Por Lisandra Morales Cruz
Poco sabía la vida lo mucho que tendrían en común Yedut Linares Sánchez y Miguel Ángel Linares Castellanos, porque cuando se trata de familia muchas son las coincidencias.
Uno el hijo del otro y ambos realizadores de sonido en la emisora provincial Radio Surco; sin padecimientos que pusieran en peligro su bienestar, pero con residencia fija en un lugar donde el “quédate en casa” obligatorio parecía interminable: el reparto La Piñera en el municipio de Ciego de Ávila.
Digamos que los temores comenzaron cuando el primer caso positivo a la COVID-19 fue diagnosticado justo en frente de la casa.
El 27 de agosto, a las 6:00 de la tarde, es una fecha y hora que Yedut recuerda al dedillo porque fue el mismo momento en que un cordón anunciaba a los vecinos que la cuarentena iniciaba.
Dos cuadras era el área delimitada, el mundo entero para ellos, porque abrir la puerta de casa era la recordación de que el virus les respiraba en la nuca, o mejor dicho, en la cara.
Si dijera que los dos no sintieron miedo estaría mintiendo y mucho. Miedo por no saber quién era el enfermo y quién el sano, miedo por contagiarse al salir a la calle para comprar medicamentos o comida, pero, sobre todo, miedo por la mujer de la casa, una madre, abuela y esposa de más de 60 años aquejada de EPOC, la enfermedad pulmonar que, según Miguel Ángel, la tiene a un paso de contagiarse con el coronavirus.
Por eso los cuidados eran extremos. El padrastro de Miguel es un asmático crónico entrado en la tercera edad, así que cruzar el portal se convirtió en un acto de valentía hasta el punto de contar cada segundo fuera.
Allí todos son cabeza de familia, halan juntos el mismo lado de la soga y eso lo aseguran ambos, sin embargo, Yedut, ahora más calmado, me cuenta sobre las tantas veces en que el agotamiento psicológico lo venció.
Uno de sus “cables a tierra” era su madre, a quien, por suerte más que por desgracia, el cordón dejó fuera de la zona restringida.
De las veces en que la vio de lejos le queda ese gusto de sentirse apoyado por su progenitora, de escuchar palabras de aliento, de echar para adelante cuando no queda de otra.
Pero, no siempre las cosas salen como las esperamos y cuando todos pensaban que la cuarentena llegaba a su fin, un cordón más grande contuvo el flujo de entrada y salida a todo el reparto, luego de que el contagio de la delegada de la circunscripción fuera tan real como ellos mismos.
La preocupación se triplicó: en el cumplimiento de su deber como delegada, la mujer había dejado una larga cifra de contactos y, con ello, volvió la incertidumbre de los primeros días.
Fue hasta el miércoles 28 de octubre que Yedut dijo a Invasor sus mayores miedos, ya concluida la cuarentena. Gente que desobedeció la permanencia en sus hogares, colas desorganizadas, trayendo consigo el riesgo de enfermarse, personas sin nasobuco.
Pero, lo que no pudo negar fue esa sensación de tranquilidad al conocer los resultados negativos de los PCR-RT en cada cuarentena, algo que, como el alivio, no le costó un centavo.
Tampoco, lo grato que le resultó ver cómo los vecinos comenzaron a trabajar y pensar como uno solo. “Personas que no se hablaban retomaron relaciones”, dice él, que fue testigo de cuánto de bueno ha dejado esta pandemia, por muy paradójico que nos parezca.
La incongruencia sería si sucediese lo contrario. Porque si José Ramón Cedeño Solanas, locutor de la radio avileña, no se hubiese ofrecido para acercarles el salario más otros productos que les facilitó la emisora, tal vez su nombre no estuviera escrito en estas líneas, como tampoco lo estaría el de la directora de programas, Gertrudis Ramírez Mustell.
Padre e hijo se saben agradecidos de tanta gente preocupada por ellos, de estar de vuelta en el trabajo tras la consola y dando la señal para indicar el inicio de un programa. Mas a pesar de compartir la pasión por el trabajo y el mismo techo hay algo que jamás quisieran tener en común y que es únicamente descriptible con la palabra miedo.
(Tomado de Invasor)