TRABAJOS DE LOS PNP JOSÉ MARTÍ

Dulce María Loynaz, poetisa y novelista

Don  Juan  Carlos I de España, al entregar  la  medalla  del Premio Miguel de Cervantes de Literatura correspondiente  al año 1992, a la poetisa cubana Dulce María Loynaz, la  calificó como “gran dama de América”.

Frágil  de  salud  y  débil  de  vista,  la  primera   mujer latinoamericana  que recibe el Premio Cervantes se  trasladó desde Cuba a España para recibir el preciado galardón en  el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, la  ciudad donde nació Don Miguel de Cervantes y Saavedra, en 1547.

A  los noventa años de edad, lúcida y ágil de mente  Dulce  María Loynaz dijo en su discurso: “Constituye para mí el más  alto honor  a que pudiera aspirar en lo que me queda de vida,  el que  hoy  me confieren ustedes uniendo mi  nombre  de  algún modo, al del autor del libro inmortal”.

“Unir  el  nombre de Cervantes al mío  –continuó–,  de  la manera que sea, es algo tan grande para mí que no sabría qué hacer para merecerlo, ni qué decir para expresarlo”.

Dulce  María Loynaz, Premio Nacional de Literatura en  1987, Premio Cervantes en 1992 posee las más altas condecoraciones culturales   que  se  conceden  en  Cuba  a  los   creadores artísticos-literarios en la Isla y  numerosas  distinciones extranjeras.  Dulce  María  Loynaz es  miembro  de  la  Real Academia Española de la Lengua y presidió la Academia Cubana.

Entre  sus obras se cuenta los poemarios Versos,  Juegos  de Agua,  Poemas sin Nombre, la novela Jardín y la  crónica  de viaje Un verano en Tenerife.

Para penetrar en la casona de la barriada del Vedado, en La Habana, donde reside Dulce María Loynaz, luego de trasponer la verja del no muy cuidado jardín, se pasa, en el amplio portal, frente a un busto de su padre, el general del Ejército Libertador de Cuba, Enrique Loynaz del Castillo, situado muy próximo a la entrada principal.

Siempre que visito a esta casa, al llegar al salón de recibo, experimento la sensación de que el tiempo se detuvo entre los finales del pasado siglo y el comienzo de este que está por terminar.

Con la amabilidad y la sonrisa triste de siempre, Dulce María Loynaz accede que grabe esta conversación.

Los cubanos nos sentimos muy felices por el merecido  premio “Miguel de Cervantes” 1992 que se le acaba de otorgar. ¿Cómo recibió la noticia?

Sentí  una  gran sorpresa. Yo no sabía que  estaba  nominada para  el  premio. Me sentí  verdaderamente  sorprendida.  No sabía  ni qué decir, ni qué pensar. En una palabra: me  puse tonta.

Es como un gran regalo por su noventa cumpleaños.

Sí, noventa años bastante aprovechaditos, me parece,  porque he  escrito  siete u ocho libros que no son  muy  conocidos, ahora empezarán a conocerse. Y eso algo va representar  para Cuba, que es, en definitiva todo el interés que puedo tener.

¿Cuál estima UD. que es la más significativa de sus obras?

La novela Jardín.

¿Por qué?

Porque  tiene  muy buena prosa, aunque esté mal que  sea  yo misma quien lo diga, pero antes lo dijeron personas que  son más  autorizadas para decirlo. Creo que Jardín es  una  obra muy seria que debió haberse tomado más en serio. Eso también puedo decirlo. Jardín es una novela muy extraña, porque creo que no se parece a ninguna.

Jardín  se  publica en España, en 1951. En  Cuba  nunca  fue publicada.  Ud. me dijo en una entrevista en el año  90  que estaba por publicarse, junto a otras de sus obras…

Es que entonces me estaban descubriendo.

