El caballo enjezado, la espuela en el tacón… Así nos enseñó el periodista mayor, Pepe Martí, así vamos. Estos meses han sido insólitos, inéditos, difíciles. Ha sido un tiempo esdrújulo. Lo es aun. Hemos tenido que hacer lo de siempre: persistir, saltar, seguir. Con la misma austeridad, con igual vergüenza, esa que decía Agramonte. Al lado, al frente, en la retaguardia. Ondear la bandera que pusieron en ti, reconstruir la atmósfera, expandir el ejemplo, ser el puente.
Honrosa misión, ardua.
Conozco a una colega que se llegó a un laboratorio, allí donde se procesan las muestras de esta pandemia. Digo pandemia, no me gusta ni mencionar su nombre. Hizo lo que bien sabe: preguntar, grabar, llenarse los ojos, aquilatar el esfuerzo. Ella detrás para que otros cuenten, para que todo nuestro sistema de salud tenga voz, imagen, letra, presencia merecida. Solo después pensó en ella misma, en su propia seguridad, en los detalles que pasó por alto en la zona roja.
Un periodismo polícromo, humano, del héroe cotidiano, del asombro perpetuo.
Conozco a otro colega, que sin salir de casa, resguardado por sus padecimientos, no ha parado ni un día. No sería él. Qué orgullo cuando leo sus crónicas, salidas, devastadas, sajadas de la médula. Son mías, le dije un día. Hay aguas donde da gusto sumergirse. Hay tantas historias calladas detrás de las historias visibles.
Todo ha seguido, reinventándose, rearmándose, aprendiendo de nuevo. La escenografía en la sala de la casa, el estudio en el patio, el micrófono en el celular. Espantando los ruidos como se puede, en las insomnes madrugadas. Sin renunciar. A domar y redomar la tecnología, que la gente espera.
No hablo de perfección, hablo de estirpe. Ardiendo, haciendo, tratando, desde el pedazo de patria que os contempla, sin absurdas etiquetas geográficas. La radio entonó un canto plural al esfuerzo con su espacio Todos por Cuba, un nombre bien puesto. Y la radio y la pantalla y el periódico y la web y…
Perdonen que vuelva, que saquee al Maestro, pero nada hay mejor dicho: “(…) es cobarde quien ve el mérito humilde, y no lo alaba (…) El corazón virtuoso se enciende con el reconocimiento, y se apaga sin él. O muda o muere. Y a los corazones virtuosos ni hay que hacerlos mudar, ni que dejarlos morir”. Por eso escribo.