Algunos sectores del más rancio conservadurismo argentino han gastado fortunas para exterminar los bastiones simbólicos de las fuerzas políticas con orientación popular. Siguen una línea madre obscena (alma mater) ya explícita en las instrucciones militares de las dictaduras: “exterminar a los zurdos”. Néstor Kirchner ha sido una de sus presas dilectas, y con él, Cristina Fernández. En su contra han desplegado el plan del “periodismo de guerra”; han generado (con ayuda de leguleyos serviles) expedientes judiciales a mansalva; han movido y promovido calumnias a destajo… se han “ayudado” con “periodistas” genuflexos y se han surtido de “evidencias” cocinadas por espías amaestrados en el monopolio mediático Clarín. Así atacan, sin cuartel, todo lo que les suene a “progresismo”, “democracia”, “populismo” o “izquierda”. Términos todos que, en el vocabulario oligarca, son municiones semánticas peyorativas que pasan con fluidez del estado verbal al gatillo fácil. Odio de clase alimentando sicarios semióticos.
Uno no imagina, a ciencia cierta, la cuantía de las fortunas gastadas para exterminar simbólicamente a los líderes del “zurdaje” (Legrand dixit). Y es difícil el cálculo. Veamos: costos por minuto en horarios televisivos privilegiados; costos por minuto en horarios radiofónicos con mayor audiencia; costos por centímetro en diarios, revistas y libelos de todo tipo. Alquiler de espías y abogados, lebreles de la farándula, políticos centaveros y todos los sustantivos femeninos que imaginemos. Eso multiplicado por décadas y geografías que, en cascada, anhelan infestar territorios (objetivos y subjetivos) con palabrerío de odio. Y fracasan. “Néstor no se murió” siguen cantando las masas.
Se trata de una oligarquía dispuesta a derrochar lo inimaginable para saciar su sed de venganza. No perdonan el atrevimiento de un líder que sacó al país del pantano neoliberal preparado por las dictaduras y completado por las jaurías del Fondo Monetario Internacional… y sus compinches bancarios. No perdonan la renegociación y liquidación de la “deuda externa”. No perdonan el freno al ALCA. Recuperar fondos de jubilados. Recuperar el sueño de una Argentina soberana. Recuperar dignidad y autonomía internacional. No le perdonan retirar el cuadro de Videla de la galería de presidentes. No le perdonan inspirar a una generación, y varias, de jóvenes mujeres y hombres sumados a la militancia política inclusiva y popular. No perdonan la afrenta irreverente de un líder que entendió el mensaje de la historia dictado por los pueblos. Y soltaron a sus jaurías de patoteros mediáticos.
Fracasa la inversión en dinero y en esfuerzos porque la burguesía no logra neutralizar los bastiones simbólicos que prohíjan los pueblos que dejan sus marcas indelebles en la intuición emancipadora de las luchas. Néstor Kirchner es de esa estirpe de dirigentes que maduró en las refriegas de la resistencia pero que entendió la importancia de organizar las fuerzas para ejercer ese modo del poder que se lleva desde las bases y que cobra formas reivindicadoras, incluso a pesar de no pocas contradicciones y errores programáticos y organizativos. Ahí revientan las ofensivas oligarcas, como marejadas, contra los peñascos de la historia. Han fracasado una y otra vez porque luchan contra una fuerza muy poderosa y porque es francamente pobre su inteligencia táctica.
Si las organizaciones políticas y los gobiernos “progresistas”, populares o de izquierda lograsen subsanar las debilidades comunicacionales que se han hecho endémicas habría, además de resistencia, una gran capacidad para disputa simbólica y para cincelar corrientes de pensamiento y acción encarnadas a profundidad para no permitir las derrotas que nos han infligido con engaños y tergiversaciones a discreción. No confundirse. La fortaleza simbólica de los grandes dirigentes es verdaderamente poderosa pero no es eterna ni invencible.
Aunque el grupo Clarín y la oligarquía han intentado todo lo deleznable para aniquilar a la figura y a la obra de Néstor y Cristina, la realidad demuestra que no sólo no han logrado su anhelo sino que, una y otra vez, han sido derrotados. Años de canalladas mediáticas modeladas en laboratorios de guerra psicológica no han podido borrar de la memoria y de los corazones el sello político de dos militantes magníficos que además coincidieron en ser pareja y matrimonio. No se trata de endiosarlos sino de afirmarlos en la cercanía. En el terreno de lo concreto y lo inmediato. No sublimarlos entre homenajes metafísicos, sino abrazarlos humanamente con sus virtudes y sus defectos. Mantenerlos en la dirección de sus mejores aportes y debatir sus contradicciones y atrasos. Eso es mucho mejor homenaje. Lo entienden los militantes.
Recordar Néstor, el “flaco”, es una tarea indispensable a condición de que no se extinga la razón crítica. Que no dejemos de saberlo e interpelarlo. Que no dejemos de aplaudirle y reclamarle. Recordarlo como él quería y como se necesita en horas en que las refriegas endógenas y exógenas se agudizan y confunden. No será posible sostener la coalición que salvó a la Argentina del macrismo sin una reafirmación programática y organizativa fundada en el aporte de Néstor y en la praxis que pide a espacios para desarrollarse y ponerse a punto antes de las próximas arremetidas burguesas que ya se anuncian en los horizontes cercanos y con protagonistas en las entrañas.
De nada nos sirve la nostalgia fúnebre. De nada sirven los regodeos plañideros. Lo que necesitamos es endurecer la militancia con la ternura del “flaco” para afianzarnos en su propuestas más avanzadas y en la tenacidad de sus decisiones. Es más útil el dolor de la pérdida esculpiendo el futuro de todos los días, es mejor secar las lágrimas con la brisa de las movilizaciones, en todas sus facetas. Es mejor la praxis que transforma antes que los homenajes escleróticos. Néstor no se lo merece.
(Tomado de Revista Mugica)