El padre reniega contra sus criaturas, o mejor ha constatado el presunto alcance pernicioso de su creación; sobre todo de las adaptaciones fílmicas de los comics. Alan Moore, en entrevista publicada hace pocos días por Deadline, arremetió contra el cine de superhéroes, de forma más vitriólica incluso que Martin Scorsese, quien lo hiciera antes junto a otros directores.
A Martin, raudas, legiones de productores, actores y cibernautas casi lo ponen contra el pelotón de fusilamiento, ignorando, o no, que impugnaban al mayor cineasta vivo de los Estados Unidos, una leyenda caminante de la cultura norteamericana. El “pecado” del director de Pandillas de Nueva York consistía en que, supuestamente, él “no sabía” nada de ese cine. Conclusión derivada del desconocimiento, pues Scorsese es un cineasta cinéfago (devora todo, 24/7, de todas partes y todos los géneros).
Contra Moore han ripostado de forma muy tímida, en realidad casi nada. Natural, de acuerdo con el mismo criterio, el creador de Watchmen, V de Vendetta, From Hell y tantos otros iconos de la historieta sí “sabe” de lo que habla. No estoy de acuerdo con la reacción en ninguno de los casos.
El escritor, dibujante, fan editor y músico británico, uno de los guionistas de comics más reconocidos desde la década de los ochentas del pasado siglo y quien revolucionara dicho género, nunca ha tenido una relación armónica con Hollywood ni con la industria del entretenimiento en general. Como tampoco con el sistema político norteamericano, el cual literalmente detesta.
De Ronald Reagan consideró que “es un hombre cuya respuesta a la epidemia del Sida fue probablemente responsable de cientos de miles de muertes en todo el mundo. Fue alguien que creó a Saddam Hussein y Osama Bin Laden, o al menos puso en funcionamiento las políticas que iban a crearlos. Fue el arquitecto de mucha de la desgracia actual del mundo. ¿Y por qué lo elegimos? Porque había estado en muchas películas que nos gustaron. Creímos que era un hombre honorable porque hacía de hombre honorable en las películas”.
Ahora, este mismo octubre, significó a Deadline: “Puede ser pura coincidencia, pero en 2016, cuando el pueblo estadounidense eligió un nacionalsocialista (Donald Trump) y el Reino Unido votó a favor de abandonar la Unión Europea, seis de las doce películas más taquilleras fueron de superhéroes (…) ambos son síntomas de lo mismo: una negación de la realidad y una necesidad de soluciones simplistas y sensacionales”.
En consideración del novelista gráfico inglés, las películas de superhéroes han arruinado al cine y también a la cultura.
“Hace unos años dije que pensaba que era preocupante que cientos de miles de adultos se reuniesen para ver personajes creados hace cincuenta años para entretener a niños de doce. Eso parecía indicar cierto anhelo por escapar de las complejidades del mundo moderno, de volver a la visión nostálgica que recordamos de la infancia. Parecía peligroso, infantilizaba a la población”.
Al reconocer parte de su incidencia en tamaña atracción, subrayó que “fue en gran parte mi trabajo lo que atrajo a una audiencia adulta, fue la forma cómo fue comercializado por la industria de los cómics. Había toneladas de titulares que decían que los cómics habían ‘crecido’. Pero no lo habían hecho”.
Para ser absolutamente explícito, Moore fue a más y remató en la entrevista de marras: “No me interesan los superhéroes. Es algo que se inventó a finales de la década del treinta para los niños pero, si intentas trasladarlo al mundo de los adultos, se vuelve grotesco”.
Además de las ideas políticas, en lo que más concuerdo con Moore es en la sobrevaloración del alcance artístico del género. Eso, en gran parte, es culpa de los monopolios de la información y su matrimonio con la industria del espectáculo. Esta les paga a aquellos, y muchos periodistas cinematográficos, editores y críticos reciben beneficios puntuales, no solo por promocionar sino también por aupar jerárquicamente a tales producciones. Quien sea lector asiduo de la crítica de cine internacional habrá advertido, sobre todo en el último cuarto de siglo, cómo las reseñas de películas de superhéroes han estado plagadas de calificativos de este cariz: “revestida de mayor densidad”, “más oscura”, “mayor profundidad en los conflictos”, “personajes multidimensionales”, “el género alcanza estadio inédito” y similares.
Ahora bien, la sobrevaluación mediática de muchos productos no implica que en algunos casos sí merecieran elogios, en tanto existen filmes de peso inspirados en novelas gráficas o historietas (Ghost World, de Terry Zwigoff; Una historia de violencia, de David Cronenberg; Camino a la perdición, de San Mendes; American Splendor, de Shari Springer Berman y Robert Pulcini…)
La realidad tampoco resulta tan apocalípticamente negativa cómo la describe Moore. El cine es negocio e industria dominado por grandes compañías de producción y distribución. Las películas de superhéroes, parte de la gran y heterodoxa familia fílmica, son fortaleza inigualable en términos de ingresos. Nada va a impedir su irrupción continuada en el mercado y algunas, al margen de entretener o no, son de obligatorio visionaje, en pos de comprender por dónde anda la evolución del lenguaje fílmico en el plano técnico.
La cuestión radica, creo yo, en no confundir a Logan o Joker con películas de Robert Bresson o Stanley Kubrick. Son lo que son y punto; otra cosa es querer levantar fogatas en la nieve.