Pronto el público cubano tendrá las ediciones de Jardín y Un verano en Tenerife y todos sus poemas…

Déjeme  contarle  que en el año 1947 viajé  e  España.  Allí descubren  la  novela  y  descubren mis  versos  que  no  se conocían.  Se  publican  mis  versos  y  Jardín.  La  novela despertó una gran curiosidad en España, porque, como le dije antes,  es  una novela distinta. Yo no  había  leído  muchas novelas en esa época porque leía más versos y puede ser  que hubiera escrito una novela distinta sin proponérmelo.

Hablemos de los escritores cubanos contemporáneos.

Hay  muchos que son dignos, incluso, de ganar el premio  que yo he ganado, y no me atrevo a decir que lo merecían más que yo,  porque eso sería dudar de la justicia del premio,  pero sí que lo merecen tanto, lo que pasa es que el premio no  se puede  partir  en pedacitos. Tenemos a Cintio Vitier,  a  su mujer, Fina García-Marruz, a Eliseo Diego. Tenemos a  Miguel Barnet,  mucho  más joven. No voy a enumerarlos  uno  a  uno porque sería una muy larga lista.

¿Tiene su obra influencia de alguno de sus contemporáneos?

No.  Yo  no sé si he dicho alguna vez, que en el mar  de  la poesía soy un navegante solitario.

¿Cree haber nacido en un lugar, una época y una familia  que se  combinaron  favorablemente  para  facilitarle  su  labor futura,  esta  labor por la que ahora se le  premia  con  el llamado NOBEL de la Literatura Española?

Ya  eso parece algo de magia. Eso no puedo decirlo, pero  si diré  que fui muy bien educada por mis mayores, que  incluso me  dieron  una  carrera universitaria, que  ejercí  por  un tiempo  y que siempre en mi casa, tanto mis padres como  mis abuelos,  se  preocuparon por nuestra educación, no  la  mía solamente, sino también por las de mis otros tres  hermanos, Carlos Manuel, Enrique y Flor, la más joven. Le decíamos  la Beba,  porque era nuestra bebita. Ellos tienen  también  una obra  que vale por cierto, muchísimo, y que si no  han  sido reconocidos  es porque ellos mismos no lo  quisieron.  Ahora que están muertos, yo trataré de emplear las fuerzas que  me quedan en sacar a la luz la obra de ellos.

¿Podemos  decir que la infancia y la adolescencia  de  Dulce María Loynaz fueron felices?

Mi infancia fue muy feliz, la más feliz que pudiera tener un niño. Mi adolescencia ya no lo fue tanto, porque mis  padres se  divorciaron  y  eso amargó mucho mi  edad  juvenil,  mis quince, dieciséis años. Era de los primeros divorcios que se hacían  en  Cuba. Hoy en día eso no significa nada  para  un muchacho.   Eso   es  muy  natural,  ser  hijo   de   padres divorciados,  yo  creo que hasta lo prefieren,  pero  en  mi tiempo era una cosa terrible.

¿Cómo fueron sus relaciones con su padre, el general Enrique Loynaz del Castillo?

Debo  decir  que empezaron cuando ya yo era  adolescente,  o sea,  cuando  él  se había separado de mi  madre.  Mi  padre estaba  muy ocupado siempre en política y tenía poco  tiempo para  dedicar  a  los  muchachos.  Pues  después  mis  lazos espirituales  con él se estrecharon más porque yo estaba  ya en  edad  de comprender y valorar su gran  inteligencia,  su enorme  cultura  y sobre todo su amor a la patria.  De  todo esto creo que he heredado un poco.

El hecho de ser mujer no le presentó, como creadora, ciertos problemas especiales en aquellos años iniciales?

No. En absoluto. Ninguno. Siempre me vi muy respetada en  mi profesión,  y  no  sólo en la de escritora, sino  en  la  de abogada,  cuando  la ejercí. Al contrario, creo  que  se  me facilitaron muchas cosas que, tal vez, de haber sido  hombre no las hubiera tenido.

¿Qué  lecturas  fueron  sus favoritas en  la  niñez,  en  la juventud…?

