LA CÁMARA LÚCIDA

Por estos días, el joven Humberto Solás filmaba “Manuela”

Cincuenta y cinco años atrás, en 1965, desde el 14 de septiembre, un joven realizador, Humberto Solás y un no menos novel productor, Miguel Mendoza, lideraban el equipo de realización del ICAIC que filmaba el mediometraje Manuela. El fotógrafo Jorge Herrera se encargó también de la cámara con el fin de utilizarla mayormente sin trípode para moverse en las locaciones y entre los personajes con la entera libertad que prefería.

Otro novel profesional, Nelson Rodríguez, asistía para estar atento a que se filmaran los planos exigidos después en la moviola para el proceso de edición. De la grabación del sonido directo se responsabilizaron cuatro ases de su oficio: Eugenio Vesa, Ricardo Istueta, Marcos Madrigal y Carlos Fernández. El diseño escenográfico fue asumido por el inquieto Luis Lacosta, mientras el maquillaje estuvo a cargo de la jovencísima Magaly Pompa, un nombre pronto devenido en recurrente en los créditos de las películas cubanas. El rodaje se extendería por casi dos meses hasta el 11 de noviembre cuando finalmente Solás dio la última orden de «¡Corten!»

El ICAIC había convocado a un concurso para realizar cortos sobre el tema de las guerrillas y Solás decide participar. Para documentarse mientras escribe el guion de Manuela, visita la Sierra Cristal y, cierto día, los campesinos lo llevaron ante la tumba donde está enterrada una combatiente a la que apodaron «La China». Su vida daba para todo un largometraje y el personaje de «El Mexicano», que existió en realidad, era su novio. Ambos mueren en combate. Este antológico mediometraje se inspira en la vida de esa muchacha incorporada a la guerrilla rebelde en las montañas por un deseo de venganza personal contra los asesinos de sus familiares.

El punto de partida argumental delineado por Solás es el desalojo y muerte de la familia de la joven campesina Manuela, por las tropas de la dictadura. Su deseo de venganza personal la conduce a decidir integrarse a la guerrilla en la Sierra Maestra. Allí aprende a luchar por la justicia y los ideales revolucionarios y conoce a otro combatiente rebelde con el que establece una relación en medio de la lucha.

El novel realizador descubre a su protagonista, la auténtica campesina Adela Legrá, en Baracoa, en la región oriental de la Isla, y al lado del joven, pero ya experimentado actor santiaguero Adolfo Llauradó (como «El Mexicano»), consigue su objetivo de otorgar la mayor frescura posible a las actuaciones. Solás apela a la improvisación, nunca ensaya las escenas, logra una estrecha interrelación entre ellos y explica en el largometraje documental El cine y la vida: Nelson Rodríguez y Humberto Solás (1995), de Manuel Iglesias: «Sabía que era una mujer vital y, además, había observado que tiene mucha voluntad».

Ella se consagra de modo tal que se comporta con gran naturalidad ante la cámara. La experiencia es muy interesante porque la actriz no profesional permanece una gran cantidad de escenas junto a Llauradó y esto provoca que Solás trabaje con ellos por separado: con el actor profesional las orientaciones tienen un carácter más racional; con ella, es muy diferente, se basa ante todo en la pasión que transmite a su personaje: arisco, indisciplinado, de incontenible energía y violentas reacciones. El resto del elenco coadyuva también al rigor y la autenticidad que aún hoy se respiran: Olga González (Gallega), Luis Alberto García (Mayarí), Rudy Mora (esbirro), Flavio Calderín (delator) y Juana Albuquerque (prostituta).

El guionista y director subraya la contribución imprescindible del fotógrafo Jorge Herrera para lograr una puesta en escena nada preconcebida. Además de explotar en toda la belleza sin artificios el rostro sudoroso de la actriz natural en expresivos primeros planos, cámara en mano se convierte en un participante en la represión de los campesinos por los soldados de la tiranía, del bombardeo al poblado, el acoso al delator o un rebelde que lucha en una emboscada con el enemigo. A su juicio, él realiza un trabajo casi documental, con mucho rigor, inclusive en la batalla, en que pretende la imagen de un noticiero, como si la imagen correspondiera a un corresponsal de guerra.

Manuela, con esa libertad inusitada que aporta la moderna fotografía, el ritmo logrado por la edición de un ya muy diestro Nelson Rodríguez, el aliento poético, la lozanía y emoción que aún hoy se respiran la consideran como una pequeña obra maestra muy valorada internacionalmente por su sinceridad y crudo realismo al mostrar el carácter casi romántico de la epopeya revolucionaria.

Humberto Solás durante la filmación de Manuela.

Con una duración de 41 minutos, Manuela se estrenó en los cines habaneros: Payret, Trianón, Ambassador y Alameda, desde el 25 de julio de 1966. La crítica especializada nacional lo seleccionó como el mejor mediometraje cubano exhibido ese año, en el que también fue laureado con el premio Tarja de Plata, en el Festival de Cúneo. Meses más tarde, se alzaría con el Gran Premio Paoa, en la primera edición del Festival Internacional de Cine de Viña del Mar, Chile, 1967.

El crítico francés Marcel Martín escribe entusiasta en la revista parisina Cinema 66, sobre este título tan significativo en la historia del cine cubano: «¿Cómo contener la alegría cuando se descubre una obra maestra? Eso es lo que me sucede con Manuela, mediometraje de cuarenta minutos del joven cineasta cubano de veintidós años, Humberto Solás. Conozco bien el cine cubano y he visto todos los buenos filmes que ha producido. Sin embargo, nunca había sentido una emoción y una admiración tales ante una historia tan sencilla y tan bella, realizada con tanta poesía y con tanta fuerza». El historiador catalán Román Gubern sintetiza en la revista Nuestro Cine: «Es un filme sincero, emocionante, casi turbador, en su formidable humanismo».

(Tomado de Habana Radio)

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