Por Orlando Guevara Núñez
El 16 de octubre de 1953, en Santiago de Cuba, tuvo un punto culminante el proceso judicial marcado por la causa 37, relacionada con los hechos del 26 de julio de ese año, es decir, el ataque a los cuarteles Moncada, en la entonces capital oriental, y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo.
El doctor Adolfo Nieto Piñeiro-Osorio, presidente del tribunal, sentenciaría: “A mi juicio, el proceso por los hechos del cuartel Moncada es el de mayor importancia y trascendencia de los realizados desde que surgió la República”. Otros magistrados hablarían en iguales términos.
Desde el punto de vista numérico, en la Causa 37 estuvieron encartados 132 acusados, de quienes 109 comparecieron. Asaltantes Moncadistas eran 50, pero siete no habían sido detenidos y tres habían sido asesinados: Abel Santamaría -segundo jefe de la acción-, Marcos Martí y Víctor Escalona.
En su desconcierto, la tiranía batistiana incluyó como acusados a 59 personas, entre ellas a dirigentes de partidos de oposición, sin relación alguna con los hechos juzgados. El propio Fidel pidió para ellos la libertad al final concedida.
Sumados los testigos, peritos y acusados, la cifra de involucrados ascendió a 303 personas. Participaron también 28 abogados, entre ellos el principal acusado, Fidel Castro Ruz.
En cuanto a los asaltantes, fueron juzgados y condenados 32 y juzgados y absueltos por falta de pruebas 17, mientras que 48 no fueron ni apresados ni juzgados.
Una de las connotaciones del juicio fue la pérdida de vidas humanas. Entre los revolucionarios hubo 61 muertos, de ellos sólo 6 caídos en combate y 55 asesinados. Las fuerzas de la tiranía sufrieron 50 bajas, entre ellas 19 muertos y 31 heridos.
Las sanciones impuestas a los Moncadistas fueron repartidas de la forma siguiente: Fidel Castro Ruz, 15 años de privación de libertad; 4 recibieron condenas de 13 años, entre ellos Raúl Castro Ruz; 22 fueron condenados a 10 años; 3 a 3 años, y dos, las heroínas Haydée Santamaría y Melba Hernández, sancionadas a 7 meses de encierro.
El juicio por la Causa 37 había comenzado el 21 de septiembre de 1953. Pero Fidel sería juzgado y condenado el 16 de octubre. En esa ocasión, convertido en su propio defensor, denunciaría ante el tribunal:
” Vosotros habéis calificado este juicio públicamente como el más trascendental de la historia republicana, y si así lo habéis creído sinceramente, no debisteis permitir que os lo mancharan con un fardo de burlas a vuestra autoridad”.
Todo el proceso estuvo signado por las ilegalidades, por las violaciones de las leyes, por las arbitrariedades que, casi sin excepción, fueron acatadas por quienes debían impartir justicia, pero que su verdadero papel consistía en la obligación de condenar a los revolucionarios y apañar a los criminales.
Una a una, Fidel denunció esas irregularidades. La incomunicación total del acusado, incluso hasta en las primeras vistas del juicio; la ilegal sustracción del juicio, incluyendo la mentira de que estaba enfermo y el intento de asesinato a través del envenenamiento y el pretexto de intento de fuga; como abogado, no pudo Fidel revisar el sumario; al final el juicio se hizo fuera del Palacio de Justicia, en una salita del hospital civil, con un reducido número de periodistas, amordazados por la censura, y sin participación pública, con el objetivo de silenciar las razones allí expuestas por el acusado; fue un juicio custodiado por soldados con amenazantes bayonetas.
En esas condiciones adversas se enfrentó Fidel a las acusaciones. Y en tal situación pronunció su alegato de autodefensa, conocido posteriormente como La historia me absolverá, palabras que cerraron su brillante pieza oratoria.
