Fulgencio Batista instauró en 1952 la dictadura más sangrienta y corrupta conocida en Cuba a lo largo de su historia; solo con el precedente de la satrapía de Gerardo Machado en lo relativo al prontuario criminal.
Conocido por su anterior labor al frente del país, tanto en razón de su pasado golpista como de sus fervores pro-Washington —demostrados desde su alianza con el embajador Sumner Welles en 1933—, la asonada de 1952 contó con el total respaldo del gobierno de Estados Unidos.
De Washington, él fue un peón que instrumentó las políticas para la región aconsejadas por sus mentores. Sus amos le brindaron sólido respaldo material y asesoría militar, similar a como procedieron, muchos años después, con el desgobierno de Pinochet, en Chile, tras el golpe a Allende.
Las inversiones de EE.UU. alcanzarían los mil millones de dólares. Las visitas del entonces vicepresidente, Richard Nixon, a inicios de febrero de 1955; y la de Allan Dulles, director de la CIA, dos meses después, sirvieron para fortalecer los programas económicos e ideológicos del imperio en la Isla.
El jefe de la tenebrosa agencia le planteó al tirano la inquietud de su gobierno con la actividad comunista en Cuba, ante lo cual el dictador inauguró, en pocas semanas, el Buró de Represión de Actividades Comunistas (el temible BRAC).
La “criatura”, de conjunto con el no menos pavoroso Servicio de Inteligencia Militar (SIM), la Policía Nacional y el Ejército, hizo del país un estado policial, en cuyo vórtice las personas vivían en permanente zozobra y donde las desafecciones políticas se castigaban con la muerte.
Mientras tanto, la mafia norteamericana hacía del negocio de la noche y del juego otro imperio en La Habana, tema sobre el cual han sido publicadas valiosas investigaciones literarias.
Contentos todos en el norte, bandidos incluidos, Batista tenía barra libre aquí. Así, prohijó a grandes asesinos de la historia de América Latina (Conrado Carratalá, Pilar García, los hermanos Salas Cañizares —Rafael, Juan y José María—; y Esteban Ventura Novo) y a cohortes de criminales subordinados a ellos.
Todos los anteriores eran “hombres de bajos instintos, criminales natos, bestias portadoras de todos los atavismos ancestrales revestidas de forma humana”, para decirlo con palabras de Fidel, que pusieron en vilo a la nación y especialmente a su juventud, la cual murió con los ojos sacados, sin uñas, reventados sus testículos o violadas en cunetas, descampados, ríos, mares.
En su reino de “sangre y pillaje” —términos empleados por el maestro Enrique de la Osa—, la corrupción sobrepasó todos los estándares históricos de una nación experta en el tema. Batista, por sí mismo, se subió el sueldo presidencial de 26 mil 400 a 144 mil dólares; por arriba incluso que el del presidente de Estados Unidos, Truman, cuyo monto rondaba los 100 mil.
Sin embargo, el 35 por ciento de la población cubana estaba desempleada, al tiempo que casi el 60 por ciento de los campesinos vivía en barracones con techo de guano y piso de tierra, desprovistos de sanitarios o de agua corriente; y el 90 por ciento no contaba con servicio eléctrico.
Como recoge el profesor francés Salim Lamrani en su indispensable ensayo 50 verdades sobre la dictadura de Fulgencio Batista en Cuba, el economista inglés Dudley Seers afirma que la situación en 1958 era intolerable: “(…) en el campo, las condiciones sociales eran malísimas. Cerca de un tercio de la nación vivía en la suciedad (…) viviendo en barracones, normalmente sin electricidad ni letrinas, víctima de enfermedades parasitarias y no se beneficiaba de un servicio de salud. Se le negaba la instrucción (sus hijos iban a la escuela un año como máximo). La situación de los precarios, instalados en barracas provisionales en las tierras colectivas, era particularmente difícil (…). Una importante proporción de la población urbana también era muy miserable”.
Arthur M. Schlesinger, Jr., asesor personal del presidente John F. Kennedy, escribió: “Me encantaba La Habana y me horrorizó la manera en que esta adorable ciudad se transformó desgraciadamente en un gran casino y prostíbulo para los hombres de negocios norteamericanos (…).Uno se preguntaba cómo los cubanos —viendo esta realidad— podían considerar a EE.UU. de otro modo que con odio”.
(Tomado del 5 de Septiembre)
Excelente, deberían acceder a él más de uno.
Los hay, muchos hay que tienen la cara tan dura que nos venden “las bondades” del pasado. Mucho nos quieren vender, lo triste es que hay cerebrillos por ahí que lo asimilan.
Hoy a través de un sitio, que no vale la pena mencionar, mostrabase un ejemplo, de cuánto se hace por demostrar que bueno era “aquello” que nuestro pueblo arranco.
Gracias