Acaba de amanecer cuando una buena lectora, que en realidad no necesita el concurso del columnista, le envía un mensaje para preguntarle qué quiere decir lo que ha leído en una relevante primera plana. Según lo publicado, el dirigente de una organización nacional cubana “señaló que, además del desastre sanitario dejado por el nuevo coronavirus, hay que cohesionar el pensamiento en torno a la paz y en contra de las guerras y los conflictos bélicos”.
El consultado atinó solamente a responder: “Qué quiere decir no lo sé, pero sí qué dice: “hay que cohesionar, en primer término —lo demás es lo de menos—, el desastre sanitario causado por el coronavirus”. No aparece otro verbo —como enfrentar, revertir, vencer…— que exprese lo que debe hacerse con los estragos de la covid-19.
A veces resulta piadoso no tildarlo sencillamente de errático y atribuirle anfibología a un texto en que la equivocación resulta ostensible y la lectura se ve forzada —con imaginación y buenas intenciones— a determinar el propósito de lo estampado en papel o en soporte virtual, no siempre virtuosos. Quien lee, repara mentalmente el error que vale suponer cometido por quien habló, y por impericia o descuido no subsanaron quienes tuvieron a su cargo editar, si es que no lo introdujeron en ese proceso.
La edición y la corrección deben servir para librar de errores a la escritura y garantizar el mayor respeto a quienes leen, no para añadir incorrecciones ni para agriarles la vida a quienes escriben. Sí, porque una cosa es revisar y editar, y otra querer hacer a costa de otros el texto que uno habría querido escribir, pero no ha escrito. Bien cumplida la tarea en todos los frentes, no llegaría al público un texto en que resulta necesario, como en el caso visto antes, inferir lo razonable: inferirlo, porque lo dicho es lo contrario.
No se olvida aquí la falibilidad humana, y ya habrá quienes estén diciendo para sí que “rectificar es de sabios”. Pero, por muy justo que el socorrido refrán sea, algo debe tenerse en cuenta a nivel individual y colectivo: para rectificar, antes hay que equivocarse, y eso no es precisamente un acto de sabiduría.
Una entrega de “Fiel de lenguaje” recordó a un profesor cascarrabias y celoso del buen uso del idioma. A propósito de un error frecuente, la de hoy trae a otro profesor de similares características. Si alguien le decía: “Ya tengo la libreta media llena”, él ripostaba: “¿Y por qué no la tiene zapato vacío?”
No será necesario aclarar que en ese ejemplo no se habla ciertamente ni de calcetines ni de calzado. Se trata de indicar que la libreta está “a medio llenar” o “medio llena”. Ese medio es adverbio, y califica, respectivamente, a un verbo (llenar) o a un adjetivo (llena). No es adjetivo que califique a un sustantivo (libreta), como en “Tengo media libreta llena”. Pero de errores se encuentra algo más que medio lleno el ambiente y algo más que medio llena la atmósfera.
Confusiones, inseguridades y expresiones fallidas pueden deberse a pifias flagrantes y, en ocasiones, a insuficiente noción sobre el público para el cual se habla o se escribe. Un colega italiano le contó al articulista el suspenso creado entre estudiantes de su país cuando Cuba tocaba fondo en el llamado período especial. Al enaltecer el esfuerzo que en este país hacían los trabajadores en general y los “más afamados profesionales”, un visitante insular alarmó a la concurrencia, porque en italiano el adjetivo affamato —que al oído puede confundirse con afamado— significa hambriento.
Probablemente los organizadores del festival de cine que tiene lugar en la ciudad vasca de San Sebastián, y otorga los premios Concha de Oro y Concha de Plata, habrían buscado otro nombre para esos lauros si el certamen se hiciera en Argentina, donde concha tiene una ostensible connotación genital. El autor recuerda la cara de asombro y picardía de su amigo venezolano Edmundo Aray, recientemente fallecido, cuando la amable mesera de un restaurante español les preguntó si querían bollitos calientes.
Sobre la virtud apetecible que es la precisión, vale recordar a un maestro de escuela que acudía a su fibra humorística intentando suavizar la irritación que le ocasionaban los errores. Al oír que alguien decía, por ejemplo, “perdí el conocimiento pero pronto volví en sí”, él aprovechaba que en la expresión oral las tildes pueden intuirse, sentirse incluso, pero no se ven, y le preguntaba: “¿En si bemol? ¿No sería en sol sostenido?”
Salvo supuestos transes parasicológicos o similares, un individuo puede solamente “salir de él mismo”, y “a él mismo volver”. Dicho en tercera persona, quien pierde el conocimiento y lo recupera, “vuelve en sí”. Pero si esa experiencia la cuenta quien la ha vivido, la manera correcta para decirlo es “volví en mí”, y si al protagonista se lo cuenta otra persona, esta podría decirle: “Te desmayaste, pero pronto volviste en ti”.
Como usted y ustedes comparten variantes pronominales con la tercera persona del singular y del plural, en esos casos vale decir: “Usted (ella/él) se desmayó pero ya volvió en sí”, o “Ustedes (ellas/ellos) se desmayaron pero ya volvieron en sí”. De imaginar un desmayo colectivo relatado por quienes lo han vivido, la opción sería: “Nos desmayamos, pero pronto volvimos en nosotros”. La variante “volvimos en nos” tendría sabor arcaico, como en la antigua versión del Padre nuestro: “venga a nos tu reino”.
Lamentablemente, el reino que con más seguridad parece caernos encima es el de los disparates en la expresión, tanto escrita como oral. En un comentario difundido en un espacio de gran audiencia de la televisión cubana, la persona encargada de hacerlo afirmó que, ante la victoria del Movimiento al Socialismo en Bolivia, grupos de extrema derecha de ese país “reclamaban un fraude electoral”. No lo denunciaban, ni lo repudiaban, aunque no tuvieran razón alguna para hacerlo, y ni siquiera reclamaban contra él, usando el verbo reclamar con el valor intransitivo que lo iguala a su pariente básico clamar.
Ante el “creativo” comentario, hecho por una voz que más de una vez ha dado pábulo a “Fiel del lenguaje”, pero a la que nadie parece ponerle antídoto instructivo contra los desaguisados, le queda al público preguntarse: “¿Tan sufrida y masoquista será la pobre derecha golpista de Bolivia, que reclama, exige, que se cometa un fraude contra ella, en vez de orquestarlo ella misma, en lo que tan experta es, como otras?