“Clandestina”, un pequeño negocio privado que vende ropa con diseño nacional en La Habana Vieja, colgó este mensaje en Facebook el 7 de noviembre: “Se acabó el drama”. Resumió en cuatro palabras la sensación colectiva de alivio ante la noticia de que habrá nuevo presidente en Estados Unidos a partir del 20 de enero.
Más que de satisfacción por la victoria de Joseph Biden, la emoción es la del condenado al que le aflojan un poco el torniquete que no lo deja respirar. Está por concluir la peor administración de la historia estadounidense y la que, en medio de una pandemia mortal, ejecutó una implacable letanía de sanciones que no parecía tener fin y que ha afectado al ciudadano común en Cuba de todas las formas posibles.
Donald Trump castigó a los cubanos sin más motivo que el que lleva a un perro grande a intentar apoderarse de un hueso: cortó las remesas, persiguió los barcos petroleros, estranguló las finanzas, golpeó al turismo y calumnió a las brigadas médicas que han enfrentado al coronavirus. Por si fuera poco, fantaseó con que un grupo de colaboracionistas emigrados a Florida lo anclarían cuatro años más en la Casa Blanca.
No conozco a otro personaje de la política estadounidense que genere más desprecio. Es difícil no profesar con vehemencia este discreto sentimiento hacia quien se ha ganado entre los cubanos no solo la reputación de déspota, sino la de hazmerreír en jefe. Francisco Rodríguez Cruz, un periodista de agudo sentido del humor, pedía con sorna ser justos con el presidente republicano: “Los únicos en el gobierno de Trump que trabajaron bastante, fueron los de la oficina contra Cuba”. Y hasta esos están abandonando el barco.
Mauricio Claver-Carone, arquitecto de la política hacia Cuba y Venezuela en la Casa Blanca y actual presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, felicitó a Biden por su victoria. Trump debe haberlo sentido como una puñalada trapera. A nadie extrañaría un tuit del mandatario recordando a Claver-Carone que tiene ese puestecito gracias a él, porque lo sacó de un oscuro lobby anticubano en Washington y lo convirtió en asesor principal de su política para Latinoamérica, antes de catapultarlo al BID.
Que los cubanos expresen alivio, no significa que haya entusiasmo desbordado. La sicóloga Reina Fleitas comentó a IPS que Biden ha hecho pública la promesa de una política menos restrictiva hacia la isla, “pero muchos políticos prometen y no cumplen, o lo hacen parcialmente, y eso nos obliga a no crearnos falsas expectativas”.
El politólogo Esteban Morales, coautor de un libro esencial para entender la historia de las relaciones entre los dos países, titulado De la confrontación a los intentos de normalización. La política de los Estados Unidos hacia Cuba, cree que aunque aflojarán las presiones de Washington, “nunca desaparecerá el lastre de querer controlar a la isla, que ha sido la intención y el destino de cualquier política norteamericana”.
El presidente Miguel Díaz-Canel también ha sido cauto: “Reconocemos que, en sus elecciones presidenciales, el pueblo de EE.UU. ha optado por un nuevo rumbo. Creemos en la posibilidad de una relación bilateral constructiva y respetuosa de las diferencias”, que traducido al lenguaje popular, según Paquito Rodríguez Cruz, significa que “nos cuadra una pila el cambio, pero no nos chupamos el dedo”.
Otros cubanos han decidido festejar la patada que millones de estadounidenses le han dado al magnate, pero por razones que tienen que ver más con la historia entre ambos países, que con las elecciones. Trump es el presidente número 12 que, desde 1959, intenta destruir la Revolución cubana sin conseguirlo.
El escritor Luis Toledo Sande ha recordado que “Cuba se ha ganado el derecho de celebrar la derrota de doce césares empeñados en doblegarla”. Otros han utilizado también la analogía de Los doce césares, pero subrayan la frase más célebre de ese famoso libro de Suetonio: “El zorro cambia de piel, pero no de hábito”.
(Publicado originalmente en La Jornada)