Resultaría machacoso decir que con la irrupción de internet nuestra existencia nunca más fue la misma, trastocando el propio comportamiento de las personas, y hasta la percepción que teníamos del mundo. Y si de cambios se trata, los medios de prensa y el desempeño de los reporteros llevaron la mayor parte.
Con el desarrollo de la red de redes llegaron los vaticinios anunciando la muerte de la prensa tradicional. Los teóricos de la comunicación hicieron lo que mejor saben hacer: explicar el presente y suponer el futuro, y si bien en lo primero a veces aciertan, en lo segundo no siempre dan en el blanco.
Así como mismo la llegada del cine no aniquiló al teatro, ni la aparición de la televisión asoló las salas de cine, los periódicos no han dejado de salir de las imprentas.
Fue un mal cálculo de los eruditos, quienes también se equivocaron al no anunciar que la tan cacareada proliferación de la información en tiempo real, provocaría un fenómeno nuevo: la necesidad imperiosa que muchos tienen de informar con desinformación. Es decir, con falta de datos, de antecedentes, de fuentes que confirmen un hecho determinado, y del empleo de otras fuentes que triangulen esa información.
Lo que ayer veíamos como un logro de la internet, esa oportunidad de que cualquier persona publicara sobre un hecho en el mismo lugar del acontecimiento, y en tiempo real, (esa inmediatez tan aplaudida), hoy nos explota en pleno rostro, y no nos queda más remedio que hacer un gesto de angustia y aceptar las cosas como son, como esas fatalidades que nos agobian y no tienen cura.
Si mal no recuerdo, el intelectual José Saramago anunciaba sobre el peligro de que cualquier persona publicara y convirtiera en noticia un suceso desde un aparato portátil, a los que los teóricos comenzaron a llamar “inteligentes”. Nadie se tomó el trabajo de aclarar que un equipo electrónico tendido en una mesa es solo eso. La inteligencia es una condición humana, aunque no siempre alcance a todos…
Si bien es cierto que el periodismo tradicional acusa de una enfermedad letal como el anquilosamiento de algunas redacciones, unido a las zonas de confort en las que se hallan algunos reporteros, el verdadero periodista asumirá lo bueno y positivo que brindan el desarrollo de las nuevas tecnologías, sin dejar de reverenciar a los maestros del pasado que muchos tienen que enseñar todavía, ni a los saberes de antaño rescatables por sus valores imperecederos.
Ser oportuno y veraz, tener dominio de las palabras, así como del hecho que se anuncia, investigar y profundizar, son valores que nunca perderán vigencia, ni que vendrán como valor agregado en un dispositivo “inteligente”.
Hoy el verdadero periodismo parece algo del pasado, una frase irreal y sosa gracias a la proliferación de nuevas figuras en la escena, como los youtubers e influencers.
Como rareza algunos catalogarían el ejercicio de pasarse horas en una biblioteca buscando los antecedentes de un suceso, y lo más importante: las causas.
Las preguntas clásicas que escribían los profesores de periodismo en la pizarra justo el primer día, hoy se redujeron a dos: ¿qué y quién? El porqué de las cosas resulta un ejercicio arcaico de profesionales del pasado.
Lo importante es publicar cualquier tema al instante y alcanzar impactos suficientes en un perfil de Facebook o un canal de youtube, de eso va hoy el ejercicio de informar.
Por suerte mientras escribo, en algún remoto paraje un joven o viejo periodista intentan contar la “gran” historia de sus vidas. Esas que provoca angustia ante la cuartilla en blanco, y el más dulce de los sufrimientos.
Hallar la verdadera historia y contarla, investigar hasta la saciedad un tema, nunca habrá más bella sensación para un periodista, y eso solo lo entienden quienes asumieron la necesidad de informar como un estilo de vida, eso que algunos aun llaman periodismo, aunque en nuestros días parezca una rareza.
(Tomado de TV Yumurí)