Momentos antes, se había escuchado en el pequeño recinto la petición del fiscal Francisco Mendieta Hechavarría:
“Señor presidente y señores magistrados, mis palabras son para pedir la libertad, la absolución, del acusado Gerardo Poll Cabrera, y en cuanto a los dos acusados, interesarles la pena que indica en su apartado B el artículo 148 del Código de Defensa Social, agravado en un tercio para el doctor Fidel Castro Ruz por ser el líder del movimiento. Nada más”.
Se pedía para el joven revolucionario la pena de 26 años de cárcel.
Pero nada amilanó a Fidel. En su alegato destruyó las mentiras y calumnias de los representantes de la tiranía; denunció los crímenes y torturas contra los asaltantes; puso al desnudo la inconstitucionalidad del gobierno batistiano y argumentó el derecho del pueblo a rebelarse contra ese oprobio.
Con claridad, Fidel expuso los males políticos, económicos y sociales que padecía el país, a la vez que enumeró las principales medidas que adoptaría la revolución triunfante, con definidos objetivos conocidos más tarde como El Programa del Moncada, sobre cumplido en los primeros años del triunfo.
Terminado el acto de auto defensa de Fidel, vino la sentencia, prefabricada por la tiranía y sus cómplices. Así definiría la periodista Marta Rojas aquel dramático momento: “La deliberación del tribunal, instalado en la salita del hospital civil, duró unos minutos solamente, Los magistrados y el fiscal hablaron entre sí en voz baja, más bien parecía que murmuraban, hasta pronunciar la sentencia:
-Acusado doctor Fidel Castro Ruz, tenga la bondad de ponerse de pie. Fidel se incorporó y escuchó erguido y sereno estas palabras:
-De acuerdo con la solicitud del señor fiscal este tribunal le ha impuesto 15 años de prisión… ha concluido el juicio”.
Los esbirros y criminales, los políticos corruptos, creyeron que ese era el sepulcro de la revolución. Pensaron que encerrando a personas, encerrarían ideas. Pero se equivocaron.
El 26 de julio de 1953, fue un hito en la historia cubana. Ese día marca el inicio de la última etapa de lucha de nuestro pueblo por su libertad e independencia; la concepción de la lucha armada sustituyó los gastados métodos de la politiquería; surgió Fidel como líder indiscutible de la rebeldía, nació un programa revolucionario y se indicó el camino para conquistarlo.
A la prisión, concluida el 15 de mayo por una amnistía fruto de la presión popular, le siguió el exilio en México, la expedición del yate Granma, la lucha guerrillera en la Sierra Maestra y clandestina en llanos y ciudades. Hasta la victoria revolucionario del 1ro. de enero de 1959.
La trascendencia de la fecha, la definió Fidel, el 26 de julio de 1963:
[…] La importancia que tiene esta fecha radica en que aquel día inició nuestro pueblo, en escala modesta si se quiere, el camino que lo condujo a la revolución. Cruzarse de brazos ante aquella situación habría significado la continuidad indefinida de la camarilla militar, la continuidad indefinida en el poder de los partidos reaccionarios de las clases explotadoras, habría significado la continuidad de la politiquería, de la corrupción y del saqueo sistemático de nuestro país. La importancia de aquella fecha consiste en que abrió un nuevo camino al pueblo, la importancia de aquella fecha radica en que marcó el inicio de una nueva concepción de la lucha, que en un tiempo no lejano hizo trizas la dictadura militar y creó las condiciones para el desarrollo de la Revolución”.
Otra afirmación, en este caso de Raúl Castro, retrata en toda su dimensión el valor histórico del asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes.
”¡Qué lejos estábamos todos de imaginarnos, en aquellos instantes, que durante ese amanecer del 26 de julio se había iniciado el comienzo del fin del capitalismo en Cuba! […]
A 67 años de aquel histórico juicio, adquieren mayor dimensión las palabras con las que cerró Fidel su histórico alegato del 16 de octubre de 1953: La historia me absolverá. Porque sus ideas rompieron el aislamiento, se extendieron por el país, se hicieron fuerza de pueblo, trascendieron fronteras y se inscriben ahora en las banderas de lucha de millones de personas que luchan en disímiles latitudes, con la inconmovible certeza de que un mundo mejor es posible.
(Tomado del Sierra Maestra)