Por Cristian Rojas Rosales
Hoy resulta imposible indicar una fecha, cercana o no, para aseverar que la amenaza de la COVID-19 será el recuerdo de un pasado oscuro y que ahora lo apostamos todo a un denominador común: la vida.
Por ello, cuando el Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, anunciara la etapa de nueva normalidad para gran parte de las provincias cubanas y alertara sobre lo ineludible de aprender a convivir con la presencia del coronavirus SARS-CoV-2, opiniones diversas suscitaron comentarios desde distintos puntos de vista.
No puede estar muy lejos de la realidad nuestro mandatario, a sabiendas de que toda posible vacuna efectiva requiere fases experimentales y pruebas clínicas, un proceso que demora meses, incluso años, por lo que ahora las mejores “inyecciones” efectivas son el distanciamiento social y el estricto cumplimiento de las medidas higiénico-sanitarias, por muy manidas que resulten tales afirmaciones.
Mientras científicos de todo el mundo trabajan en turnos ininterrumpidos en busca del “arma” contra el SARS-CoV-2, no son muchas las opciones que nos quedan para adaptarnos y cohabitar con la amenaza de una enfermedad mortal.
Por lecciones filosóficas aprendimos, según Platón, que el ser humano tiene una naturaleza que le obliga a vivir en sociedad, por ello el confinamiento produce un imaginario social que al principio se traduce en pánico e incertidumbre, pero debe ser construido de forma integrada para formar una responsabilidad compartida.
Según la socióloga avileña y Doctora en Ciencias Lissete Arzola de la Rosa, la apertura de la vida social, aún con el aislamiento y cumpliendo con las medidas sanitarias para evitar el contagio, lleva explícito un razonamiento multifactorial y disciplinario.
Y es que las lecciones aprendidas indican que existirán siempre dos estados emocionales, la duda ante el desconocimiento y el hacer, motivados por las necesidades sociales y básicas que tiene cada cual en tanto ser social y económico.
Si controlar una pandemia como la de la COVID-19 exige esfuerzos extraordinarios, adaptarnos a los nuevos tiempos requiere enfrentar desafíos a nivel de familias, empresas, organizaciones y la sociedad como un todo. Para ello resulta vital aplicar mejor lo estipulado sobre la seguridad de la salud a lo interno de cada uno de ellos, que transciende desde la exigencia de las normas sanitarias hasta la identificación de vulnerabilidades.
Comenzar una “nueva normalidad” (otra vez) requiere disciplina y conciencia personal y colectiva, pues no basta con la acción del estado si hemos aprendido que este y la sociedad no van desligados.
Por el momento debemos repensar el cómo vivir juntos y restablecer lazos sociales, priorizar el cuidado personal como garantía de la salud colectiva y controlar un abanico de emociones donde entra en juego lo que algunos expertos catalogan como el “miedo al otro”, a salir, a compartir, a socializar.
Obedecer al lavado frecuente de las manos, no hacer caso omiso al pomo de hipoclorito de sodio a la entrada de cada centro de trabajo o estudio, en restaurantes, bares, incluso, a la entrada misma de nuestras casas; si cada nasobuco es usado de manera correcta y en todos los espacios; si dejamos a un lado la idea de que “eso a mí no me va tocar” y mantenemos una distancia física, entonces así ganamos la “pelea”.
Cuando todo pase quizás nos demos cuenta de que la vida es muy corta como para andar con tanta prisa; que una meta no la motiva solo el fin, sino también el trayecto; que las nuevas tecnologías sirven para comunicarnos desde casa, incluso, por motivos laborales; o que una vida puede cambiar para bien cuando se es solidario.
Fotos: Elio Mirand/ Alma Mater
(Tomado de Invasor)