La existencia de temas, asuntos, problemas, hechos y otros sinónimos recogidos en los diccionarios de la Real Academia de la Lengua Española, posibilitaría una agenda permanente de trabajo, por su riqueza y significación, sin esperar el aniversario de determinado acontecimiento. En este ocasión se trata del 12 de octubre de 1492, al que llamamos Día del Descubrimiento de América, Día de la Raza, el Encuentro de dos Culturas, de la Hispanidad, de la Resistencia Indígena, o de los Pueblos Originarios. Abramos un paréntesis para señalar a los renegados que hubieran preferido interlocutores hablantes de otro idioma.
Allá vamos. Un sol bueno y mar de espuma parece haber dado la bienvenida a Cristóbal Colón aquel viernes del décimo mes del año, casi al finalizar el siglo XV, cuando la nave Santa María arribara por primera vez a la pequeña isla de Guaharani, bautizada de inmediato San Salvador, en el Mar de las Antillas. Imaginar la larga travesía y la incertidumbre serían suficientes para entender el alborozo de aquella carga humana a la espera siempre del deseado grito de: «¡Tierraaaaa!», desde el mástil mayor.
He ahí un nombre sugerente de la esperanza, la buena suerte de estar vivos y el asombro de ver realizado un sueño largamente acariciado. Pese a no estar en la tierra prevista y no haber naufragado con aquellas embarcaciones pequeñas de madera en el inmenso océano Atlántico, con enormes olas e infestado de tiburones y tormentas.
Era Cristóbal Colón una persona fuerte, valiente, emprendedora, conocedora hasta donde le era posible del mar, capaz de llevar a la práctica ese sentimiento de la aventura, tan dada y vibrante en todos los seres humanos aunque sea una vez en la vida. Había logrado separarse así de esa navegación cercana a las costas europeas, con viejos instrumentos y sin la brújula para marcar el fin del feudalismo medieval.
Este hombre nunca sabría, sin embargo, el significado real de su tozuda y ambiciosa misión. Salió a buscar las indias, las aromáticas especias y un poco también el sueño de Marco Polo; también dejó el gentilicio «los indios» a los nuevos congéneres de uno de los acontecimientos más importantes de la humanidad, el descubrimiento o encuentro de lo que después se llamaría América, por Américo Vespucio, quien hiciera el primer bojeo del hallazgo. Desde un inicio Colón pasaría a otros planos bien diferente a los convenidos con los reyes Fernando e Isabel, quienes prometieron villas y castillas pero la ambición desatada en el Reino y en Europa lo relegaron a un final de soledad y pobreza.
El primer encuentro de Colón con los habitantes originarios y su tripulación pasó de forma pacífica y de intercambio, muy diferente a los posteriores viajes destinados a la llamada civilización y cristianización de más de 60 millones de habitantes en todo el continente. Los investigadores concuerdan en la cifra por las pruebas arqueológicas que hablan de una cultura superior y de una resistencia diferente a la que inicialmente encontró el Navegante.
Pero esta historia tiene más capítulos. Guarda una gran carga de crimen, horror y misterios, con el protagonismo del robo del oro, las maderas y metales preciosos, que contribuyen hoy a la admiración y el brillo ante las artes y la cultura en Europa.
También trataron de borrar los valores éticos y morales de toda una cultura que aun en el presente se defiende frente a antiguos y nuevos colonizadores. De acuerdo con los cálculos actuales, la deuda económica de los pueblos de Nuestra América se ha pagado ya varias veces, sin contar la deuda eterna por el sacrificio de millones de sus hijos cada día.