la gramatica es importante, tampoco decide los valores de la noticia… la mal llamada humanizacion de la informacion no recae en el quién_sujeto de la noticia si no en el cómo y para que…y por cierto hay que ser más exigentes con las cartas de estilo. Hay mucho que desear en lo que ahora se hace y dice en una profesion que merece respeto y reconocimiento.
¡Excelente! Los tiempos cambian pero las esencias para ser un buen periodista, son las mismas.