Por sus anuncios y «des-anuncios», impulsos momentáneos y retiradas, al ordenamiento monetario, cambiario y salarial en Cuba se le puede encontrar alguna analogía con la fábula El pastor y el lobo.
Ese aletargamiento zigzagueante provoca dos reacciones públicas, de las que somos testigos por estos días, y que debemos conjurar: no más anuncios sino hechos, definitivamente hechos, dicen algunos, a contrapelo de cualquier consecuencia; la otra, interpretar ese proceso como una maldición a encarar con el estoicismo y la resiliencia monumental de los cubanos.
Admitamos que buena parte de nosotros cuestionamos, de alguna manera, el ritmo de las transformaciones aprobadas, sobre todo, al valorar los efectos económicos, sociales y políticos de determinadas lentitudes, pero ahora tenemos más claro el grado de detalles y meticulosidad a considerar ante transformaciones que deciden, dramáticamente, sobre el funcionamiento de todas las instituciones y cada uno de los ciudadanos.
Entre los saldos más valiosos de las intervenciones televisivas del miembro del Buró Político del Partido y jefe de su Comisión de Implementación, Marino Murillo Jorge, y del viceprimer ministro y titular de Economía y Planificación, Alejandro Gil Fernández, está demostrar que la lupa humanista de la Revolución Cubana y de su proyecto socialista no escudriña a nuestra sociedad con el populismo barato, la demagogia oportunista, o la manipulación pedestre extendidas por el mundo.
De tanto repetirlo, en tono de consigna o desprovisto de sus implicaciones humanas, no pocas veces creímos que no es más que machaconería política, el principio de que en el país nadie quedará desamparado con los radicales cambios aprobados en los últimos congresos del Partido Comunista y recogidos en la nueva Constitución y otros documentos proyectivos.
Bastaría repasar, detenidamente, algunas de las singularidades que caracterizarán el ordenamiento monetario para identificar ese principio, convertido en decisiones muy sensibles y concretas, así como el de que la Revolución no renuncia a su vocación por los humildes.
Una vez iniciada la reforma monetaria y cambiaria habrá, por ejemplo, precios centralizados para un reducido grupo de productos y se descentralizará la formación de los minoristas, que serán establecidos por las empresas, con un techo de crecimiento pautado por el Estado. Sin embargo, los productos de la canasta familiar normada se mantendrán centralizados, algunos sin subsidios y otros, además, con esa protección, como la leche de los niños.
La misma delicadeza puede señalársele al tratamiento que tendrán los jubilados, pensionados y protegidos de la seguridad social. La dignificación de los ingresos de los jubilados es una de las deudas más hirientes de estos años de crisis continuada que —como reconoció Marino Murillo— cargaron sobre sus hombros, con estoicismo y honradez, muchos duros años de construcción revolucionaria.
Pueden encontrarse otros detalles sensitivos de igual naturaleza en la forma que actuaremos tras el tan esperado Día cero, pero los anteriores bastan para que después los anuncios —al parecer inminentes esta vez— nos provoquen alegrías y esperanzas renovadas, en vez de adicionales pesadumbres o amarguras.
Este ordenamiento —llamó especialmente la atención Alejandro Gil—, no es un mal necesario, es un proceso que debe ser bienvenido, sus impactos serán muy favorables en diversos ámbitos. Es una medida para el bien del país y de los ciudadanos, que ayudará a resolver deformaciones salariales, desequilibrios macroeconómicos, problemas de incentivos, ineficiencias empresariales, entre otros problemas y desajustes de la economía y la sociedad.
Pese a ello, no faltaron, y no faltarán, además de los razonablemente escépticos o desconfiados, los interesados en echarle a volar sus tiñositas a este empeño crucial y definitorio —sin marcha atrás una vez suene el disparo de arrancada. Para nada será un paseo por el Prado habanero o cualesquiera de los otros prados del archipiélago, de lo contrario se hubiese emprendido hace rato sin tantos tanteos o miramientos.
Habrá costos y peligros importantes para todos los factores del país, públicos, privados, personales. Someterá a una presión inédita a los actores económicos y obligará a mayor eficiencia, aunque no sean medidas de choque, que nunca se aplicarían en Cuba, como señaló el Jefe de la Comisión de Implementación.
Los anteriores peligros, y otros no anunciados en este texto, son los lobos, y no son tampoco una manada pequeña, diríamos en referencia a la fábula de Esopo. Y con esos no podemos jugar como el pastor del cuento.
(Tomado de Juventud Rebelde)