“Pienso en lo afortunada que soy, en cuánto tengo que agradecer a la vida por lo que tengo, por la paz en la cual vivo, por el bienestar de mi familia, por tener un techo donde guarecerme, por tener algo tan sencillo para nosotros como un médico, por tener un bocado de comida y no irme a la cama con el estómago vacío, y por haber estudiado lo que quería y poder ejercerlo. Por no ver todo el tiempo las imágenes desgarradoras que hoy veo en Haití”.
Así expresó, desde Haití, la joven colega Leticia Martínez en una entrevista que le hiciera, vía electrónica desde Cuba, otra destacada mujer de la prensa insular: Alicia Perera, de Juventud Rebelde, en tiempos en que la primera se había trasladado hacia el pequeño y pobre país centroamericano tras el terrible terremoto que lo azotó el martes 12 de enero del año 2010, de 7 grados en la escala de Richter, cuyo epicentro se localizó a 15 kilómetros de Puerto Príncipe, la capital, dejando un saldo de 316 mil personas fallecidas y más de 350 mil heridos.
A través de numerosas crónicas publicadas en el rotativo Granma, hoy reunidas en una página web de este órgano de prensa bajo el título de Haití: el infierno de este mundo, Leticia no solo reseñó las fatídicas consecuencias que para el pueblo de esa nación ocasionó aquella catástrofe natural, sino también narró las hazañas de los médicos cubanos de la Brigada Médica Internacional Henry Reeve; quienes fueron de los primeros en arribar allí tras registrarse uno de los terremotos más devastadores en la historia de la humanidad del cual se tenga registro.
Esos textos igualmente fueron recogidos en un libro preparado por la autora: El infierno de este mundo, terremoto en Haití, publicado por la Editora Política, y presentado en el espacio La Polilla Inquieta, en la sede de la Unión de Periodistas de Cuba, ocasión en que la muchacha nacida en Santa Clara el 18 de abril de 1984 y licenciada en Periodismo en el año 2007, expuso algunas de sus aterradoras experiencias sobre el sismo —y sus numerosas réplicas— que conmocionó al mundo y fue perceptible en países cercanos como Cuba, Jamaica y República Dominicana, donde provocó temor y evacuaciones preventivas.
Juvenal Balán, el querido fotorreportero de Granma, quien suma ya varias experiencias de este tipo en distintos confines del mundo, acompañó a la simpática muchacha que entonces solo tenía 25 años de edad. Sobre esta feliz coincidencia ella expresa en el Preludio del libro que dedicó a su pequeña hija Carmen: “Sabía que me iría con un ser humano extraordinario, además de uno de los seres humanos más capaces que había conocido”.
Leticia recuerda que cuando llegó a la capital haitiana había “montañas de cadáveres, y ese olor insoportable… Sentí necesidad de salir del carro en que iba y echarme a correr, regresar al aeropuerto y montarme de nuevo en el avión. Me preguntaba, ¿qué hago aquí?, y me decía que había entrado al mismísimo infierno. Ahí tuve que aguantarme las ganas de gritar para no parecer floja o inexperta entre mis colegas que habían vivido tantas veces desastres como los de Haití”.
La alegre y dinámica periodista que en los momentos en que fue convocada para realizar esta memorable cobertura de prensa se desempeñaba como jefa de la Redacción Nacional de Granma, en su volumen testimonial —más de setenta reportajes y crónicas— recuerda que en su segundo día en esa destruida nación, “cuando fui a uno de los hospitales y me encontré a un niñito tirado en el piso, encima de un cartón. Estaba pegado a una cerca y tenía su manita amarrada a ella, por donde le estaban pasando un suero. El niño temblaba como una hojita y el médico me explicaba que ya le habían puesto todos los medicamentos, pero que moriría de un momento a otro, pues sus venas estaban colapsadas”.
Poco tiempo después de su regreso a Cuba, Leticia concedió una entrevista al periódico digital Cubahora, donde dialogó sobre su libro y sus recuerdos en aquella misión periodística con otra reconocida colega, Lissy Rodríguez Guerrero, a la que le aseguró que se necesitaron dos días para llegar a Haití: “…el cargero IL-18 de Aerocaribbean apertrechado con 8,4 t de medicamentos, equipos médicos, comida, agua y casas de campaña, además del grupo de prensa, sobrevoló durante las dos horas la capital… Caía la tarde y desde cualquier confín del horizonte podían divisarse aviones volando, unos encima de otros, sobre la ciudad destruida sin poder aterrizar. En las comunicaciones se hablaba de mucha congestión. El combustible comenzaba a escasear y la orden de regresar a Santiago tuvo que ser dada”. Finalmente, el 15 de enero pudo aterrizar Palmiche, como le llamaban a la aeronave cubana.
Aun conmovida por aquellos días vividos en Haití, Leticia asegura que “esa experiencia se acerca más a la alegría y al agradecimiento, por esos médicos que sanaron las heridas del cuerpo y del alma, y toda la gente que continúa arrancando la felicidad a los rostros que todavía respiran el olor del polvo”.