Tras la deposición de sus arras por los últimos combatientes y el cese de la Guerra Chiquita en los campos cubanos en octubre de 1880, pareció abrirse un compás de espera más o menos largo para reanudar la lucha armada por la independencia. Varios de los jefes de aquella corta insurrección fueron deportados y encarcelados en España, entre ellos su máximo jefe, el general Calixto García. Otros destacados jefes como Máximo Gómez y Antonio Maceo no regresaron a la Isla y se establecieron en Centroamérica. En Cuba, los autonomistas se presentaban como la representación del pueblo cubano.
Martí, por su parte, marchó en 1881 a Caracas, donde inicialmente encontró favorable acogida por personalidades del gobierno del presidente Antonio Guzmán Blanco, caudillo liberal que había enviado ayuda a los mambises durante la Guerra de los Diez Años. Quizás, además de asentarse allí, tuvo la intención de acercarse a Vicente García, quien trató de incorporarse a la Guerra Chiquita, sin poder desembarcar en la patria, y regresó a Venezuela.
En agosto de 1881, Martí estaba de vuelta en Nueva York. Un grupo de emigrados en la ciudad, mantenía en pie su afán de apelar a las armas, y en 1882 trató de aunar esfuerzos para ello. En nombre de ellos, en julio de ese año Martí escribió sendas largas cartas a Gómez y a Maceo pidiéndoles su adhesión y consejos para los nuevos planes patrióticos y para oponerse a los que pretendían la anexión de Cuba a Estados Unidos. Gómez le respondió que estaba en disposición de volver a la lucha, pero que consideraba prematuro un movimiento revolucionario. Maceo expresó similar disposición y solicitó mayor información acerca de los preparativos.
El 20 de noviembre participó Martí en la constitución del Comité Patriótico Organizador de la Emigración Cubana de Nueva York, presidido por Salvador Cisneros Betancourt, quien había sido presidente de la República en Armas durante la primera guerra. Y acompañó a dicha institución hasta que fue disuelta en agosto de 1883. El 10 de octubre de ese año fue uno de los oradores en el acto conmemorativo del alzamiento de Carlos Manuel de Céspedes. Así, poco a poco, Martí se fue convirtiendo en el vocero y representante de aquellos patriotas inclaudicables de esa urbe y también de los de Filadelfia. Ya en 1884 era personalidad de reconocidos méritos entre los patriotas. Y en octubre de ese año fue designado presidente de la Asociación Cubana de Socorro, encargada de recaudar fondos para apoyar el proyecto insurreccional que había lanzado Máximo Gómez en San Pedro Sula, Honduras. .
Los señalamientos y propia ruptura, desagradaron a Gómez, desde luego, a pesar de que la misiva cierra con esta idea: “a Vd., lleno de méritos, creo que lo quiero: —a la guerra que en estos instantes me parece que, por error de forma acaso, está V. representando,—no.—.” Así, Martí precisa que podía querer al hombre, pero no a su proyecto. Hubo patriotas que no comprendieron la razón de esa acción martiana y hasta algunos la juzgaron con severidad. Martí nunca hablo de ello públicamente; Gómez tampoco. Tuvo que transcurrir el tiempo y finalmente fracasar el plan del General para que, basado en su honestidad, principios e ideas organizativas novedosas para la unidad, Martí recuperara su liderazgo en la emigración neoyorquina y pudiera aunar los esfuerzos de todos los patriotas establecidos fuera de Cuba en su obra magna: el Partido Revolucionario Cubano. (Tomado de Habana Radio).
Imagen destacada: Ismael Francisco González.