De incitación al aquelarre civil cabe interpretar el llamado de Donald Trump a sus fans del Proud Boys. Sin el menor sonrojo y ante una audiencia mundial, el magnate les instó a estar preparados por si no le reeligen el 3 de noviembre.
Se desconocen los vínculos entre ese grupo extremista y el presiente, pero ellos surgen el mismo año en que él ascendió al poder. No debe ser albur. Adoptaron el lenguaje misógino del mandatario y participaron de las marchas ocurridas en Charlotesville organizadas por el Ku Kux Klan y similares, y a las cuales se enfrentaron sectores ciudadanos opuestos al anómalo suceso. Ni entonces ni ahora Trump los critica ni concita a la morigeración. Los invoca para usarlos de guardia pretoriana en su defensa, si pierde en los comicios. Eso implica desatar un maremágnum de proporciones y saldo imprevisibles pero siempre perjudiciales. Con tal de mantenerse en la Casa Blanca, le da lo mismo.
De un personaje capaz de decir tranquilamente que nadie antes que él hizo tanto por Estados Unidos, pese a evadir responsabilidades sobre hechos tan fatídicos y visibles, en los 7 millones y pico de contagiados por la Covid-19 y más de 220 mil víctimas, junto con la crisis económica adyacente, ¿qué esperar?
Este es un capitalista muy raro. Afirmó en el debate televisado que no le gusta pagar impuestos y emplea los resquicios de la ley para evadirlos. Así de simple ¿o descarado? ¿Será en verdad un empresario exitoso, como se vende, o es un farsante incapaz de mantener viva la fortuna heredada? Con cualquier respuesta es evidente la insania. Rebajó las de por sí ínfimas tasas impositivas, ridículas para las grandes fortunas, la suya incluida y, encima, no contribuye al fisco.
En paralelo están sus muchas irresponsabilidades, también promotoras de caos social. El FBI le teme a las acciones de estos angelitos neonazis a los cuales convoca Trump en carácter de fuerza paramilitar. Saben que ese tipo de fanáticos domésticos, pueden emprender daños superiores a cualquier forma de peligro externo. (Remenber MacVeigh)
Pese a ello, Trump espetó: “Proud Boys den un paso atrás y permanezcan preparados, pero les digo algo, les diré que alguien tiene que hacer algo con Antifa y la izquierda porque esto no es un problema del ala derechista”. La técnica de cargar pecados propios sobre los demás es una vieja argucia muy empleada por el magnate inmobiliario, deseoso de usar privilegios a favor de su bolsillo o por manía de grandeza, para influir sobre todos cuantos no comulguen con sus malas doctrinas.
De lo primero da cuenta su intempestivo enfoque sobre violar las obligaciones personales debidas al estado. Sobre lo segundo, vale de ejemplo la gira de Mike Pompeo por Europa. Llegado a Roma y en vísperas de una posible entrevista con el papa Francisco, organizó un seminario sobre “libertad religiosa”. Se reporta como uno de los más cortos de la historia. Duró menos de dos horas.
Fue un invento propagandístico, buscando elementos base para políticas injerencistas. En este caso, se atrevieron a plantearle a la Santa Sede que debía romper el trato con China referido al nombramiento de los obispos en el gigante asiático. Nada ampara a Washington para inmiscuirse en asuntos entre dos estados y menos los concernientes a la fe. La manía de dictarle normas a cualquiera, potenciada en esta administración, y la ausencia de contornos éticos definidos, les lleva a sobrepasarse con frecuencia. El papa no recibió al supertrumpista Pompeo.
Volviendo a los Proud Boys, incitados por Trump, el “estén preparados” del mandatario, pues esta votación “será la más fraudulenta de todas” y la convocatoria a “hacer algo contra la izquierda” son de tan pésima contundencia que los artífices de su campaña no pudieron disfrazarlos. Lo intentaron, pero ni siquiera el blanqueo de la matización hizo posible borrar el estropicio.
Como dijo Joe Biden, si algo hizo su contrincante fue echar gasolina al fuego cuando las divisiones en la ciudadanía y el fermento ocasionado por los problemas inherentes a la pandemia y la acumulación de rencores, humillaciones y carencias, pudieran traer consigo episodios pavorosos.
La inflamable participación de los Proud Boys en protestas como las de Portland y otras ciudades, incitando o consumando violencia, es un anticipo de un porvenir indeseable.
En EE.UU. existen por encima de 200, los grupos parecidos a ese. Todos se sienten alentados por Trump, quien tampoco durante el debate del martes 29 de septiembre procedió a reprobarles. Al contrario, y esta vez sin disimulo, volvió a colocarse en línea con el supremacismo blanco y la enajenación de la extrema derecha, atribuyendo a la “extrema izquierda” (llámese Partido Demócrata, Biden, Moscú o Beijing) todas las vigas que no ve en sus ojos.
El mensaje dejado por quien desea, a costa de cualquier invento o tropelía, mantenerse en la Sala Oval, no es nada edificante. Es posible que sus asesores intenten suavizar o invertir el mal efecto creado, durante un segundo encuentro en TV de los dos candidatos.
Pero no podrán borrar esa imagen rabiosa de quien desea imponer sus opiniones y no permite expresarse a sus interlocutores. Ni siquiera el moderador pudo colocar sus preguntas, pese a reprocharle al presidente sus interrupciones. Y hay una frase de Trump en medio de varias muy comprometedoras, que queda resonando, por repetida y por cuanto implica. “Esto no va a acabar bien”. Sugiere pésimas resultantes que niegan, afectan, a la tan pregonada democracia, vulnerada en su negativa a aceptar los resultados y no disponerse a una transición pacífica si pierde.
Casi siempre los malos vientos traen consigo fortísimas tempestades.
Joe Biden debe ganar a Trump ahora hoy.