Al  principio  mis  hermanos y  yo  teníamos  poca  cultura, digamos en literatura, en el arte de escribir, porque en  mi casa  lo  que  primaba  era  la  música.  De  eso   sabíamos muchísimo,  pero  de  literatura  sabíamos  menos.   Nuestro profesor, Arturo Martín Lamí, nos inclinó hacia los clásicos españoles,   de  los  cuales  nosotros  sabíamos  muy   poco entonces. Después llegó un tío de Francia y nos inició en el amor  a  los poetas franceses; apareció Chacón y  Calvo  que dijo que  había que estudiar mucho a un poeta que acababa de ser  traducido  –Rabindranath Tagore–, al que  leí  en  la traducción hecha por Senobia Camplubí. En fin, fue algo  que dejó  una profunda huella en nosotros, comprendimos que  esa era nuestro verdadero camino.

En  lo que a mí respecta, soy un producto híbrido  de  todas esas culturas.

Luego  de años de publicar sus poemas en diarios y  revistas vino una época en que nada suyo aparecía, hasta que  comenzó a publicar sus libros. Me dijo usted en otra oportunidad que esto se debió al empeño que para ello se tomó su esposo,  el periodista Pablo Alvarez de Cañas…

Hablar  de  mi  esposo, de quien he  hablado  tan  poco,  es hacerle  justicia. Es que, si algo valgo en la vida a él  se debe. Había la materia prima, pero él fue quien la modeló  y no  solamente  la  modeló, sino que la  dio  a  conocer.  Yo escribía   para  mí,  lo  cual  no  deja  de  ser  un   acto reprochable,  si  es que lo hacía bien, como parece  que  lo hacía.  El  fue  el  que  se  empeño.  Era  un  hombre   muy voluntarioso,  que se salía siempre con la suya,  aunque  le costara  mucho obtener lo que se proponía, o aunque  tardara mucho  en obtenerlo, porque por mí esperó 27 años, ya  puede darse Ud. cuenta del tesón de este hombre y de lo  obstinado que  era.  El fue el que quiso que yo publicara, que  no  se ocultara más mi obra. Eso creo que hay que agradecérselo. Yo se  lo  agradezco  mucho,  porque  los  hombres  suelen  ser egoístas  en ese aspecto y no les gusta que su mujer  brille en otros planos en donde ellos no pueden brillar.

Me  gustaría que los lectores conocieran la anécdota  de  su presentación en el Ateneo de Madrid, aquella vez estaba  Ud. sin voz.

Recuerdo que yo estaba enferma, que no sabía si iba a  poder hablar, si tendría voz. Los directores del acto se  llegaron al hotel donde estábamos para preguntarnos si lo suspendían. Entonces,  sin  poder hablar, me acerqué a una  mesa  y  les escribí  en un papel: “Soy hija de soldado”. Y así  fue.  No hablé  hasta  el  momento  mismo  del  inicio  del  acto,  y entonces, maravillosamente, me salió una voz que oyó todo el mundo.

Viajó Ud. mucho. Deben ser muchos los recuerdos.

Ya hasta el recuerdo de mis viajes se está haciendo borroso. En primer lugar por los años, en segundo lugar, porque  como usted  ha  dicho fueron muchos y los  confundo.  Si  hubiera hecho  un  solo viaje no lo olvidaría, pero  habiendo  hecho tantos,  unos se superponen sobre otros, como cuando  en  un libro, las líneas saltan unas encima de las otras. Así tengo el recuerdo de los viajes. Sin embargo, le diré que el  país que más me emocionó de los que he recorrido, fue Italia.  En Roma  hubiera podido vivir toda mi vida. Si  hubiera  tenido que  escoger  un  lugar para vivir que  no  fuera  mi  país, hubiera  escogido Italia, cualquier ciudad de Italia,  todas son gratas para mí. Después he sido feliz en España. Eso  no he podido olvidarlo, el cariño de los españoles, la  amistad de  los  españoles  cuando yo no era  nada,  como  ellos  me entendieron,  me  descubrieron, en fin, a  España,  toda  mi gratitud.  Bueno, para España podría repetir los  versos  de Martí:

Para Aragón, en España

tengo yo en mi corazón

un lugar todo Aragón

franco, fiero, fiel, sin saña.

