Cada semana Manuel Raimundo Villafaña Sacerio (Cienfuegos, 1 de enero de 1955), el hijo de Leo y Martha, inserta en la página de cierre del periódico 5 de septiembre la sección Los Gemelos, seduciendo a no pocos lectores y partidarios del humor gráfico.
Mucho antes de lanzar su proyecto, el creador autodidacta (aunque tiene una experiencia de más de tres décadas como diseñador del mencionado medio y sus suplementos), que apenas concluye el segundo año de la Escuela de Arte Leopoldo Romañach de Santa Clara, palpa por algunos años la idea de una serie que pudiese resurgir cada siete días y con una hechura de fácil resolución.
Confesaría el hacedor en entrevista con Julio Martínez Molina en 2008: “fue simplemente una broma consistente en dos personajes arriba de una loma, que no se ven, con dos globos, a veces con más texto, en otras mediante una pregunta y su respuesta”. Seguramente, el autor de estas entelequias inmateriales (al menos figurativamente) no sospechó entonces el alcance potencial de su invención, que su pereza, como la calificara el finado Douglas Nelson Pérez, promovería tales fabulaciones hasta el imaginario popular.
En principio, estamos ante un profesional sagaz o de inteligencia aguda, con saberes incorporados a su condición de diseñador. Esta regularidad es la que favorece los niveles de síntesis, esa disposición para hacer “más con menos”, como decía Bachs, muy a tono con la escuela cubana de diseño de las décadas de 1960 y 1970 y el espíritu de la academia de diseño japonesa.
En sus escenificaciones existe una estructura retórica: tres planos yuxtapuestos (la superficie, la montaña y el cielo), dos actantes que discurren y reaccionan físicamente (el sol, la luna, las nubes, aves, etc.) y los roles inferidos (Él y Él, invisibles en la cresta de la loma). Esta ordenación recuerda en mucho los principios de la pintura asiática y religión budista, que establece la ascensión como armonía divina y le permite, teniendo en cuenta que los personajes son lugareños, aunque se expresan como urbanos, una focalización de los globos, ubicados del centro hacia arriba.
Hipotéticamente, ambos (Él y Él) habitan en el lomerío o acuden allí a laborar, aprovechando las circunstancias para dialogar sobre la realidad de una isla llena de permutaciones.
Justo, el diálogo responde al sentido socrático de preguntas y respuestas, en la que se construye una idea sobre la base de supuestos juicios encontrados. El dibujante agregaba en la entrevista antedicha: “El objetivo básico de la sección es plasmar un elemento vivencial recogido en la calle, y que funcione con gracia”. Empero, entiéndase esta “gracia” como una expresión que se aproxima al humor intelectual sin abandonar el espíritu popular, esa entremezcla es lo que le permite ganar adeptos exigentes y no tanto.
El humor de Villafaña descansa en las metáforas verbales que de modo cínico describen sensaciones o subjetividades (gracias a ello los públicos construyen mentalmente sus propios personajes). En la epistemología de la imagen se descubre una relación muy enriquecedora y fresca entre el sujeto inferido y el imaginado, pues ni lo verbal ni lo icónico deforman la realidad. Si la risa conmocionante se produce es gracias a la sencillez con que se expresa el autor, sin lecturas adyacentes.
Desde una dimensión morfológica, no existe una primicia. A todas luces, tampoco importan los signos de los protagonistas (si aparecen entidades reconocibles, como las nubes o los astros, es para dinamizar el estatismo del resto de las figuras, suministrar cierta perspectiva o volumetría), pues su interés es erigir “imágenes de textos”, haciendo uso de referentes que ayudan a la representación mental.
Villafaña dibuja con la claridad de los niños y desde una configuración postmoderna acude al humor como suplemento verbal para representar su pensamiento, toda vez que “el acto de representación borra o agrega necesariamente algo a lo representado” (Efland, Freeman y Stuhr). De modo que la risa en sus textos es hija de la verdad que aportan esos anexos verbales, el grado de (des)simulación, sin valerse de un alto ras de iconicidad y jerarquizando el concepto.
Los Gemelos de Villafaña devienen una suerte de cronistas de la existencia cotidiana, al tiempo que la mirada sutil de un dibujante que sabe más por veterano que por demonio.