Ahora,  no es sólo Aragón, que es una bella ciudad  visitada por  mí,  sino  para  toda  España,  incluyendo  las   Islas Canarias.

Le  diré que hay un país muy bello para mí, que  es  Egipto. Allí escribí “Carta de Amor a Tutankamen”, que  es una de las cosas que más quiero y me parece que  impresiona, porque  es una verdadera carta de amor escrita a  un  hombre muerto hacía siglos. Me interné en ese país, lo conocí bien. Estuve  en  la  tumba  de  Tutankamen,  recién   descubierta entonces.

Italia,  España y Egipto son los tres países que más me  han emocionado.

¿Viajó por América Latina?

Sí  viajé  mucho  por América Latina. De  estas  tierras  de nuestra  América quedé muy impresionada con la zona  Sur  de Chile.  Son  inolvidables para mí el paisaje  y  aquel  frío clima.  Fue muy breve la estancia pero Chile, sobre todo  el sur chileno se quedó en mí.

¿Visitó a Gabriela Mistral en ese viaje a Chile?

No. Gabriela fue mi huésped en Cuba en una de sus visitas  a la isla.

¿Qué apreció usted más de la Mistral?

Su  talento.  Ella está entre los más  grandes  talentos  de nuestro  continente.  Gabriela  era  además  una  mujer  muy modesta y muy dura. Consigo misma creo que fue injusta, como solía  serlo con los demás. Debió defenderse de los  que  la atacaban, de los que atacaban su obra y no lo hizo.

Tengo entendido que entre usted y ella ocurrió un  incidente por una dedicatoria o algo así. ¿Es cierto?

No,  el incidente no fue por una dedicatoria.  El  incidente dio  lugar a que ella mandara a quitar de un libro,  que  ya estaba  impreso, la dedicatoria que me había hecho.  Lo  que representó un duro trabajo para los impresores.

Resulta  que yo organicé en mi casa un almuerzo en honor  de Gabriela. Se lo informé y ella aceptó. Le dije mi  intención de invitar al entonces Embajador de Chile en Cuba con lo que estuvo de acuerdo y dispuse de todo, la fecha, hora, etc. El día  señalado  la  veo  que va a  salir  acompañada  por  su secretaria, una norteamericana, una muchacha bastante tonta. Le  recordé que ese día era el almuerzo, me contestó que  se acordaba,  pero  que  tenía ganas de ir a  la  playa  y  regresaría a tiempo. Llegaron los invitados, entre ellos  el Embajador  y las horas transcurrían, pasadas las dos  de  la tarde,  yo estaba desesperada y suena el teléfono,  era  una amiga común que me informó que estaba haciendo esfuerzos por llevarse  a Gabriela para el almuerzo y que ésta  no  quería irse.  Le dije que me la pusiera al teléfono y me dice:  “no voy de ninguna manera, es mejor mirar el mar de los trópicos que la cara fea del embajador”. Figúrese cómo me sentí.  Con gran  pena  les informé a los presentes que  tendríamos  que almorzar sin el invitado de honor, porque no quería salir de la  playa. Se los dije por las claras. El  almuerzo  parecía más  bien  una velada fúnebre. Cuando  Gabriela  regresó  se encontró  con  una nota mía en la que le decía que  como  al parecer no se sentía nada bien en mi casa, yo creía que ella debería  buscar otra casa que le fuera más grata. Así  acabó es  amistad. Fue entonces que mandó a borrar la  dedicatoria de su libro.

Para  concluir  la entrevista me gustaría saber cuál  es  su obra más querida.

Es  una  pregunta difícil, porque es como  preguntar  a  una madre  cuál es su hijo más querido. Yo los quiero  a  todos. Quiero  a  todos mis hijos. Quizás el  que  considero  mejor logrado  es  “Poemas sin nombre”, y como lo escrito  en  muy buen español Un verano en Tenerife.

11 de Noviembre de 1992

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *